EN 1961 SE FUERON A TORREBLANCA
Hablan 55 años después las mujeres que vivieron en las chozas de El Vacie
Tras desmantelarse el asentamiento se fueron a los 1.080 pisos y las 528 casas que promovió el Patronato de la Vivienda
El éxodo definitivo de las familias que habitaban en ElVacie o Mato de San Joaquín terminó en septiembre de 1961 en presencia del ministro José María Martínez Sánchez Arjona que prendió fuego a la última choza.
Así se desvaneció todo. Todo lo material porque las personas que allí vivieron, amaron, lloraron, nacieron y vieron morir a los suyos aún recuerdan cada detalle de una vida que ya no volverá, una vida en la que eran felices a pesar de las estrecheces porque todos eran una piña. Eran 947 familias en una.
Carmen Ramírez Mancera, Manuela Marín Pozo, Belén Valcárcel Barrientos, María Luisa Campano Barrera y Francisca Pérez Lozano, de entre 60 y casi 90 años de edad, son algunas de esas mujeres que residían en las chozas de ladrillo y techo de lata en la que apenas cabía una cama de muelles, un anafe y una silla, y en donde vivían el matrimonio hasta cuatro hijos y los abuelos.
Entre abril y septiembre de 1961 abandonaron el poblado después de meses imaginando cómo serían esas casas que el Patronato de la Vivienda estaba haciendo para ellos en Torreblanca. La notica se la llevó el padre Miguel Ferrero, párroco de San Leandro , que les daba cuenta de cómo se iban desarrollando los acontecimientos. Hasta que llegó el día de la mudanza y empezó el desalojo.
Poco tuvieron que recoger porque poco tenían pero se llevaron lo que aún conservan hoy día: una vida llena de valores humanos en la que todo se compartía.
Cargaron hasta los 1.080 pisos y a las 528 casitas de Torreblanca la Nueva —actualmente quedan apenas setenta por escriturar por cuestiones familiares— con los recuerdos de un día a día que Francisca narraba orgullosa a ABC, mientras sus vecinas asentían ojeando las fotos de la época para ver si reconocían su choza.
Las madres iban por carburo para alumbrar los candiles o blanquear las fachadas y dejarlas como el nácar, tendían las ropa en cordeles y la soleaban o iban a la plaza de la Feria a por «unas patitas de pollo, la cabecita y el pescuezo» y con eso hacían de comer. Los padres vendían chatarra o recogían cartones y los niños tenían que dejar el colegio para trabajar. Es el caso de Francisca que con 10 años y sin apenas alcanzar al fregadero estaba sirviendo «en casa de Rosario e Isabel dos hermanas solteras que eran familia de Sor Ángela de la Cruz y gracias a ellas hice yo la comunión».
Así era el día a día, guisando, limpiando, acarreando cubos de agua hasta de madrugada desde una fuente que había en el cementerio , viendo fusilamientos en la tapia, comiendo lo que había, durmiendo cinco en una cama y teniendo un cubo para hacer las necesidades fisiológicas que luego tiraban en un hoyo.
Y eran felices porque «dejábamos las puertas abiertas y allí nadie entraba a robar ni a matar a nadie, ni se oían las palabrotas ni las conversaciones que hoy día escuchamos aquí por las escaleras y lo más importante: que cuando a una le hacía falta una cosa se le daba o íbamos en busca de quien fuese y, si se ponía de parto llegaba la matrona y todas estábamos allí... Éramos una familia».
Las Navidades eran punto y aparte en esa vida tan rica a pesar de la escasez. Por la noche los candiles de carburo señalaban las chozas en las que los grupos se paraban para ofrecer «pestiños, aguardiente o lo que cada uno tenía y allí nos poníamos a comer, a cantar y a bailar», rememora Francisca. «El Vacie de ahora —tercian las vecinas— no es como aquél que lo limpiábamos nosotras y a nadie le daba miedo entrar. Ni la barriada, que era Torreblanca, y ahora es Torrenegra».
Cuando llegaron a los pisos se encontraron comodidades que nunca habían visto ni tenido pero supieron conservarlos porque el Patronato trabajó con las familias para su inserción social y además las reunificó para que no perdieran el contacto las vecinas de las chozas de toda la vida.
Pero pasaron los años, llegaron las permutas, nuevos vecinos y el deterioro de hoy día no se hizo esperar.
Tampoco tardaron en reaparecer más chabolas en el recinto de El Vacie que hoy, de nuevo, quieren quitar y con financiación europea . Pero ese no es el camino que un día tomó el Patronato de la Vivienda de Sevilla, una entidad centenaria con un pasado glorioso y un presente no menos incierto que el futuro.
En la actualidad tiene graves dificultades para continuar con la labor para la que fue fundada por el Rey Alfonso XIII, —proporcionar viviendas a las clases económicamente más desfavorecidas— pues la normativa actual sobre viviendas protegidas y la falta de créditos imposibilita su existencia después de haber construido 13.000 viviendas y los equipamientos correspondientes de las barriadas como escuelas, iglesias, guardería y centros comerciales.
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