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José María de la Cuadra: «Hacen falta pensadores libres, no sujetos a lo políticamente correcto»
Empresario, escritor y apasionado lector, esta semana, Paco Gallardo, le presentará el miércoles 11 su último libro en el espacio Madariaga. Lleva por título «El banco de Magrit»
Empresario, escritor y apasionado lector, esta semana, Paco Gallardo, le presentará el miércoles 11 su último libro en el espacio Madariaga. Lleva por título «El banco de Magrit» (editorial Anantes) Por sus venas literarias y anatómicas corre sangre de Villalón y de Juan Tejón Rodríguez de la Granda.
Con semejantes antecedentes genéticos lo suyo era que siguiera la tradición…
Desde chico me recuerdo escribiendo relatos y leyéndoselos a mis hermanas. Relatos de aventureros, piratas, bandoleros de países lejanos.
Pero con 16 años dio la cara su faceta de emprendedor. Su familia vendió una casa y usted se encargó de hacer negocio con las tejas.
No solo con las tejas. También con el plomo de las cañerías. A través de la lectura entendí que el comercio es un puente de unión entre países, pongo por ejemplo a Marco Polo.
Su pasión por la lectura hay que imputársela, de alguna forma, a sus hermanas ¿verdad?
Yo viví rodeado de hermanas. Intenté introducirme en su mundo. Pero las muñecas y los cuentos de princesas me lo impidieron. Eso me empujó a leer y hacerme amigo de los clásicos: desde Salgari a Dostoyevski.
La literatura le apasionaba desde niño, contaba con una biblioteca familiar muy bien nutrida pero usted se va a Barcelona y estudia publicidad. ¿Cómo fue eso?
Tuve la suerte de leer a Quevedo y Góngora en libros de piel vuelta, de su época. Pero me atraía enormemente la publicidad que veía en televisión. Y me fui al sitio más alejado de Málaga y Sevilla. Por eso me fui a Barcelona.
¿De su paso por Barcelona qué aprendió?
Amar la ópera, el ballet, a impresionarme con el Pirineo y hacer negocio. Barcelona entonces era una ciudad abierta y cosmopolita.
¿Por entonces había rastro de la fantasía independentista?
Desde antes de Cambó y la Lliga, las elites económicas se habían esforzado por hacerse con el monopolio del comercio nacional. Esa mentalidad comienza a coger fuerza entre los catalanes desde entonces. Hasta llegar hasta donde hemos llegado hoy.
También recaló en el sur de Inglaterra, en Eastbourne, para mejorar su inglés.
Fue mi «erasmus» particular. Donde pasé de los pantalones cortos a los largos, con vueltas incluidas. Pasé el mejor año de mi vida.
Qué aprendió de los ingleses?
El sentido del humor. A no tomarme demasiado en serio. Y al juego limpio mientras no exista una transacción comercial de por medio. Ahí se vuelven piratas. Es sorprendente el sobresalto que les causa el sonido de una moneda al chocar contra el suelo
¿Le extraña lo del Brexit?
En nada. Se han creído su canción «Rule, Britannia». Todavía no han asimilado la pérdida del imperio. Que se ha convertido en enfermedad larga y costosa. Nosotros venimos padeciendo la misma enfermedad desde 1898. Aún padecemos accesos de fiebre alta cada equis tiempo.
Posteriormente, a grandes rasgos, se dedicó a la empresa y a los negocios, donde no le ha ido nada mal.
Me he esforzado, me ha gustado y la suerte que, es importantísima, me ha acompañado. Eso es todo.
¿Qué es el éxito?
Un pequeño monstruo que tienes que alimentar continuamente. Unproverbio árabe dice: que bonita es la luz, pero cuando estás en medio de ella, eres un objetivo claro
¿Qué quiere decirme con eso?
Destacar en cualquier faceta crea muchas rivalidades
También podría definirse el éxito como la ausencia de drama. Vivimos muy inducidos y nos hemos vuelto muy dramáticos.
Es mucho mejor usar el humor que los ansiolíticos. Occidente es el mayor consumidor de ansiolíticos. Y debería transformarlo en el mayor consumidor de humor
Su libro, «El banco de Magrit», reflexiona sobre estas circunstancias y es un alegato contra el pensamiento único y una bandera a favor de la individualidad.
Para mi el pensamiento único es el ojo de Orwell. Y ese ha sido siempre la tragedia del hombre. El pensamiento individual hay que protegerlo. De lo contrario no hubieran existido ni Descartes, ni Galileo, ni Newton.
¿En este tiempo sobran, quizás, pastores y hacen falta más lobos esteparios?
Hacen falta pensadores libres, no sujetos a lo políticamente correcto. Es una actitud vieja, aburrida y perversa.
El capítulo final de su libro se lo dedica a las creencias y a las dudas. ¿En qué cree usted y qué dudas asaltan esa fe?
Yo soy católico. Pero creo como Descartes que sin dudar no hay saber. El pensamiento es algo intrínseco en el hombre.
Dicen que un escritor es su infancia. Y en la infancia suele estar la música de la voz materna. ¿Es también su caso?
Por supuesto. Mi madre siempre ha sido una extraordinaria narradora. Hay veces que cuando escribo parece que guía mi mano.