PÁSALO

Manuel Pellicer

A Pellicer lo sedujo la muerte trabajando, cuando tenía la edad para tres jubilaciones anticipadas

Felix Machuca

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Como el primero de mayo se ha convertido en un parque temático de sí mismo, donde se sacan las pancartas guardadas durante el año y se renuevan consignas tan cansinas como poco fiables, me pido la venía para honrarlo, en la verdadera dimensión de día del trabajador, acordándome de un universitario total. Se nos fue la pasada semana. A la muy arqueológica edad de 91 años. Tras haber dedicado una vida a fajarse con las zanjas, las piedras y la estratigrafía, para poner un poco de orden en esa tumultuosa reunión de hombres y territorios que hicieron posible el florecimiento de culturas neolíticas, cananeas y turdetanas en Andalucía. Miraba al pasado para ordenarlo y conocerlo. Y gracias a esa mirada por el retrovisor de la historia, hoy disfrutamos de un pasado más transitable, mejor señalizado, menos confuso y enmarañado. Previa a su innovadora aplicación de la estratigrafía en los análisis arqueológicos, las habitaciones más oscuras de nuestro pasado se trataban de iluminar con la hermosa luz de la Historia del Arte. Quiero decirles que el profesor Pellicer fue de los primeros, si no el primero, en acercarse a esos espacios históricos intentando conocer y descifrar los asentamientos humanos, los territorios colonizados por el hombre de los albores del mundo de la piedra nueva, utilizando técnicas propias de geólogos.

Uno de sus muchos discípulos, el hoy catedrático José Luis Escacena, una autoridad internacional en temas tartésicos, lo llamaba Sargón de Acad, el señor de las cuatro partes del mundo. Era una cariñosa alusión a la capacidad que tenía Pellicer de poner orden en el caos de la prehistoria y de la historia, aludiendo al gran palacio de Tell Brak, en cuyas cuatro grandes habitaciones se depositaban mercancías y tributos del reino de Sargón, que alcanzaba desde el presunto Paraíso Terrenal, entre los ríos Tigris y Eufrates, hasta las orillas mediterráneas del Líbano. El señor de las cuatro partes del mundo se supo hacer de una infantería universitaria de suficiente energía como para llevar a cabo su proyecto. No se trataba de conquistar Sumeria. O de hacerle frente a las invasiones semitas. Se trataba de encargarles a los alumnos que mejor conocieran un territorio, esa parcela de trabajo, para entrar en el desván desordenado de cada trecho y ponerlo en pie con la estratigrafía. A mi estimado Fernando Amores, uno de los arqueólogos que ayudó a conocer mejor Hispalis desde que excavó en la Encarnación, le adjudicó la comarca de los Alcores; al reconocido Escacena, las márgenes del río desde la marisma a Santiponce; a Antonio Caro, que se fue antes que el maestro, le asignaron las luces misteriosas de los candelabros de oro del mundo tartésico de Lebrija, Trebujena y Las Cabezas de San Juan. Con todos los datos recogidos por aquellos, entonces, jóvenes y osados infantes, se construía a posteriori unos mapas o cartas arqueológicas de incalculable valor científico.

Pellicer, como buen maño, era un tipo trabajador, humilde y un magnífico docente. La noticia de su fallecimiento fue llorada, con la sinceridad de las lágrimas no impostadas, por sus alumnos en las redes, donde Enrique García Vargas, otro arqueólogo de los de fuste, capitel y ánfora Dressel, le regaló una despedida noble y, no por ser curricular, menos emocionante. De lo estimulante que eran sus salidas con los alumnos a una excavación puede dar fe Fernando Amores. Al que le decía: a ver Fernando, apunta lo que nos tenemos que llevar. Lo primero, una garrafa de vino. Después, lo demás. Brindemos con el vino duro, áspero y fuerte que alambica las aguas bravas del Ebro para hacerle llegar nuestro más emocionado recuerdo a un universitario que hizo del trabajo, de la ciencia y de la búsqueda de novedosas técnicas auxiliares al servicio de la arqueología, el mejor argumento para que este plumilla lo elija como su símbolo más vibrante del pasado primero de mayo. A Pellicer lo sedujo la muerte trabajando, cuando tenía edad para tres jubilaciones anticipadas. Investigaba, junto con el señor Escacena, una cueva neolítica en Cazalla de la Sierra. A ver quién es capaz de empatarle…

Manuel Pellicer

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