Reloj de arena

Federico Alonso Pernía: Una hormiga entre chicharras

Fue soldado y empleado de banca antes de entrar de cabeza en el mundo del arte con un trío que grabó más de cien temas

Archivo Pepe Camacho

Félix Machuca

La noche escoge a sus personajes y en el mundo bodeguero y extásico del flamenco, los cabales suelen responder a una tipología bien definida. No es ese mundo de ayes, desplantes y ventas del fino La Ina el más indicado para los notarios ni para los jueces de paz. Es tan exigente el mundo de los reservados y de los tablaos que para ser admitido de pleno derecho debes hablar alto, tener un reloj sin horas y elevar el casticismo a religión irrenunciable. Es el mundo de las cigarras cantoras donde, de vez en vez, suelen admitir a una hormiga laboriosa, comedida y muy de su hormiguero. Para convertirse en el hecho diferencial del grupo.

Federico Alonso Pernía escribía con once años en su colegio de Dos Hermanas teatrillos para los alumnos. Y con esa misma edad compuso un poema para la Virgen de Valme que, años más tarde, en su primer disco, Los del Río lo incorporaron como tema. Antes de convertirse en la hormiga laboriosa y prudente en un mundo tan adverso y profesional de la guasa como es la noche rumbosa, Alonso Pernía se fue hasta Larache para hacerse soldadito español. Luego regresó a la tierra y puso a prueba su valor guerrero trabajando en un banco que era hispano y americano. Pero le tiraban más las letras de sus poemas que las impagadas de los clientes. Y de cabeza entró al mundo del arte con un trío que en diez años grabó más de cien temas. Un trincarro musical que se llamó Pernía, Vizcaíno y García Tejero .

En una romería de Valme conoció a Paco Palacios el Pali . Y el trovador con sus letras y Pernía con sus músicas accedieron al alma que Sevilla iba perdiendo en la puerta de Correos, en el Arenal o en la Alameda, en los mantones bordados de las cigarreras, en los bautizos con arte de Triana, en las lágrimas de la Giralda y de la Torre del Oro y en las cosas del Leal de Camas. Ambos entraron por la puerta de la añoranza en una Sevilla del buen recuerdo que finalizaba su tiempo, entre desconchados en las paredes y en el alma, dejando para los archivos del sentimiento letras tan populares que parecen crónicas de un tiempo perdido. «Madre no me riñas más / por salir de costalero», cantaba el Pali olvidándose de que Magdalena le reñía no por salir de costalero, sino porque se iba con el Beni de Cádiz y Felipe Campuzano de fiesta por Triana, dos días sin parar y de costero a costero.

Esa correría la vivió Alonso Pernía en diferido porque declinó apuntarse a darle la vuelta al mundo de la noche larga de Triana. Al compositor de Dos Hermanas no se le olvidan aquellas reuniones en casa de Paco Palacios cuando estrenaba disco y llamaba a los más cercanos para que lo escucharan antes que nadie. La guasa del Pali no pasaba aduana y entraba libre de impuestos cuando se iba para el tocadiscos, pinchaba la última grabación y salían las graves y engoladas voces de unos monjes cantando gregoriano. ¿Pali, eso qué es? Y recuerda Pernía que con toda la guasa de la que era capaz aclaraba la situación diciendo: se han equivocado en la casa de discos y en vez del mío han grabado esto. Las metía tan gordas como la cintura de Buda que rebosaba por encima de su correa.

Alonso Pernía siempre vivió en Dos Hermanas y era vecino en la calle Alcoba del Gran Simón , uno de los primeros transformistas de la noche sevillana. Se hizo famoso imitando a la Jurado en La Trocha versionando, histriónicamente, el tema «Señora». Con el Gran Simón y otros amigos más que tocaban guitarras y bandurrias se dedicaron a dar serenatas de pago. Un día se equivocaron y fueron dos noches seguidas, a altas horas de la madrugada, a cantar al mismo balcón. Simón tenía los faros de ver cortitos. Y se equivocó al leer la dirección. El primer día la chica estaba entusiasmada. El segundo los disolvió a golpe de manguerazo desde el interior de la casa el padre de la niña que no estaba para esos disturbios. Por Pernía se registró en autores el Pali, no sin antes haber sometido al trovador de Sevilla a la tortura forzosa de subir unas escaleras empinadísimas y romper dos jarrones que escoltaban la entrada en el registro.

Asfixiadito llegó a la cumbre. Y con el Gran Simón rompieron, a carcajada limpia, la madrugada nazarena en los veranos de entonces, contándose anécdotas de unas vidas que no eran precisamente ejemplares, pero sí la mar de divertidas. Nuestro hombre sigue escribiendo en Dos Hermanas después de haberlo hecho para gente como Los Romeros de la Puebla, Amigos de Gines, Lolita Valderrama, el Fary, Los del Río, Manolo Escobar, Chano Lobato y… así hasta hacer cierto que fue la hormiguita en el mundo de las chicharras del cante de los flamencos.

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