Fundación Alalá: El flamenco conecta a las Tres Mil

Más de noventa niños participan en el proyecto de integración a través del arte de la empresa Konecta en el Polígono Sur. Curro Romero lo sorprendió con una visita

El Caracafé acompaña el cante de La Cebollita con Curro Romero al fondo J. M. Serrano

ALBERTO GARCÍA REYES

Al entrar por el Esqueleto, nombre idóneo para un centro cívico en esa zona tan reducida a los huesos de la ciudad, el Popo, que tiene 12 años y canta por soleá con un metal que hace temblar a las barandillas del puente de Triana, le dijo al Faraón de Camas, retirado tres años antes de que él naciera: «¿A usted no le daba miedo el toro?». Curro Romero le contestó con su senequismo natural: «Mucho, miarma, mucho». Esa fue la gran lección que el mito de la tauromaquia sevillana dio a los chiquillos de las Tres Mil Viviendas que acuden por las tardes a jugar al flamenco en la Fundación Alalá, un proyecto de la empresa Konecta que dirige Blanca Parejo y ampara un personaje del barrio que merece una novela: Emilio Caracafé . Las razones de su mote son evidentes. Tiene la cara morena como el Catunambú. Y reparte euforia a manojos cada vez que coge su guitarra y se pone a tocar de pie por bulerías, con Diego del Gastor en las yemas de los dedos, como si fuera un cantaor alrededor del baile. Los niños van todos los días a una caracola en la que duerme de noche el soniquete. Sólo hay dos requisitos: haber acudido al colegio y no haber recibido ningún castigo del profesor. Tienen tantas ganas de ir a Alalá —alegría en caló—, que desde que la fundación está en marcha no faltan a clase ni hacen trastadas. El empresario José María Pacheco , que está detrás de la iniciativa, lo explica con sencillez: «Es muy importante que, en una zona con tanto absentismo escolar, asuman que si quieren divertirse antes tienen que ser responsables».

A la clase de este jueves pasado, que además del Caracafé imparten la Toromba al baile y el Doctor Kelly en la percusión , no solo fueron los chavales. Fue también Curro Romero, que al llegar recordó, con un profundo gesto de nostalgia en la comisura de sus labios, la Nochebuena que pasó en las Tres Mil un año con Manuel Molina, Lole Montoya y su madre, Antonia la Negra. Quería escuchar ese venero que nunca se agota en la gitanería por el que tanta querencia ha tenido siempre. «Yo no quiero ronear de gitano, pero hace trescientos o cuatrocientos años tuve que serlo», ha llegado a decir más de una vez. El primero que se arrancó fue el Popo, que lleva la travesura en la mirada. Por soleá. Y luego se entonó otro chiquillo de doce años , Luis Soto, que se había tragado a su abuelo, de quien ha aprendido. Cantó un fandango de Caracol y otro camaronero. Todo el mundo se encogió en la silla. Turno de la Cebollita, una niña que se despacha por tangos como si fuera una vieja. Y, para terminar, llegó la percusión. Hay un fiera que se llama Gostaind y que es de Nigeria, pero llevaba el chándal del Betis y metía las manos por bulerías como si fuera de los jereles. Es un niño silencioso. No habla nada. «Había un picador que decía: con lo bonito que es saber hablar bien, más bonito es saberse callar», le alentó Curro antes de besarlo en el momento de la merienda, que es el premio final. Un plátano, una manzana y un batido. Y un rato de diversión a través de un don que allí está repartido por todas las esquinas. El flamenco los conecta con el mundo de oportunidades que comienza a apenas unos metros de allí.

La idea de Konecta comenzó dando pasos cortos. Montó primero una peña, después una asociación y finalmente se constituyó como fundación. Actualmente la escuela atiende a 90 niños de entre 6 y 12 años a los que, a partir del flamenco, se les ofrecen refuerzos de lectura y escritura o formación en nuevas tecnologías. Muchos de ellos han salido del barrio por primera vez en sus vidas gracias a las actuaciones que les organiza Alalá. Viven en un entorno muy reducido en el que adoran a un dios llamado Camarón y a otro que se apellida Romero. Por eso durante su visita, en la que también estuvo el bailaor Juan de Juan , todos estrujaron al Faraón, que forma parte de sus sueños aunque sólo lo han visto torear a través de los ojos de sus padres o sus abuelos. «¿No le daba miedo el toro?», le preguntó el Popo. «Mucho, miarma, mucho» , contestó Curro para enseñarle la importancia del miedo a quienes tienen que lidiar todos los días con el toro de la escasez en un barrio donde el peligro se cruza tantas veces en las plazas con el ole.

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