RELOJ DE ARENA

Franca Sorrentino: La vie en Rose

Fue la reina de la dolce vita sevillana de los sesenta y setenta. Peleó como un capitán para sacar a sus cinco hijos adelante y se divirtió como un marinero en la nave de su vida

En su piso de los Remedios, Franca Sorrentino abrió una caseta de Feria por la que sólo pasaban sus amistades. ABC

Félix Machuca

Fue la reina de aquel lejano territorio donde lo gris tomaba color y las necesidades se olvidaban por la fuerza de sus poderes: la belleza, la bravura, la elegancia, la simpatía. Uno de sus cinco hijos que, entre todos, le han dado once benditos nietos, me dijo que tres bellezas del cine tuvo aquel tiempo: Sofía Loren, Claudia Cardinale y Franca Sorrentino.

Franquita nos llegó desde Sicilia, con tres años, para mezclar los aires de Palermo con los de Triana y alambicar, con el paso del tiempo, una diosa de la Magna Grecia con la casta de la Tudertania: una Venus de uno setenta de altura, ochenta y cinco de pecho y una cintura de avispa de treinta y seis centímetros . Rompió más cuellos en Sevilla que el chino gordito aquel de «007 contra el Doctor No».

El que tiraba el bombín y desnucaba a sus adversarios. A su paso por los bares la ensaladilla se cortaba, los sanjacobos perdían la santidad y los hombres y muchachos dejaban la barra para entonarle la Marcha Real. Era una mujer de bandera . Y esa bandera la compartió con quien ella solo quiso.

Me cuenta Franca, que vive relajada y ajena al trono de la reina que fue, que tuvo dos parejas del taco riguroso. El primero salió un día por tabaco. Y hubo que buscarlo hasta por el Boletín Oficial del Estado. Se fue pero nunca la abandonó el amor ni la noche . En los saraos más exigentes, palacetes, cortijos, tablaos y ventas abiertas hasta el amanecer, supieron de su arrolladora belleza y de su lengua sin miedo.

Fue amiga de la Sevilla de los señoritos y de la otra, de la que pedía a gritos un Mateo Alemán para que recogiera los racimos de picaresca que subían a la parra de sus aventuras. Desde El Maera al Beni de Cádiz. De aquella Sevilla que se movía en el polígono feliz de la diversión compuesto por la taberna del Traga, la de Siete Revuelta, el Oasis y El Morapio, a La Franca no le faltó nunca un Guardiola, un ganadero o un trianero sin más plata que el brillo de su río, que la escoltara.

En El Morapio precisamente se pasó siete noches gloriosas celebrando, sin interrupción, con Curro Romero y la cuadrilla de afectos indeclinables del torero, las ocho orejas que cortó el faraón.

Le pusieron aviones privados para llevarla a Italia . Triana estiraba el pescuezo cuando llegaban los coches a recogerla. Coches que parecían haberse salido de las pantallas de «Grease». En su casa de Los Remedios, en el piso, abrió una caseta de Feria por donde solo pasaban sus amistades y las chaquetas mejor planchadas y cosidas de la diplomacia internacional. Era admirada y deseada.

En un local de la calle San Jacinto , donde había abierto un negocio, tuvo que mandar parar a un policía que la sofocaba con sus pretensiones. Tantas veces como la requirió, tantas veces lo mandó a hacer prácticas de tiro a otro lado. Un día, harta del moscardón, se fue a las más altas instancias para denunciar el acoso . El policía fue destinado a una plaza mucho menos atractiva que Sevilla… Se mira pero no se toca. Si ella no quiere.

Peleó como un capitán para sacar a sus cinco hijos adelante y se divirtió como un marinero en la nave de su vida. Bebió güisqui como por prescripción facultativa. Y fumó tabaco como si tuviera acciones en Tabacalera. Transgredió el mundo cerrado, con olor a sacristía y temor de purgatorio, de las mujeres de entonces.

Fue tan libre, osada, brava, valiente y hermosa que Manuel Pareja Obregón le escribió una canción que fue su radiografía. La invitó a que fuera a oír la maqueta a la pensión donde el genial compositor paraba en el Rocío. Luego María Vidal propagó aquella copla que era el ADN de la Franca: «Tiene un ruiseñor en la garganta /y a todo el mundo le canta / las verdades del barquero…» Uno de sus amigos de la Puerta Jerez puede dar fe de su sinceridad… De aquella corte le quedan miles de fotos, recuerdos de alto standing y amigos como Luis el del Cairo y María Jiménez. Vive feliz y septuagenaria una existencia confortable, recordando quizás a su gran amor en la vida, aquel que como cantaba Edith Piaff, «cuando me toma en sus brazos /y me canta bajito /veo la vida en rosa…».

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