Reloj de arena...

Manuel Rodríguez Gómez: Memorias de un califa

Manolito Imán llevó a Madrid el rock andaluz que aprendió con Goma y con Imán Califato Independiente

Manuel Rodríguez Gómez Archivo Manolo Imán

Félix Machuca

Nació hace casi sesenta y cinco años y su infancia son los recuerdos de una casa donde florecía en la radio el limonero de la música. Sonaba la zarzuela que le gustaba a su padre, la copla y los boleros que ensoñaban a su madre, y la Diana amorosa de Paul Anka que adoraba su hermano. A él lo seducía el sonido Liverpool, de los Beatles , que le abrieron los oídos a los nuevos ritmos a un chaval que aún no era Manolito Imán . Estamos hablando de los principios de los setenta. Cuando en Sevilla, los talentos emergentes, como Manolo Marvizón, José María Maldonado y el propio Manolo Rodríguez se dejaban escuchar por los colegios mayores y los institutos, sacando de sus notas el aire fresco de la música que la juventud escuchaba y bailaba. Los tiempos empezaban a cambiar. Y los actores de la nueva sinfonía musical de los rebeldes con o sin causa, eclosionaban para buscar su lugar en el muevo mundo recién creado por la música anglosajona.

Manolito Imán, a fuerza de escuchar lo mejor y de despellejarse las yemas de los dedos en un ejercicio de plenitud autodidacta, fue buscando el camino musical para el que estaba predestinado. Y en ese camino encontró en el petróleo puro de Jimi Hendrix , en el jazz gitano de Django Reinhardt y en la sicodelia californiana de Frank Zappa los mejores maestros para convertir su guitarra en una de las tres más dotadas del rock local y nacional.

Bruno Marvizón , bajista, lo define como un buen guitarrista. Pive Amador , como el más largo y fino de la ciudad. Que ya debe serlo para destacar en una Sevilla que ha dado magníficos guitarreros y ejemplares percusionistas. Manolito Imán forma parte de esa triada capitolina de tocadores inmarcesibles junto con Andrés El Pájaro y Raimundo Amador . ¿No se le ha ocurrido a nadie juntarlos a los tres en un concierto y armar un tangai que los siglos venideros nos tomen por locos? El que se acordó de sus fínísimas facultades fue Pive Amador en un concierto en Madrid donde debutó como baterista. Manolo ya estaba en el Foro ganando dinero y arreglando temas para Marta Sánchez, Olé Olé, Kiko Veneno, Los Amaya, Pepe de Lucía y haciendo giras con Tino Casal . En no más de cuatro horas ensayando en casa de Javier García Pelayo , Manolo le pilló la onda al repertorio de Silvio y Pive , que aquel día petaron el auditorio. Un periodista de RNE le preguntó a Silvio tras el concierto: «Hay que ver la que habéis formado que no dejáis que toque el siguiente grupo». Y Silvio le dijo: «No me lo explico. Porque ni yo soy cantante, ni éste (por Pive) es baterista». El periodista insistió: «¿Entonces, qué sois?». Silvio respondió: «ilusionistas».

Manolito Imán era una fábrica de ilusiones musicales. Que ya lucía por Madrid los alamares de su fama bordados con hilo de oro y plata del rock andaluz que había desarrollado, previamente, con Goma y con Imán Califato Independiente. Ambas bandas las lideró por el carisma y el talento musical que le era tan natural como la movilidad del flequillo que, por entonces, jugaba con su frente. Su paso por la Década Prodigiosa fue un ejercicio economicista y exento de heroísmos de pureza musical. Los exquisitos también necesitan comer. Estuvo con la Década en Eurovisión. Pero no salió al escenario por una cuestión numérica. Yo creo que se escaqueó porque siempre le produjeron listeria espiritual concursos de ese tipo.

En California respiró vanguardia quince años. Dejando cuatro discos grabados y descendencia familiar. Una hija suya, Lucía Lilikoi , dicen que canta con más pureza que Norah Jones , que por algo nació en Triana. Y tras haber trabajado para una compañía de vídeos y documentales, un buen día Manolo se acordó del pescao frito del Arenal. Y decidió regresar al adobo hispalense en el rico patrimonio de una carrera repleta de experiencia y fineza instrumental. También de hermosos recuerdos. Como aquel concierto en la plaza de toros en Antequera con Imán en la que, por turno, tocaron a las seis treinta de la mañana. La gente estaba vencida, dormida en las gradas, locas por un colchón y una almohada. Los califatistas salieron al escenario, empezaron a llenar el ambiente de notas de rock andaluz y los zombies despertaron de esa muerte corta y diaria que es el sueño. Pocas veces Manolo experimentó tanta felicidad como la de aquel amanecer. Lástima que el del rock andaluz fuera un amanecer tan intenso como breve, comparable a la angustia vital de Roy Batty , el replicante de Blade Runner cuya memoria se fue a negro como lágrimas entre la lluvia…

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