Hermanas de la Cruz: se ve a las primeras
Vida de intensa oración, pobreza, mortificación, penitencia y servicio a los enfermos y a los pobres. Así quería Santa Ángela a las Hermanas de la Cruz. Después de 146 años de vida de cruz y fidelidad a las Reglas, nada ha cambiado, todo sigue igual
![Santa Ángela de la Cruz](https://s1.abcstatics.com/media/sevilla/2021/08/02/s/santa-angela-cruz23-kymG--1248x698@abc.jpg)
Dios inspiró a Sor Ángela la creación de un Instituto que viviendo la pobreza al extremo atendiera a los enfermos y a los pobres, sus amos y señores, para llevarlos al Señor. Estas religiosas imitan a Jesús Crucificado en su humildad, en su pobreza, en su humillación, y ven su rostro en el de los necesitados que cuidan. Tras trece años bajo la dirección del padre José Torres Padilla , sacerdote conocido como el Santero de Sevilla , por fin Sor Ángela pudo hacer realidad su deseo de hacerse pobre con los pobres . Antes, la zapatera Ángela Guerrero había intentado ser monja de clausura en las carmelitas, y religiosa de vida activa en las Hijas de la Caridad, sin conseguirlo, porque los planes de Dios eran otros.
Las Hermanas visten hábitos de parda estameña y calzan alpargatas , y esas prendas son comunes, salvo que lo disponga la superiora; excepto las enfermas, comen siempre de vigilia, normalmente el potaje o guisos con alimentos que les regalan , porque están a punto de caducar o no tienen el tamaño para venderse en el mercado; duermen en una tarima de madera y un día sí y otro no, porque al volver de las velas de enfermos se incorporan a sus tareas como si se acabasen de levantar; y en una pequeña bolsa de tela negra guardan sus escasos recuerdos. En su vida espiritual practican la pobreza interior, de espíritu, el desprendimiento, la humildad, la negación del amor propio .
En 1875, tres mujeres se apuntaron a ese programa de Cruz. La primera fue una terciaria franciscana de 45 años, Josefa de la Peña que decide ser Hermana de la Cruz porque confía en Sor Ángela y se entusiasma con su proyecto. Pese a la oposición de su familia vendió su casa y sus pertenencias y con esos escasos fondos empezará a andar la Compañía. Con Ángela y Josefa se unen dos jóvenes buenas, humildes y sencillas, Juana María Castro y Juana Magadán . Juana María cambiará su nombre por Hermana Sacramento para no confundirse con la otra Juana. Y ese equipo tan minúsculo fue el germen de una obra tan grande, con tanta verdad. «Escogió a los débiles e ignorantes para confundir a los sabios» (1 Cor. 1,27).
El 2 de agosto de 1875, con una misa del padre Torres en el Monasterio de Santa Paula nació oficialmente la Compañía de la Cruz. El convento era una habitación con derecho a cocina en el corral de vecinos del número 13 de la calle San Luis . El ajuar lo mínimo, una mesa, seis sillas viejas, un arca como ropero, un Crucifijo y una estampa de la Virgen de los Dolores . Ni siquiera pudieron comprar las tarimas de madera y dormían sobre cuatro esterillas en el suelo. Las cuatro monjas sin hábito estaban tan emocionadas de cumplir su sueño que ese día repartieron el poco dinero que les quedaba entre los enfermos y pobres, se olvidaron de hacer el potaje y se quedaron sin comer.
Muy pronto se mudaron a una casita pequeña en la calle Hombre de Piedra . Y luego, con la ayuda y la bendición de Dios, vinieron nuevas mudanzas en Sevilla y fundaciones en pueblos y ciudades donde reclamaban su presencia. Actualmente el Instituto tiene 53 casas en España, Italia y Argentina .
Fieles al espíritu
En estos 146 años de andadura de la Compañía de la Cruz, Sevilla ha cambiado mucho, así como las ciudades y pueblos donde tienen sus conventos las Hermanas, y también la sociedad. En Sevilla ya no hay corrales de vecinos ni riadas endémicas pero sí hay pobres y enfermos, ahora, desgraciadamente, muchos más por la pandemia del coronavirus que ha multiplicado el paro, el hambre y la necesidad.
Lo que sí permanece inalterable es el cariño de los sevillanos hacia las hijas de Sor Ángela . Desde que en el siglo XIX las conocieron y vieron su entrega abnegada a los desfavorecidos, les mostraron un gran cariño, que no ha menguado con los años sino que ha ido en aumento. Cariño al que se suman la admiración y la gratitud.
Tampoco ha habido cambio alguno en los conventos de las Hermanas. Ellas siguen fieles a su carisma, a la misión que les encomendó su fundadora, son las Hermanas de la Cruz. Con integridad y coherencia, dan testimonio de pobreza, humildad y desprendimiento en los ministerios que Sor Ángela les marcó: visita y vela a enfermos y necesitados en sus casas , a los que asean, curan y cocinan su comida, residencia para ancianas, residencias de niñas de familias desestructuradas, colegios, catequesis, talleres de formación, y clases de apoyo.
Las Hermanas de la Cruz sobre todo son fieles a la Iglesia y al espíritu de la Compañía, el que marcan sus Reglas . Ese es el motor que impulsa el servicio a los hermanos y llena sus conventos de una misteriosa alegría que tiene su centro en la Eucaristía y el Calvario. Y todo ese engranaje de amor lo ideó una obrera sevillana que sin haber leído a Santa Teresa o San Juan de la Cruz alcanzó en sus escritos la misma altura mística.
Cuando el Instituto cumplió cincuenta años de vida y tanto se alabó su labor, Sor Ángela quiso que las Hermanas siempre se miraran en el espejo de las pioneras, que fuera fieles a su espíritu y escribió: «Y después de los cien años, la persona que vea a una Hermana de la Cruz pueda decir: Se ve a las primeras, el mismo hábito exterior y el mismo interior; el mismo espíritu de abnegación, el mismo de sacrificio… Son las mismas, la providencia de los pobres; dan de comer al hambriento, visten al desnudo, buscan casa a los peregrinos, visitan a los enfermos, los limpian, los asean, los velan sacrificando su reposo.»
Y casi cien años más tarde, los sevillanos pueden afirmar que se ve a las primeras. Que las Hermanas siguen siendo como ellas. Con su mismo espíritu.
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