Reloj de arena

José María Ruiz Romero, «Rosco»: kasida de una melé

Sobrino de Romero Murube, se metió a jugador de rugby, deporte en el que ganó títulos nacionales y acabó siendo hermano mayor del Cachorro

Ruiz Romero jugando al rugby en el Sevilla FC ABC
Felix Machuca

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Sobrino de Romero Murube , jugador desorejado de rugby, amigo de Silvio y de su swing marianista, hermano mayor del Cachorro fue pionero en Sevilla de ese deporte de caballeros practicado por rufianes que tiene por balón un melón de bote imprevisible. Su tío, el poeta de las kasidas, lo paseaba por Sevilla para explicarle la intrahistoria de su nomenclátor y las esquinas donde se agaritaban las leyendas. Eso le inoculó el veneno de su sevillanía que no escogió el camino del verso para expresarse. Si no la kasida sobre el césped de una melé cuando en Sevilla el rugby era un deporte de majaretas.

Estamos hablando de la Sevilla remendada, austera, de castañas pilongas y castañazos a final de mes, de los años setenta, donde se era feliz por la fuerza del carácter. Al sobrino de Murube lo llamaban Rosco . Porque era, de pequeño, delgadito como los fideos que flotaban en las sopas de Avecrem. Y los amigotes del Prado, su barrio, le decían que si lo echaban a los leones iban a comer rosco. Y Rosco se le quedó para los restos. Desde el Zurraque al Prado. Desde Chapina a la Macarena.

Se hizo jugador de rugby gracias a Antonio Mejías, un respeto para uno de los pioneros del deporte en Sevilla, que enseñaba a jugar al rugby educativo. Una forma de dulcificar una práctica de alto riesgo evitado el contacto lesivo entre los chicos. Los niños llevaban un pañuelo en la espalda. Si te lo quitaban te dabas por placado. Rosco recuerda como un sueño, como un pueblo lejano, aquella infancia feliz vinculada al colegio Corpus Cristhi y a su pasión por el rugby. Luego creció, se enroló en el Sevilla FC y se hizo apertura, ese primer jugador que está en la línea de tres cuartos después de la melé. Y comenzó a ganar títulos andaluces y nacionales llegando a ser seleccionado para jugar con la escuadra roja española.

La locura es una pasión de jóvenes. Y siendo muy joven, junto con Antonio Mejías y Arcadio, el responsable de la vigilancia, se llevaron las «H», las porterías del Macarena, a la nueva Chapina , en lo alto de un camión. Con nocturnidad y alevosía las colocaron en el flamante coliseo para sofocón de Ginés López Cirera, responsable entonces de actividades deportivas. Cirera debió entender que trataba con enajenados irreductibles y les dejó para los restos las porterías para que les llovieran los ensayos.

A Rosco lo llamó José María García por una huelga de jugadores que demandaban agua caliente y un poquito de calor en los vestuarios macarenos, idóneos para focas árticas y no para deportistas. Largó Rosco por la boquita sincera y sin miedos de la juventud. Y el Butano encendió la polémica de tal forma que los vestuarios dejaron de ser una delegación siberiana. Se arreglaron las cosas y los muchachotes pudieron seguir rompiéndose las cabezas pero no pillar ningún resfriado por culpa del agua fría. A Rosco, en cambio, lo dejaron helado en un partido en Gijón . Una fiera corrupia llamada Agamenón , le dio una patada en la cara y le arrancó la oreja . Rosco la recogió en su mano con delicadeza. Y fue al hospital a que se la cosieran, a ser posible, con el hilo rojo de su Sevilla FC. Por la noche, para dejar claro que el rugby fractura pero en sus terceros tiempos todo lo pega, brindaron con cerveza profusa por la larga vida de los guerreros de la melé. Pagó Agamenón.

La camaradería y la gozadera son las distintas caras de la misma moneda de un deporte que hermana con sangre a sus practicantes. Ascendió el Sevilla FC a la segunda división de rugby. Y se fueron todos a celebrarlo a la venta del Porrito , en Alcalá del Río. Rosco y dos más se vistieron de torero porque la tarde pedía faena de aliño con melva y bajonazo de cubatas. El guardia urbano de la Macarena los paró. Y les deseó mucha suerte en la plaza. Ya en la venta se colocaron en la terraza superior y aquello se vino abajo, nunca mejor dicho, con todo el equipo. Brazos rotos, tobillos dislocados y un torero en urgencias. En García Morato le preguntaban a Rosco qué le pasaba al subalterno. «Una corná muy grande a mi mejor banderillero, señora. Pero saldrá adelante». A esa hora del festejo, no había mucha diferencia entre los efectos anestésicos del moyate de la venta del Porrito y el cloroformo que le aplicaron al banderillero para cerrarle la cabeza.

Los All Black hubieran flipado con Paquito el Mudo, un talonador y medio melé que ni escuchaba ni podía hablar. Se jugaban la permanencia o el descenso en Montjuic. Y a Paquito el Mudo lo pilló un bisonte y lo mandó a por tabaco fuera del campo, casi a la altura de los vestuarios. Paquito no podía quejarse. Y el entrenador catalán le dijo a los del Pueblo Nuevo: «Tomad ejemplo de ese chaval que no ha dicho ni pío con la entrada que le hemos hecho». En el banquillo del Sevilla todos se partían de risa. ¿Cómo coño va a decir nada si Paquitio es mudo, joé? Rosco tiene miles de historias para convencer a la memoria de su tío el poeta que el rugby es la kasida de una melé donde riman el valor y el amor, la camaradería y la alegría, la moraleja y la oreja que le arrancaron a su sobrino en Gijón… Una kasida que se quedó por escribir pero que Rosco la rescató del pueblo lejano de la juventud.

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