ANIVERSARIO DE SU MUERTE

Joaquín Romero Murube, padre del articulismo cofrade en ABC

Desde que comenzó a publicar en este periódico en mayo de 1930 escribió textos de gran riqueza teológica

Romero Murube, llevando la manigueta delantera izquierda de las andas de la Virgen de la Soledad durante su traslado a San Jerónimo en la Santa Misión de 1965 ABC

Julio Mayo

Otro de los temas que cultivó con asiduidad fue el de Semana Santa, catalogada por él mismo como la principal fiesta de Sevill a . Desde que comenzó a publicar en este periódico, allá por mayo de 1930, se implicó en escribir, cada año, hermosos artículos sobre la riqueza teológica que atesora esta manifestación de piedad popular, con tanta tradición familiar, que tanto ha caracterizado a nuestra ciudad. «La virtualidad de Sevilla —escribió Joaquín Romero Murube— es básicamente su hondo sentido religioso». Por encima del valor espiritual, la religiosidad es también para los sevillanos un hecho cultural; una de sus señas de identidad más definitorias. Estaba de acuerdo con la teoría de Sánchez del Arco, quien relacionaba sustancialmente a Sevilla con la Semana Santa, tanto en el fondo como en la forma. En «Gozo y riesgo de la Semana Santa de Sevilla» señala que la conmemoración de la Pasión se escenifica en todos los pueblos y ciudades de España. Es una fiesta litúrgica de la Iglesia, pero que cuenta con una extraordinaria participación de los fieles, debido a la celebración callejera de sus ritos. Circunscribiéndose, luego, exclusivamente a la nuestra, recuerda el peligro que corrió, a inicios del siglo XX, de haberse desviado hacia derroteros inapropiados, cercanos a connotaciones festivas y un folclorismo mal entendido. La envoltura suntuaria de tantos estrenos hacía pensar a los visitantes que los cofrades vivían lejos del verdadero sentido religioso de la Semana Santa. Joaquín Romero Murube valoró siempre, mucho más, las directrices correctivas establecidas por el cardenal, don Eustaquio Ilundain, que las severas prohibiciones que dictó el también cardenal Segura contra las cofradías en los años de posguerra.

Conocía muy bien el mundo de las hermandades. Cuando se trasladó desde Los Palacios a Sevilla vino a avecindarse en la calle Cardenal Spínola, incardinada en la collación de la parroquia de San Lorenzo. Muy joven, con diecisiete años, se hace cofrade de la Soledad. Era de profundas convicciones religiosas. Católico, apostólico y romano. La visión que tiene sobre la omnipresencia de la divinidad en todos los ámbitos de la vida queda plasmada en su libro «Dios en la ciudad (1934)». El sevillano es un pueblo que sabe adorar al Altísimo en la calle. En el libro presenta a Sevilla como a una ciudad santa, y son preciosas las líneas que dedica a varias devociones sevillanas. Solo un año después, en 1935, Joaquín Romero Murube fue el privilegiado cicerone que mostró al poeta granadino, Federico García Lorca, los pasos e imágenes procesionales de nuestra Semana Mayor.

La ciudad hecha templo

Frente al deleite del gozo, el gran riesgo que amenazaba a la Semana Santa radicaba en la celebración por las calles de una capital tan grande, masivamente tomada por la multitud. Es cierto que Sevilla se convertía en un gran templo, como él mismo explicó en un precioso artículo publicado en Blanco y Negro, en abril de 1966. Pero comenzaba ya a ser invadida por turistas y visitantes foráneos, que la masificaban. A inicios de los años sesenta, Joaquín Romero Murube se quejaba de no poder ver las procesiones con tranquilidad . Además, se lamentaba de que el escenario antiguo que, históricamente acogió el paso de las cofradías, había cambiado muchísimo. Añoraba el viejo aspecto escenográfico de la Europa, el encanto de castizas tabernas y la esquina de las antiguas calles Correduría con Cañavería, actual Joaquín Costa, donde se hallaba abierta una añeja freiduría de pescado. Las nuevas construcciones estaban destrozando la belleza del improvisado templo callejero. Por eso, en otro artículo de este periódico clamó desesperado, con piedad: «¡Cuidado, señores arquitectos: que hay siete días en el año en que toda Sevilla es templo... !»

Escribía con mucha amenidad y una elevada dosis de humor. Dejó muestra de ello algunos domingos del mes de febrero de 1962. Aquel año echó a andar la sección denominada «Marginales», escrita por él, aunque sin su firma. Ante la tardanza de la presentación del cartel anunciador, puso: «¿qué saldrá antes, el cartel de Semana Santa o la Virgen de la Amargura?». Y al domingo siguiente significó que «los dos nazarenos permanentes del cielo de Sevilla son las torres de la Plaza de España. Una, la Paz. Otra, las Mercedes». Pero su ironía no siempre fue bien recibida. Muchos artículos suyos sentaron fatal. ¡Anda, que no se enojaron capillitas con algunas cositas de su pregón de Semana Santa, pronunciado en 1944! Indirectas a los riquitos de Sevilla, y reivindicaciones imperiosas, como la de acometer ya otra nueva evangelización, pero basada en la misericordia como valor religioso.

Junto a otras firmas, todos los años por Semana Santa, sobresalían sus textos, preñados de ingenio y verdadero conocimiento de lo sacro . Con el paso de los años, el periódico se planteó organizar, de otro modo, la información cofradiera durante la cuaresma. Joaquín Romero Murube se encargó, en 1961, de convocar en el Alcázar a varias personas, entre las que figuraron Juan Moya García, José Luis de la Rosa, Filiberto Mira, Juan Delgado Alba y Juan José Marín Vizcaíno, a quienes les propuso formar un equipo de trabajo que se encargase de elaborar las páginas cuaresmales de ABC. Pero con una condición: que nadie firmase los artículos. Así podrían escribir con mayor libertad, y no se sabría, con exactitud, qué había escrito cada uno. Pero, además, Romero Murube tuvo la habilidad, de conseguir que se les pagase a los informadores por el trabajo que realizaron. Fue la primera vez. ¡Qué logro! Entre las películas domésticas rescatadas en este cincuentenario, el documental dirigido por Paco Robles muestra la salida de la Soledad desde San Lorenzo, uno de los últimos Sábado Santo que pudo vivir. Su ilustre nazareno, en 1957, le cantó a la última de Todas: «Si el dolor se hiciera rosa / y la pena claridad, / nacieran de tus mejillas / Virgen de la Soledad».

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