ENTREVISTA
«Hay un gran negocio en torno al cáncer de personas de edad avanzada»
El catedrático de Cirugía y cirujano Antonio Sitges-Serra publica «Si puede, no vaya al médico», un libro en el que denuncia los conflictos de intereses entre laboratorios, sociedades médicas, revistas científicas y profesionales médicos
Antonio Sitges-Serra (Barcelona, 1951) es catedrático de Cirugía de la Universidad Autónoma de Barcelona y jefe del Departamento de Cirugía del Hospital del Mar de la capital catalana. Ha sido presidente de la Sociedad Catalana de Cirugía y de la European Society of Parenteral and Enteral Nutrition , entre otras. Ha publicado más de cuatrocientos artículos científicos y participado en cerca de cien libros. En « Si puede, no vaya al médico» (Debate) denuncia la «tecnolatría», el afán de lucro y la sed de prestigio que , en su opinión, se interponen entre el médico y quien lo consulta.
«La medicina avanza tanto que pronto estaremos todos enfermos», dijo Aldous Huxley. ¿Podría ser el resumen de su libro?
Sí, podría ser. Hay muchos filósofos y pensadores del pasado siglo como Hannah Arendt, Heidegger o Wittgenstein que vienen advirtiendo de la deriva de la llamada «tecnociencia» . Los tomamos como artistas o medio locos a los que no hacemos caso, pero son personas muy inteligentes que han analizado mucho la realidad y que son capaces de prever las cosas que van a pasar.
Alude en el libro al cambio de paramétros en determinadas enfermedades como la diabetes, el colesterol o la hipertensión que, de un día para otro, incluyen en estas enfermedades a cientos de miles de personas que antes se consideraban sanas.
Esto es la consecuencia de lo que llamamos la medicina biométrica, que utiliza números para catalogar a las enfermedades, lo cual lleva al sobrediagnóstico y al sobretratamiento. Cada vez se ponen criterios más cuestionables que generan, entre comillas, millones de nuevos enfermos.
¿Se trata de enfermedades inventadas o imaginarias?
Son enfermedades imaginarias que aparecen como consecuencia de estos cambios biométricos, de cuyos límites los médicos, en general, no somos muy conscientes. Se les empieza a aplicar un tratamiento y así se generan nuevos medicamentos, por ejemplo, para la osteoporosis o para el colesterol alto.
¿La creciente mercantilización que se produce en tantas actividades humanas se está cebando ahora con la medicina?
Sin duda, hay intereses creados detrás de esta nueva medicación para enfermedades que antes no se consideraban como tales. Esta mercantilización de la sociedad no sólo existe en la banca o la vivienda sino también en la medicina. Esto genera una dinámica industrial que necesita buscar nuevos enfermos. Y pone de relieve la contradicción entre la buena salud que tenemos y la cantidad de nuevas medicinas que se supone que debemos tomar.
La hipocondría también parece avanzar en nuestra sociedad desde esas primeras películas neoyorquinas de Woody Allen.
Sí. Y creo que este avance del «y si tengo un cáncer» está conectado con ciertas actitudes culturales que esta mercantilización favorece.
«Por cambios de parámetros biométricos se han creado de un día para otro millones de nuevos enfermos de diabetes, colesterol o hipertensión, lo cual conduce a su medicalización y al consumo de nuevos fármacos»
¿Cree usted que hay más negocio que otra cosa en algunos de estos nuevos medicamentos?
Estamos hablando de un gran negocio. El sector de la salud crece a un ritmo vertiginoso muy superior al de cualquier otro sector industrial y esto llama la atención del dinero y de los inversionistas. Hace tres años un potentísimo fondo alemán compró Quirónsalud , el grupo privado de salud más importante de España, que cuenta con más de la mitad de los asegurados de todo el país. El precio se fijó en casi seis mil millones de euros. El sector sanitario crece a un 5 o un 6 por ciento anual y ha alcanzado casi el 30 por ciento del gasto del PIB en España. Pienso que llegará un momento en que la sanidad se marcará unos límites de gasto porque hay más cosas como educación, justicia o paro a las que se deben destinar recursos públicos.
El cáncer es la enfermedad con más nuevos medicamentos en el mercado
La investigación de nuevos fármacos contra el cáncer supone casi la mitad de los ensayos clínicos que se están haciendo actualmente en el mundo. El dinero que esta enfermedad mueve es inmenso y hay un estudio muy documentado de una prestigiosa institución norteamericana que demuestra que la relación coste-beneficio es desproporcionada. Algunos de estos nuevos medicamentos pueden suponer como mucho unos tres meses más de vida y se constata en muchos hospitales el abuso de la quimioterapia en enfermos irrecuperables.
¿Tres meses más de vida en qué condiciones?
Esa es la cuestión: hablamos de tres meses con muy mala calidad de vida. Entre un 30 y un 40 por ciento de los enfermos de cáncer han fallecido recibiendo quimioterapia. No sólo hablo del coste: creo que uno no se debe pasar los últimos meses de su vida haciéndose tacs y resonancias. Debemos reconciliarnos con la idea de la muerte natural a partir de cierta edad frente a esta corriente transhumanista de que la muerte se puede vencer o, al menos, evitar hasta los 120 ó 150 años.
