Testimonio

«A mi hermano le obligaron a renunciar a su fe, a beber orines de vaca y a quemar la Biblia»

Dos sacerdotes de Orissa dan testimonio en Sevilla de la persecución que siguen sufriendo tras los ataques de los radicales hindúes de 2008

Santos Kumar Digal y Mrutyunjaya Digal en Sevilla Juan Flores

AURORA FLÓREZ

Para relativizar y desdramatizar las circunstancias propias y cercanas, por adversas que sean, no hay mejor terapia que escuchar a quienes de verdad sufren en su piel y su alma la violencia más extrema , la incompresión más ciega y la persecución impenitente y, que, sin embargo, son capaces de mantenerse como rocas sin perder la ilusión ni el empeño. La fe en Dios y en la Iglesia está presente para afrontar estas situaciones más que adversas en sacerdotes como Santos Kumar Digal y Mrutyunjaya Digal , de la India, que ayer recalaron en Sevilla, de la mano de la Fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada , para dar testimonio del sufrimiento extremo de los cristianos en aquel inmenso país en el que el 82 por ciento de la población practica el hinduismo. Los cristianos, un 2,3 por ciento , son una minoría superada por el 15 por ciento de musulmanes y sólo mayor que el 1 por ciento de budistas.

Santos Kumar Digal y Mrutyunjaya Digal narraron que, aunque la India es laica, «la gente tiene g randes dificultades para practicar su religión , sobre todo los cristianos y los musulmanes». Ambos pertenecen a la Archidiócesis de Cuttack-Bhubaneswar, en el distrito de Kandhamal de Orissa , una zona marcada por el tremendo ataque anticristiano sufrido en 2008, en el que «radicales nacionalistas hindúes, asesinaron brutalmente a unas cien personas, entre ellas un sacerdote; quemaron más de 5.000 casas, 340 iglesias , más de 30 residencias cristianas de estudiantes, dejaron sin hogar a alrededor de 60.000 personas , violaron mujeres , entre ellas una religiosa, y niñas...».

Todo ello —aseguran— «con el objetivo de destruir nuestra fe, la economía y terminar con los cristianos en Orissa », donde un millón de personas, de 15 millones de población, son cristianos. La casa de la familia del padre Mrutyunjaya fue destrozada en aquel atentado contra el cristianismo y su propio hermano «estuvo a punto de ser asesinado si no renunciaba a su fe» . «Lo forzaron a convertirse al hinduismo con el ritual de raparle el pelo, hacerle beber orina de vaca y quemar la Biblia para humillarlo —refiere el sacerdote—, pero pudo regresar a su fe. La familia rezó mucho por él y lo dejó en manos de Dios, que lo cuidó».

El gran reto de los sacerdotes «es reconstruir» en un ámbito en el que « es difícil ir a misa y en el que las personas van a la iglesia con miedo ». La labor no cesa con la caridad, la educación y la salud en un espacio hostil en el que «la religión cristiana está ayudando a conseguir dignidad humana y desarrollo de estos cristianos, en su mayoría de castas inferiores, que así s uponen una amenaza para las castas superiores » de la India.

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