El rincón de...

José Antonio Ramírez Lozano: «No era consciente de que la esclavitud fuera tan reciente en nuestra historia»

Celebra dos premios ganados este año con sendos libros editados por Pre-Textos: el Ciudad de Valencia y el Oliver Belmás de Cartagena

El escritor extremeño residente en Sevilla José Antonio Ramírez Lozano Rocío Ruz

Félix Machuca

Hace treinta años me dijo usted que Sevilla olía a cagajón de caballo y a azahar. ¿Ahora a qué huele?

Sigue oliendo igual. Sevilla es barroca. Y el contraste de esos dos olores la define.

Su relación literaria con la ciudad es osada y divertida. Le dedicó una trilogía que se quedó en dos libros donde no dejó de fustigarla con el látigo de la ironía.

Así es. A Sevilla le falta comedia y carnaval. Es sacrosanta y trágica. También muy dolorosa. Aunque a mí no me gustan las vírgenes que lloran.

Con el ‘Capirote púrpura’, el segundo libro de la trilogía, tuvo una desagradable sorpresa en el premio Ateneo. ¿Nos la cuenta?

Carlos Pujol, asesor de Planeta y miembro del jurado, me comentó que mi novela había sido sacada de la lista de finalistas porque era sacrílega con Sevilla. No me la publicó Planeta pero sí Algaida.

Literalmente lo mandaron a la venta ¿no?

Sí, sí. Y más lejos.

El tercer libro de esa trilogía se pasea por el Rocío pero nunca vio la luz. ¿Por qué?

Ahí la tengo en el cajón para ver si algún editor sevillano se atreve…

¿Tan osada es?

Habrá lectores a los que le chirríe. No soy antirociero ni he hecho el camino. Pero me siento más a gusto en el Rocío que en la Feria de Sevilla.

Cádiz asume mejor la autocrítica. Sevilla no soporta verse en espejos deformantes. ¿No sabemos reírnos de nosotros mismos?

Sevilla es sagrada y trágica. Cádiz es más abierta y sabe reírse de sí misma. Si hubiera carnaval con las claves sociales de la ciudad sería hermosísimo y similar al de Venecia.

Usted pertenece a una generación literaria que, por imperativo vital, va entregando la cuchara. ¿De todos ellos quién fue para usted el escritor más brillante?

Mientras queden mujeres…Yo tuve mucha amistad con Joaquín Márquez y Emilio Durán. María Sanz me parece una excelente poeta sevillana.

Usted asistía, con relativa frecuencia, a los círculos literarios sanluqueños de Caballero Bonald, el gran patriarca…

Coincidimos en bodegas y otras actividades culturales…

Tenía, como usted, un jodido sarcasmo…

(Risas) Recuerdo que hace cinco años nos encontramos en una ferretería. Me saludó a voces diciendo:¡¡ hombre, señor Ramírez, le veo a usted en todos los premios!!. Y yo le respondí: ¡¡hombre, don José Manuel, le veo a usted en todos los jurados…!!

En verdad, tanto poetas como escritores, suelen tener siempre las pistolas a punto. En su caso lleva ventaja: es narrador y poeta.

Exacto. Ambos gremios solemos utilizar chalecos antibalas.

¿Se identifica más con los poetas o con los narradores?

Los narradores son para mí vertebrados. Los poetas son invertebrados. Quiero decir que los narradores son más racionalistas porque están bajo las leyes del espacio y del tiempo. Los poetas gozan de un lenguaje sin domar.

Estoy convencido de que alguno de esos poetas que usted evita le habrá dedicado alguna decimilla a su adicción a los premios. ¿Está libre de ese pecado?

No, no, yo quiero seguir pecando con los premios. Me han dado independencia y autonomía para publicar, sin tener que tirarle de la levita al editor ni besarle la mano.

Usted procede de una familia esclavista de Nogales, en Badajoz. Y escribió una novela sobre el tema. ¿Para redimirse y tranquilizar una culpa que no es suya?

Por puro asombro. No era consciente de que la esclavitud fuera un fenómeno tan cercano aún en nuestra historia. E investigando me di cuenta de que en mi pueblo, hace dos siglos, teníamos esclavos en la familia.

Hoy priman argumentarios literarios sobre las nuevas religiones: feminismo, igualitarismo, racismo, ecologismo, laicismo, progresismo… ¿Fuera de esos temas hay vida para un escritor?

Claro que la hay. Pura artesanía literaria. Que es lo que a mí me interesa. Si eres buen lector y profesor, en cualquier texto literario, están siempre los temas transversales. Lo que no puede hacer jamás un escritor es un catecismo.

Con la cantidad de premios que ha ganado me imagino que la Agencia Tributaria pensará ponerle un busto y una corona de laurel en una plaza…

(Risas) La biblioteca de mi pueblo lleva mi nombre. Y con eso me basta.

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