RELOJ DE ARENA
José da Rosa Villegas, días de radio
Este argentino de padres valencianos encontró en Sevilla el gran teatro del mundo en un medio que lo fue todo tras la guerra
La tierra de promisión no estaba en Argentina, hasta donde la España que tenía hambre y le quitaron el pan, se fue para encontrarlo. Argentina se llenó de gallegos, andaluces y valencianos para quitarse el desasosiego que España llevaba siempre en sus entrañas y en sus maletas de cartón donde sólo cabían sueños. Pepe da Rosa, hijo de valencianos, nació en Buenos Aires , donde sus padres regentaban un teatro. Luego regresaron buscando, quizás, lo que no acabaron de encontrar allí, esa tierra de promisión que el destino situó en Sevilla. Aquí encontró el gran teatro del mundo en un medio que lo fue todo después de una guerra: la radio. Y con la radio encontró lo que no encontraron en Buenos Aires. Un día, ya en Sevilla, huérfano de padre, se fue hasta una obra de la calle Alhóndiga. A Pepe, pese a su juventud, lo conocían en el barrio por despierto, dispuesto y pronto. Al frente de la obra estaba un vigilante que sabía de él. Y le dio el consejo de su vida: aquí no vengas a buscar trabajo, chico. Búscalo en otro sitio porque a ti te sobra talento…
Y cayó a la vera de una leyenda radiofónica de la época: Rafael Santisteban . El hombre que invitaba a conocer a tu vecino. El rey de una Radio Sevilla que llenaba su estudio grande con los programas de cara al público. Con Santisteban trabajó de productor. O sea, lo mismo le pasaba guiones con papel de calco en la máquina de escribir que le localizaba a los invitados o los atendía hasta que les llegara la hora marcada para actuar. Un día la escaleta tenía cinco minutos vacíos. Y Santisteban le dio la alternativa: «Escríbete algo y lo lees». Y esos minutos ya fueron siempre los del comentario humorístico diario de Pepe. Las cosas de Pepe da Rosa. Con su letrilla de despedida, aquella que cantaba ya me voy, ya me voy, ya me voy, ya me voy, ya me he ido. Unas Navidades se le ocurrió felicitar a sus amistades profesionales con un disco de sus cosas. Consultó con la RCA para que le presupuestaran la grabación de 500 discos. En la discográfica vieron el filón como los mineros la veta de oro. Y le dijeron: esto no es para que tú lo regales. Es para venderlo. Y Pepe da Rosa se vio, de la noche a la mañana, metido en la discográfica que le grababa a Elvis Presley, a Cantinflas, a Raphael o a Rocío Jurado. Y así comenzó su carrera discográfica.
No se equivocó el jefe de la obra que le dijo te sobra talento para trabajar lejos de la mezcla y el ladrillo. En la radio se subió arriba de la bola con el popular «Tío Pepe y su sobrino» , comentario futbolístico de los lunes entre un verdina y un palangana de la época, con guiones de Juan Tribuna.
Y en el mundo del disco pegó un pelotazo que entró por la escuadra del éxito: las sevillanas de los inspectores . Una sátira de los detectives televisivos de la época que compuso en una noche. A las cuatro de la mañana despertó a su esposa para que le diera su parecer. «Pichurri», como cariñosamente le llamaba: «No toques nada» porque nada chirriaba. Kojak, Colombo, McCloud y Banacek quedaron retratados en aquellas letras que se bailaba en una Feria feliz y sin botellonas, con más claveles que cardos borriqueros y más albero de Alcalá que polvo de Medellín…
«Robaron un camión de chirimoyas, aquí el teniente Kojak». Disco de oro. Más de cien mil placas vendidas . Bailar y reír. A la vez. Haciendo realidad la letra de aquel tema de Mat Monrro que cantaba para derretirte Gigliola Cinquetti: qué tiempo tan feliz, que nunca olvidaré.
Si sus padres quisieron triunfar en Buenos Aires con un teatro, Pepe da Rosa se hizo comediante de la lengua con otras dos leyendas del humor hispalense: Gandía y Josele Moreno . Pulpón los unió y los hizo visitar los grandes y los pequeños escenarios andaluces. Aquel trío de la carcajada batió el record de entradas diarias que ostentaba Lina Morgan. Abarrotaban los teatros, menos una tarde en Alhaurín el Grande, donde sólo había un espectador.
Llovía a cántaros y la tele daba un Madrid-Barça. Al final subieron al espectador al proscenio, Pepe mandó comprar pescao frito y acabaron contando sus cosas para que el único espectador saliera de allí cantando bajo la lluvia de puro contento.
Pocos días antes de morir , ya en casa y con el cangrejo de la enfermedad depredando sus escasas fuerzas, lo visitó un cura que llegaba de la Feria. Lo bendijo y cuando se fue, Pepe se incorporó, miró a sus familiares y dibujó con sus dedos un tirabuzón en el aire que lo decía todo: no veas cómo viene el cura de la Feria… Era tan feriante que ni San Patricio faltó a su cita para despedirlo.