GANAN UNOS MIL EUROS AL MES

Loli, costurera de las Tres Mil de Sevilla: «Creía que sabía coser pero aprendo rápido y no me rindo»

El taller de las Tres Mil Viviendas que confecciona prendas para John Galliano y Velvette, entre otras marcas, no deja de recibir encargos y logra que sus trajes de flamenca desfilen por prestigiosas pasarelas de moda

Loli, costurera de las Tres Mil Viviendas en plena tarea ROCÍO RUZ

JESÚS ÁLVAREZ

En el corazón de las Tres Mil Viviendas, frente a la parroquia de San José Obrero y a apenas cien metros de la zona «chunga» en la que fogatas, jeringuillas y basura esparcida por el suelo anuncian la frontera del principal santuario de la venta de droga en Sevilla , se levanta un pequeño taller donde un grupo de mujeres cosen cotizados trajes de flamenca que lucen en la Feria de Abril conocidas artistas como Alba Molina y damas de la aristocracia y la burguesía sevillana.

En Occhiena, como se llama la empresa creada por la fundación Don Bosco , también producen biquinis y ropa de baño para Amaella, una marca británica, Velvette , una conocida marca francesa, y desde hace algunos meses una original línea de ropa interior y otra de moda deportiva para John Galliano , exdiseñador jefe de Dior.

Antonia tiene 43 años y antes limpiaba casas. Ahora aprende a coser y aspira a ganarse la vida haciendo ropa. «No tengo estudios, me dediqué a criar a mis hijos y ahora me toca formarme y quiero aprovechar esta oportunidad», cuenta a ABC sin dejar de darle a la máquina. Detrás de ella, su tocaya Antonia , diez años mayor que ella, comenta que «el cuello de las camisas es lo que más trabajo me cuesta pero aprenderé a hacerlo más rápido».

Lola Galeano, jefa del taller ROCÍO RUZ

Maribel , de 53 años, es viuda y tiene un hijo de 18 años. Vive en las Tres Mil y se está formando como costurera en el centro social Don Bosco. «Trabajaba como cuidadora pero me detectaron fibromialgia y siempre acababa lesionada por tener que asistir a grandes dependientes, sin grúa ni cama adecuada». Cuenta que llevaba 10 años en una empresa de ayuda a domicilio y que la despidieron cuando el Ayuntamiento obligó a hacer fijas a sus trabajadoras. En vez de eso, las despidieron. Aquello fue lo más cerca que estuvo en su vida de lograr un contrato indefinido.

« Aquí son muy profesionales . Mi aspiración es que me hagan un contrato el año próximo. Estoy muy contenta porque aprendo mucho, hay buen ambiente y las monitoras tienen mucha paciencia con nosotras. Yo sabía coser un poco pero mis cosillas, nunca había “patronado”. Por fin me veo con un futuro», cuenta. Maribel tiene un hijo de 18 años que quiere hacer robótica y para alcanzar ersa graduación debe irse a estudiar a Madrid o Barcelona . «Necesito dinero para pagarle los estudios, aunque de momento lo que quiero es que acabe el Bachillerato», dice.

Pronto, el pantalón

Pepi tiene 58 años y dos hijos de 24 y 17 que viven con ella. Se dedicaba también a ayuda a domicilio y se quedó en paro, como su compañera Maribel . Muestra orgullosa el vestido que acaba de hacer y dice que pronto hará un pantalón. «Aquí se aprende mucho. Con nuestra edad, las oportunidades son limitadas », dice.

Charo trabajando en el taller R. RUZ

Charo, 54 años, tiene dos hijos y ha trabajado y estudiado corte y confección. «Siempre he estado cosiendo. Con 18 años entré en Induyco , de El Corte Inglés , haciendo ropa. Luego estuve en otras empresas. Dejé de trabajar por varias circunstancias y ahora me he separado y no tengo ingresos». A esta mujer de aspecto frágil y mirada bondadosa la contrataron en enero por sus extraordinarias habilidades profesionale s . «Este trabajo no es monótono pero a veces te crispa los nervios porque tiene muchas mijitas . Hay que investigar mucho y Lola (su jefa) me hace los patrones y vamos haciendo los prototipos que luego los diseñadores nos aceptan o no, aunque hasta el momento lo han aceptado todo».

Ella no es de las Tres Mil pero tampoco le asustó que el taller estuviera ubicado en el barrio. «Nunca he tenido ningún problema . Hay mala gente en todas partes, en todas las barriadas, en todos los pueblos», dice.

Loli, de 49 años, está casada y con dos niños. «Me enteré por las redes sociales de este curso, me hicieron una prueba y me cogieron. Ahora, a final de mes, se acaba la formación y espero que me puedan contratar. Esta mujer de pelo rizado y sonrisa contagiosa lleva cosiendo desde los once años, pero en plan «amateur» para familia y vecinas. « Ahora estoy aprendiendo a hacerlo profesionalmente. Sé que hay que trabajar mucho más rápido y hacer las cosas aún mejor pero todo se aprende. No nos rendimos».

Ninguna de ellas se rinde aunque muchas chicas no tienen tanta paciencia y acaban dejándolo: a las más jóvenes les aburre coser. El tiempo es oro aquí aunque a cien metros del taller parece haberse detenido. Al otro lado de esa frontera invisible , en la zona «chunga», poco o nada ha cambiado en los últimos treinta años.

Loli, costurera de las Tres Mil de Sevilla: «Creía que sabía coser pero aprendo rápido y no me rindo»

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