Reloj de arena
Joaquín Solís de la Oliva: Con buena letra
Pudo ser un pequeño gran hombre y parecerse en humildad y grandeza a aquel Tamarguillo de su época, chiquito pero matón
Fue breve como la felicidad, risueño como la alegría, ingenioso como el hambre, afable como la cortesía y valiente como un guerrero . Pudo ser un pequeño gran hombre y, en ese sentido, parecerse en humildad y grandeza a aquel Tamarguillo de su época, chiquito pero matón.
El Pali lo bautizó con el agua guasona de la pila de la amistad como el maestro aceituna . Pero para el resto de los mortales que lo admiraba y miraba con el respeto que emanaba de su cátedra, era el Maestro Oliva. Un discípulo aventajado de la escuela de aquel catedrático de las coronarias de la pasión española que fue Rafael de León, inalcanzable en su magisterio.
El maestro Oliva llevaba en sus venas el respingo despierto y sensible de la creatividad . Su tío fue, junto con el maestro Mostazo, otro insigne escalón de ese abrumador elenco de grandes letristas y compositores. Hay, por cierto, una anécdota memorable de Concha Piquer y un hermano de Macarena del Río que no me resisto a contar. La señora quería conocer dónde vivía el maestro Mostazo y cuando Concha vio aquella casa tan estrecha de fachada y larga de altura exclamó desde el ronco carácter que la adornaba: ¡coño si parece una ristra de cupones…!
Una vez más a Sevilla le tocó la fortuna de parir un letrista, poeta y escritor del talento popular del maestro Oliva . Qué buena letra tuvo. Qué buen pulso para tocar la tecla sensible en cada renglón de sus sevillanas. Qué fácil y directo llegaba al corazón de la gente con versos sencillos y simples.
Con una pará en el camino, una guitarra y un cante removía las entrañas del rociero que veía en aquellos versos una profunda lección de comportamiento marismeño. Se llevó las manos a la cabeza cuando descubrió que la ermita estaba muda porque no tenía campanil y de la Giralda le ofreció la mejor de sus campanas, para que a hombros se la llevaran, costaleros de Triana.
Supo rascar en los caireles de plata fina la viruta del postín barato de los señoritos que iban al Rocío a presumir para que, ojos que no tienen nada, se fijaran en ellos. Y expulsó del paraíso de las marismas a aquellos donjuanes de ocasión que por allí paseaban como «el que roba los níos, va robando corazones, señorito presumío, que la Virgen te perdone, pero vete del Rocío» . Esta letra no la escribió. La sangró por la herida de la decepción producida por un guasa al que acogió según las leyes del Rocío y empezó a roneá con su pareja. Con tan buena letra lo mandó a la venta…
El maestro Oliva era un dechado mímico en las expresiones de su cara. Arqueaba las cejas, fruncía los labios, desorbitaba los ojos para acentuar cualquier momento o situación que exigiera sorpresa, humor, ironía o fatalidad. Pepe Camacho que lo trató sobradamente y que, en uno de sus locales nocturnos, le ofreció reconocimiento y fiesta a su talento, sostiene que aquella capacidad del maestro para la mímica le recordaba al actor hispanofrancés Luís de Funes, hijo de padre aristócrata sevillano y madre gallega.
Y no andaba muy descaminado el empresario de la noche. Porque uno de los rasgos más sobresalientes del carácter del maestro Oliva fue su gran sentido del humor . Cuentan que en la azotea del edificio donde vivía, en la calle Alberto Lista, mientras las mujeres tendían sábanas tan blancas como la cal de las paredes y los niños corrían entre los lebrillos sembrados de hierbabuena, el maestro Oliva cogió una silla de enea y una escoba de palma, alertando a las mujeres y a los críos que se pusieran tras él, que los protegería.
En una de las ventanas de los lavaderos había, al parecer, un monstruoso animal. Y el maestro Oliva devino en Odiseo ante Polifemo. El monstruo, que él califico como peligroso orangután, era una cría de chimpancés de un vecino que se escapó de su casa para columpiarse en las lianas de alambres de la selva de las azoteas sevillanas. Su buen talante lo puso a prueba una broma del Pali tan pesada como los kilos del trovador sevillano.
Lo estaban entrevistando, probablemente, en La Voz del Guadalquivir , según el maestro Federico Alonso Pernía. Y al Pali no se le ocurrió otra cosa que anunciar que, al día siguiente, el maestro Oliva se casaba con su novia, aquella mujer tan hermosa, de rompe y rasga. Se formó un taco de pronóstico.
Porque en casa del maestro no dejaba de sonar el teléfono de gente embravecida y disgustada, por no haberlo invitado a su boda. Días después, Paco Palacios y el maestro Oliva, se tiraban al suelo en un bar sevillano, atados por la risa, celebrando una broma y una boda que acabó en un altar de papas aliñá y botellines de cruzcampo. Se desconoce quién pagó la convidá. Ninguno de los dos amigos era resolutivo desenfundando las carteras…
El maestro dormía, como algunos toreros que destacaron por su valor en las plazas, con la luz encendida. Pero la que de verdad lo alumbró en vida fue la facilidad para conectar con el sentimiento popular de la gente . La misma que lo adoraba cuando los Romeros cantaban: «Y olé con olé Triana, va sembrando entre los pinos, rosas de Señá Santa Ana…»
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