Reloj de arena
Juan Carrasquilla: Llamando a las puertas del cielo
Portero, anotador implacable de las travesuras de los colegiales y auditor silente de la vida de los curas, Juan Carrasquilla era el auténtico dueño del Portaceli
Portero, responsable de la centralita, amo de llaves, garante de las instalaciones deportivas del colegio, anotador implacable de las travesuras de los colegiales y auditor silente de la vida de los curas, Juan Carrasquilla, era el auténtico dueño del Portaceli . Generaciones de jóvenes sevillanos conocieron sus toscas maneras y sus deliciosos bocadillos. Mantenía Proust en su libro «Por el camino de Swann» que el olor de una magdalena te transportaba al pasado y a su memoria sentimental.
El nombre de Carrasquilla, siendo menos dulce que el pastel emotivo del escritor francés, ejerce el mismo efecto, dibujando una sonrisa bordada de melancolía en los antiguos alumnos de los Jesuitas que han intervenido en este retrato. Pronunciar su nombre es desencadenar una sucesión de evocaciones juveniles en todos ellos que, invariablemente, van de la broma al telefonista a su entusiasta esfuerzo para que el equipo de fútbol del colegio brillara por su dedicación.
Él, por su cuenta y riesgo, pintaba las líneas del campo de fútbol, lo regaba con una manguera de las de aliviar macetas, recogía las camisetas de los niños y se encargaba de que la lavaran y, a la hora de entrenar, más austero que Montoro con la crisis, sacaba al campo un solo balón de cuero. La ropa la compraba en Deportes Arza , donde más de uno de la saga familiar del grande de Estella, estudiaron en el colegio y jugaron en el equipo.
Icono: «Generaciones de sevillanos que estudiaron en los jesuitas lo tienen como un icono del colegio, un recuerdo imborrable»
Juan Carrasquilla te la formaba si le llamabas padre. Más de un alumno desavisado, cumplimentando la novatada correspondiente, lo buscó por el campo de fútbol mientras se afanaba en arreglar las porterías. ¡Padre Carrasquilla, padre Carrasquilla, padre Carrasquilla!, se desgañitaba el rookie que lo buscaba para cumplimentar su ficha deportiva para el equipo de fútbol. Carrasquilla paró su actividad, lo miró como si fuera un policía del Checkpoint Charlie berlinés de la guerra fría y le dijo con toda la gravedad que supo: ¿quién te ha dicho a ti que yo soy cura? Y el chico miró hacía el otro extremo del campo, donde en la valla estaba apoyado otro incunable del colegio, Manolito el taxista . Y dijo: aquel señor... Es irreproducible lo que salió por la boca de aquel hombre.
Portero: «Fue el portero, telefonista, celador de colegiales y responsables de las instalaciones deportivas del Portaceli»
Con una sonrisa en su corazón lo pinta Juan Pérez Garramiola , el niño que entonces, tantos años ya, lo llamó padre Carrasquilla. Otro alumno, José María Rojas Marcos , hoy reconocido médico sevillano y capataz de la Esperanza Macarena, recuerda que era más sevillista que Nervión, hizo al Portaceli filial del Sevilla Fútbol Club y se las maravillaba todos los años para conseguirle a los chavales del equipo un carné para ver de válvula la temporada en el Sánchez Pizjuán. A dos hermanos gemelos, idénticos como gotas de agua, les daba solo uno, para que entrara el primero, que a su vez le tiraba el carné por encima de la puerta número cero para que entrara el otro. Carrasquilla lo medía todo.
Es verdad que una vez se le fue la mano y se pasó tres pueblos. Enfrascado siempre con las cosas del equipo de fútbol, buscaba torneos de verano donde participar, para que se fuera rodando de cara a la temporada inminente. Un año se llevó a los chavales a que jugaran en su pueblo, en Benacazón, un torneo estival. Era agosto. Y hacía más calor que en un congreso de alérgicos al aire acondicionado. Tras el partido los llevó a comer. Y el menú era de los de chiste de Paco de Gandía: un potaje de garbanzos. Me cuentan que sudaron los niños más comiéndose el potaje que durante el partido. Algunos de los que vivieron de cerca las exigencias austeras de Carrasquilla y sobrevivieron al potaje son hoy muy conocidos: José Antonio Maldonado, los hermanos Juan y Joaquín de la Relojería Reyes, el propio José María Rojas Marcos, Juan Pérez , entre tantos y tantos. Manolito el taxista, que acercaba a los niños a casa tras los partidos, le gastó una broma la mar de radiofónica. Grabó en un casete unas ráfagas musicales. Y, desde una cabina de teléfono, llamó al colegio diciendo que era del programa concurso «España en un Seat» .
Ogro: «Cuando los más desavisados le llamaban padre Carrasquilla se convertía en un volcán en erupción»
Carrasquilla no tenía coche. Pero estaba encantado con la llamada. El concurso consistía en iniciar un refrán y el concursante finalizarlo. Decía Manolito: Al pan, pan y …Y Carrasquilla contentísimo contestaba, al vino, vino. El otro, con la guasa, le hacía una rima apepinada, de las de premio de poeta del club de la chirimoya. Carrasquilla tronaba como Zeus. Y descarga sus intestinos en toda la parentela de Manolito el taxista. Hosco, huraño, un tanto tremendista, por dentro era un peluche. Cuando por la calle se topaba con algún antiguo alumno, le brillaban los ojos por la vía sentimental, mientras se acordaba de lo rápido que pasó el tiempo cuando atendía a las llamadas de las puertas del cielo…
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