19 de octubre
Día Internacional del Cáncer de Mama: Durmiendo con el enemigo
El cáncer de mama también repercute en la pareja de quien lo sufre
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No nos pilló por sorpresa. Pero sí a traición. No es lo mismo, aunque lo parezca. María José había superado el primer gañafón del cáncer -de colon- en primavera de 2017 gracias a la pericia quirúrgica del doctor Morales . Habían pasado ocho meses de recuperación sin contratiempos más allá de la incomodidad que supone una intervención quirúrgica de ese calibre, pero habíamos empezado a remontar después de un verano de reposo. Por eso nos pilló a traición el diagnóstico del cáncer de mama.
En realidad, antes del diagnóstico, sobreviene la sospecha. Una radióloga experimentada y alerta descubrió algo que no le gustaba en absoluto. Nunca me perdonaré haber permitido que acudiera sola a aquella mamografía rutinaria . Esa misma tarde le hicieron una biopsia que no resultó concluyente. Aprendimos un montón de palabrejas médicas cada vez, pero la primera de este golpe fue esterotaxia. El aparato que las hace no da abasto: la cita, un par de semanas después de la primera alarma, fue antes de comer. Dolorosísima, según me dijo no sólo de palabra, sino con lágrimas en los ojos.
Los resultados tardaron otra semana en llegar y entonces sí estuvimos en condiciones de visitar al ginecólogo para certificar el diagnóstico. No quiero describir el momento ni con una pizca de angustia porque sólo me mueve el ánimo de ayudar a las mujeres que reciben ese formidable mazazo y sus parejas. No se me olvidará, varios meses después esperando una ecografía de control, la zozobra de una mujer a quien acababan de anunciarle la enfermedad y que, agarrada al teléfono que marcaron por ella, sólo acertaba a repetir entre sollozos a su pareja: «¡Que te vengas, que te vengas, que te vengas ya!».
Porque el cáncer de mama es una bomba que estalla en el pecho de la mujer, pero cuya onda expansiva acaba afectando también a la pareja. Todos los cánceres -y todas las dolencias de envergadura- tienen su repercusión en el entorno más cercano del paciente, pero el cáncer de mama lo hace además en un terreno tan sensible -y vidrioso- como la propia autoestima, el aspecto físico y la intimidad de la pareja. Bienvenidos al campo de minas .
En nuestro caso, las decisiones más drásticas las tomó ella con una determinación que a mí me hacía temblar las piernas. María José fue muy valiente, ahora lo sé. Entonces sólo lo intuía. Yo le prestaba todo el apoyo que podía darle y, a mi vez, buscaba apoyo para mí en una fuente inagotable que suplía con su fortaleza mi debilidad. La operaron el 4 de enero, en mitad de las vacaciones lectivas de nuestras hijas, que maduraron en aquellas dos semanas a partir del 22 de diciembre a una velocidad que daba miedo.
La cirugía del colon había sido mucho más exigente y también el posoperatorio. A nosotros nos habían traído los Reyes Magos un extraordinario regalo en forma de alta hospitalaria aunque no encontráramos por toda Sevilla la banda compresiva prescrita. El momento más dramático llega cuando caen las vendas. En sentido figurado, claro está, y en estricto sentido literal. Es el momento en que hay que enfrentarse a la realidad de una amputación -puede ser parcial, radical, bilateral… qué de términos se aprende a manejar- con las secuelas estéticas sobrevenidas. Las lágrimas ayudan a nublar la vista en ese momento y ese saludable efecto terapéutico siempre es bienvenido.
Gracias a Dios, los doctores Villanueva y Urbano pudieron acometer dos fases de la reconstrucción mamaria en un solo acto quirúrgico y todo rodó como debía. Tampoco fue necesaria ni quimio ni radioterapia, con los duros efectos secundarios a que da lugar. Pero nada de eso alivia la evidente transformación que la paciente experimenta por dentro y los que están alrededor ven por fuera.
Es el aspecto. «¡Qué buen aspecto tienes, qué bien te veo!», le decían amigos y conocidos con su mejor intención tras la primera intervención, en pleno proceso de reconstrucción, que lleva su tiempo (unos seis meses en nuestro caso) y es algo ortopédico, en el sentido que familiarmente le damos al término. Y era cierto que tenía buen aspecto porque no había perdido el cabello ni había sufrido los estragos de los venenos que se llevan por delante lo que encuentran a su paso, pero la procesión iba por dentro. Y a nadie le agradan esos comentarios cuando se mira en el espejo y no termina de ver lo que querría ver.
A María José la volvieron a intervenir en junio, la tercera visita al quirófano en catorce meses. Quedó muy contenta. Todavía le faltaban algunos retoques. La vida, en todas sus facetas, fue volviendo a la normalidad. Hoy vive alerta, como todos los pacientes oncológicos, pero con la alegría de no haber perdido en ningún momento la esperanza ni haberse dejado ganar por el desánimo.
No me gustan las comparaciones bélicas en la lucha contra el cáncer. Creo que nosotros nunca las hemos usado, aunque entendemos a quienes se sienten espoleados por esa fuerza interior de plantarle cara a la enfermedad. En nuestro caso, vivimos una cierta libertad interior que nos dio paz: formábamos un tándem con o sin enemigo, con o sin enfermedad. No había cumbre que reconquistar ni cabeza de playa que defender. Simplemente lo dejamos atrás.
Esta semana tocó revisión ordinaria de Oncología con el doctor Virizuela , infinita su cordialidad e indeclinable su afabilidad. De camino a la consulta, a mi mujer le dio por pensar en la de horas que había invertido en hacer ese camino que va de casa al hospital y la de horas que llevaba acumuladas desde que hace más de dos años el cáncer apareció en nuestras vidas. Le hemos dedicado -sobre todo, ella, claro está- mucho tiempo pero también nos ha dado lugar a hacer muchas otras cosas. A la salida de la cita médica, recogimos a nuestras hijas de su clase y celebramos los cuatro los resultados. Vivir es eso: disfrutar de lo bueno y capear lo malo sin adelantar con ansiedad lo que está por venir ni precipitarse con nostalgia en lo que ya pasó.
El cáncer de mama nos ha cambiado. Por supuesto que sí. Mucho más de lo que imaginamos. Pero no en el sentido que comúnmente se puede suponer. Despertó en ella una especial sensibilidad para otras pacientes con cáncer de mama, como el pupilaje al que se siente obligado un veterano. A mí, por mi parte, me hizo más humano. Fieramente humano, criatura agradecida al buen Dios que vino en nuestro auxilio. Seguimos siendo nosotros mismos -y queremos seguir siéndolo- durmamos o no con el enemigo.
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