Reloj de Arena

Federico M. Pérez de Estudillo: El cura y sus hijas adoptivas

No me refiero ni al Pájaro Espino ni a don Camilo. Me refiero al muy mariano, sevillista y currista padre Estudillo

Federico M. Pérez de Estudillo ABC

Félix Machuca

Entre los renglones torcidos de Dios nos encontramos, a veces, definidos con muy buena letra y más derechos que un cirio pascual, algunos ministros de la Iglesia que, por su personalidad, alcanzaron la gloria de la polémica. Para algunos era la personificación de la transgresión y un declarado infractor de las ordenanzas celestiales. Para otros un ser humano, con un corazón muy rojo y una irresistible atracción para hacer hijas adoptivas. Se le imputan cerca de cuatro mil chicas de la época a las que ayudó, relacionó y aconsejó, en privado o en veladas grupales en algunos de los bares de su ruta habitual: la bodeguita Moreno, Trifón, La Isla, Góngora y aquel luminoso local que tenía Paco Hermosilla a la vera de Correo y frente a la puerta de la Catedral. En esa misma puerta, donde la nomenclatura religiosa local tenía un palco para ver las cofradías, se le vio una noche de semana santa sentado en su silla y completamente entregado a Morfeo. Ni la música de las bandas lograron sacar al cura de aquel séptimo cielo donde descansaba, quizás, de un Domingo de Ramos con demasiadas torrijas…

Cuando lo hicieron canónigo los amigos más cercanos le decían que había alcanzado tal dignidad por llevar la sotana con ribetes rojos de su equipo del alma. Otros más deslenguados le preguntaban si los botones de su hábito de cura eran los de la portañuela. No regateaba una sonrisa para celebrar esas bromas. Como tampoco se quedaba callado cuando alguien patinaba con algunas de sus intocables creencias. A Paco Hermosilla se le escapó una vez un me cago en la host… que retumbó en los oídos del cura. Estuvo cuatro días y cuatro noches sin hablarle. Y eso que era amigo del alma, integrante puntual de aquella tertulia donde se reunía con Jesús Quintero, José Luis Montoya, Gregorio Conejo, González Merino y el propio Hermosilla . En la vitrina de botellas raras de la Flor del Toranzo, Rogelio Trifón , tiene colgada una caricatura de Salas , dibujante de Diario 16 de la Sevilla de los ochenta. En esa caricatura se ve al padre Estudillo con un paraguas abierto protegiendo de una lluvia indeseable de almohadillas a Curro Romero , tras una tarde nefasta. Era tan currista que en cierta ocasión, un guasa con ají en la lengua, le dijo al cura: «Don Federico, a ver cuándo se retira Curro» Y sin inmutarse, el cura nacido en Bellavista, le contestó: «Nos retiramos los curas, se retiran los obispos, se retiran los cardenales. Pero el Papa no se retira. Y Curro es el Papa del toreo». El protestante humilló, se dolió de la estocada en todo lo alto y rodó por el albero de la vergüenza con el rabo entre las patas.

Gracias a sus buenas relaciones con la plana orgánica del antiguo régimen, logró llevar la luz y el asfalto hasta su barrio de Bellavista desde donde, en una sillita de ruedas, andando, solía traer a su madre hasta Sevilla para que viera la Semana Santa. Dicen que cantaba como comía. O sea, con mucho gusto y paladar. Paco Hermosilla fue testigo de cómo se arrancó en Sanlúcar de Barrameda, concretamente en la antigua casa Martínez, por seguidillas y soleares, con su sotana y su tirilla. La gente casi se pone de rodillas para celebrar la bendición de aquella garganta. Era glotón. E insaciable. En una noche de ánimas de gloria, por Sanlúcar también, llegaron a casa después de un madrugón acompañado por la Gitanilla y por el Tío Pepe. Eran las seis treinta. A las nueve de la mañana estaba pidiendo comida. «¿Es que en esta casa no se desayuna?», preguntó desahogado. Y le pusieron un «entrecó» más largo que la estera de un convento. En una goyesca lloró literalmente porque llegaron tarde a Ronda y no encontraban sitio para comer. Joaquín Moeckel , que iba en la cuadrilla, se las apañó para juntar unas sillas y conseguir una mesa sin cita previa para calmar el gargantúa que llevaba Estudillo en la barriga. Gustándole el toreo como le gustaba, siendo capellán de la Maestranza, se le atravesó un matador portugués con nombre de jugador del Chelsea, quien metió las manos en asuntos personales que el cura tenía en Venezuela. Una de sus hijas adoptivas era de allí. Y tenía un origen humildísimo. El cura le quiso regalar una lavadora. Y realizó una colecta entre los amigos de la tertulia que le dejaron en La Isla un sobre con billetes hechos con papel de periódico. El pater recogió el sobre la noche previa al viaje intercontinental. Y cuando se dio cuenta de la broma empezó a llamar, uno por uno, a cada tertuliano echando humo por las narices y azufre por la boca. Lo convencieron de que todo era una broma. Y al día siguiente, antes de subirse al avión, llevaba un sobre con el jurdó para la lavadora de Benji. Cuando murió, su localidad en la Maestranza, se quedó vacante para que la ocupara una rosa. No era la de Lancaster. Pero sí la de su pasión sevillista, currista y mariana… que la llevaba a su manera en el costal de su fe.

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