¿Le parece una utopía vivir tanto?
Más que una utopía, que también, me parece una desconsideración hacia las nuevas generaciones, a las que tenemos que dejar sitio en el planeta. Cuando empecé la carrera, hace muchos años, ya se hablaba de los límites de los tratamientos médicos a partir de ciertas edades y del riesgo del encarnizamiento terapéutico. Hay muchas personas mayores de 85 años que mueren en una UCI y esto no solo es muy caro para la sanidad pública sino muy poco humano para el paciente y sus familiares.
¿Hay también negocio en la cronificación de ciertas enfermedades?
La cronificación de cualquier enfermedad suele traer más sufrimiento al enfermo y un mayor gasto. La industria y los laboratorios persiguen cronificar el cáncer pero hay que ver en qué condiciones se lograría, a costa de cuánto dolor para el paciente, de cuánta dependencia, de cuántos problemas familiares y de cuánto coste para el financiador. Hay que hablar del coste-beneficio de cada cosa.
En Estados Unidos, donde la sanidad pública es insignificante, supongo que esta cuestión ni se plantea.
Salvo en los casos de multimillonarios, allí nadie se plantea cronificar una enfermedad con tratamientos carísimos de una utilidad dudosa que te harán ganar meses de vida en muy malas condiciones. Si te lo tienes que pagar tú, casi nadie lo hace. El llamado «caso Baselga« (el oncólogo español Josep Baselga tuvo que dimitir como director del Memorial Sloan Kettering Cancer Center de Nueva York tras descubrirse que había recibido pagos millonarios de Roche y de otros laboratorios productores de varios fármacos contra el cáncer) es sólo la punta del iceberg de esto: el negocio que se mueve en torno al cáncer en personas de edad muy avanzada. Baselga no es un caso único ni muchos menos un problema muy extendido en Estados Unidos y que es objeto actualmente de un encendido debate: los honorarios de los médicos y los costes de la medicación anticáncer.
«La industria y los laboratorios persiguen cronificar el cáncer pero hay que ver a costa de cuánto dolor para el paciente, de cuánta dependencia y de cuántos problemas familiares»
¿Se están creando expectativas irreales o desmesuradas con estos fármacos respecto de la curación del cáncer?
El mensaje de la industria siempre es positivo y esperanzador y con él se intenta animar a la población, a los potenciales clientes, diciendo que hemos encontrado esto y lo otro. No hay duda de que parte de esta investigación ha sido muy positiva y que se ha reducido en los últimos sesenta años en un 20 por ciento la mortalidad del cáncer, pero a veces este exceso de optimismo tiene un efecto negativo en la gente: que se crea que el cáncer está solucionado. Se trata de un optimismo interesado para que la gente apriete más a los políticos para que incluyan tal fármaco en el catálogo de medicamentos de la Seguridad Social. La gente quiere lo último que hay y piensa que el Estado lo debe pagar, cueste lo que cueste. Y esto genera una dinámica letal para las arcas públicas. Hay un gran negocio del que se benefician las empresas farmacéuticas, las clínicas y los líderes de opinión, fundamentalmente los médicos que recomiendan estos fármacos.
¿Hay conflictos de intereses entre las sociedades médicas y los laboratorios farmacéuticos?
Este es uno de los temas que más debatimos en medicina, los conflictos de interés tanto en la investigación como en la práctica clínica. Hay médicos que reciben en especie o en dinero directo unos emolumentos muy signficativos, con lo que queda cuestionada su honestidad científica y su manera de presentar sus trabajos. También hay conflictos de intereses en materia de promoción académica por publicaciones que pueden lanzar tu carrera en la universidad.
Usted es médico y denuncia en su libro el exceso de vanidad que embarga a algunos estamentos de su profesión.
Soy cirujano y tengo muchos colegas que consideran que lo hacen es único. Presumen de tal o cual operación porque se ha hecho por primera vez de esta o de aquella manera; y lo curioso es que suelen encontrar eco en ustedes, los periodistas, que lo transmiten a la opinión pública. A los medios de comunicación les encanta lo espectacular, lo último, sobre todo si hay alguna máquina o robot por medio, y transmiten su entusiasmo a sus lectores. Entre la vanidad del médico, los intereses industriales y este tipo de periodismo se forma este cóctel. Y el lego se lleva las manos a la cabeza y dice: «¡Dios mío, cómo avanza la medicina!».
¿Las revistas científicas no garantizan el rigor de los ensayos clínicos y de los nuevos fármacos que publican?
Estas revistas tienen unos dueños, sus accionistas, que han invertido su dinero en ellas y quieren un retorno de su inversión. La publicidad ha bajado, las suscripciones son caras y muchas universidades se han dado de baja, de modo que para mantenerlas empieza a resultar frecuente que los editores pidan unos honorarios a los autores de esos ensayos que permiten asegurar su publicación.
O sea, que quien paga, publica. ¿Sin control?
No sé si es exactamente sin control pero es evidente que el pago de las publicaciones se ha convertido en una nueva vía de financiación de estas revistas. Esto es nuevo y mi duda, en efecto, es qué es lo que se garantiza el lector de esas publicaciones. Uno de los últimos premios Nobel de Medicina ha arremetido muy duramente contra la fiabilidad científica de lo que se publica en muchas de ellas.
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