Religión
El legado del «cura Juan»
Fue un nexo de unión de una generación que le debe la revelación de una Iglesia que terminaron sintiendo suya, despojada de prejuicios y etiquetas
Juan del Río Martín hace mucho tiempo comprendió que los planes de los hombres pasaban a un segundo plano cuando Dios tomaba partido. Y quizás esto ayude a pensar que sus últimos días en la UCI del Gómez Ulla hayan servido para que este creyente a carta cabal se fuera apagando con una urgencia inesperada , pero con el tiempo justo para esbozar una hoja de servicios que bien podría resumirse con la referencia al Evangelio de Lucas: «Somos siervos inútiles ; hemos hecho lo que debíamos hacer».
Con su fallecimiento, la Iglesia en España se queda huérfana de una de sus cabezas mejor amuebladas. Y lo hace, además, en unos tiempos necesitados de pastores que sepan conducirse con esa perspicacia innata de la gente sencilla, mirando de frente y midiendo las palabras, conscientes además de que el futuro no se construye volando puentes.
Carlos Amigo encomendó a este cura recién doctorado en la Gregoriana la complicada tarea de hacer presente a la Iglesia en aquella Universidad de finales de los ochenta. A este ayamontino sobrado de «finezza» le tocó lidiar con un rector que lo mismo litigaba con el añorado Juan Moya por el espacio de la hermandad de los Estudiantes en el Rectorado, que ultimaba con el propio Del Río la redacción de un convenio modélico sobre el estatus de la Iglesia en el complejo entramado académico.
«Griego con los griegos, romano con los romanos…» La puerta del despacho del Servicio de Asistencia Religiosa (el Sarus) siempre estuvo abierta a todos. Lo mismo para catedráticos que limpiadoras, bedeles, alumnos o jefes de servicio, con mención especial para aquella cohorte tan fiel como dispar de jóvenes estudiantes reconocidos entre el funcionariado de la Hispalense como «los niños del cura».
Aquellos jóvenes ayer jueves se reconocieron en el Totó de «Cinema Paradiso» , aquel personaje ya entrado en canas que una mañana recibe la llamada que nunca imaginó pero que, instintivamente, le devuelve a una arcadia feliz que marcó su vida. El «cura Juan» , lo más parecido a un padre, fue el nexo de unión de una generación privilegiada. En mayor o menor medida, todos le deben la revelación de una Iglesia que terminaron conociendo, sintiendo suya, despojada de prejuicios y etiquetas.
Este talante que sirvió para desengrasar tantas cuitas le precedió en otros escenarios (medios de comunicación, religiosidad popular, la esfera militar…) también necesitados de las virtudes que adornaron la trayectoria de este sacerdote elevado al episcopado en la sede asidonense y el ordinariato militar.
La Iglesia pierde un hombre de consenso y diálogo , pero su legado, permanece imborrable en la memoria de quienes tuvieron la fortuna de que el «cura Juan» pasara por sus vidas.
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