RELOJ DE ARENA

Enrique Iniesta Coullaut-Valera: Elogio de la locura

Su compromiso apostólico lo llevó a crear en el Cerro del Águila una casa de cristiandad para jóvenes estudiantes sin recursos y fue de los primeros en acceder a los documentos manuscritos de Blas Infante

Enrique Iniesta contemplando la bandera de Andalucía ABC

Félix Machuca

Aunque nació en Madrid , era previsible que alguien por cuyas venas corría la sangre del escritor Juan Valera y del escultor Lorenzo Coullaut-Valera , volcara toda su inmensa sensibilidad sobre Andalucía . Juan Valera escribió Pepita Jiménez . Y Collaut-Valera dejó en el parque de María Luisa una exquisita alegoría del amor dedicada a Gustavo Adolfo Bécquer , que sobrevive amenazado por el vandalismo y la ignorancia reinante.

En una semana tan andaluza como ésta, con un 28 de febrero que se nos antoja pórtico de navajazos plateados y asimetrías desleales, era de justicia acordarse de este cura escolapio , perteneciente a aquella quinta de sacerdotes que vieron a Cristo en las miserias del Pozo del Tío Raimundo y en Palacagüina, para poner su acento apostólico en lo social y en el compromiso con los desheredados.

Curas como José María de los Santos, Eduardo Chinarro, Diamantino García , José María Javierre, José Godoy, Antonio Muñoz, José Antonio Casasola y Enrique Iniesta aparecen de pleno derecho en el mármol de la memoria de unos tiempos donde los curas también eran albañiles, jornaleros, mecánicos o periodistas. Ellos se comprometieron por una España más justa e igualitaria . Y tuvieron a sus respectivos ángeles de la guarda trabajando a destajo para no ser alcanzados por los coletazos del franquismo ni por las amonestaciones de sus respectivas jerarquías eclesiásticas.

Enrique entró en Andalucía por Marchena y en el andalucismo por una conjunción de caminos vitales y personales que lo llevaron hasta Villa Alegría, la casa de Blas Infante en Coria . Antes había convertido otra casa del Cerro del Águila, por donde ya andaba Salvador Távora buscando entre los rastrojos de nuestra cultura las bases de una identidad suplantada, en una comuna cristiana. Allí convivían chicos universitarios a imagen y semejanza de las comunas del Nuevo Testamento. Iniesta era pura intensidad. Pasión desbordada. Compromiso sin hora ni límites. Todo por la causa.

Miguel Camacho, posterior militante y responsable orgánico del Partido Andalucista , dio con él buscando un libro sobre el latifundismo que Alfonso Guerra no le facilitaba en su librería Antonio Machado. Un amigo de facultad le dijo que creía haberlo visto en una estantería que Iniesta tenía en la casa del Cerro. Y allí estaba el libro, justo al lado de una máscara que Miguel confundió con la mascarilla mortuoria de Lenin . Iniesta invirtió toda la tarde en explicarle que era la de José de Calasanz y Camacho se dio cuenta de que aquel cura era muy especial.

Y tan especial que, en sus incursiones literarias, escribió sobre la ardorosa defensa que el santo Calasanz realizó del científico Galileo; tan especial que sacaba el dinero de donde fuera para costear la estancia, estudios y comidas de los universitarios de la comuna; tan especial que abrió la librería «El toro suelto» para que lo empitonara la ruina de una iniciativa que no aspiraba a ser rentable, sino a divulgar entre los lectores lo que era Andalucía . Un día se trajo de la Cuesta Moyano en Madrid dos maletas atiborradas de libros de segunda mano que vendió por los pueblos de la provincia al mismo precio.

Uno de los pioneros que llegaron a Villa Alegría y ordenaron y cifraron la documentación manuscrita de Blas Infante

No frecuentaba los veladores del moyate y el dominó. Porque duro que tuviera duro que gastaba en su obra. Cuando la revista «Andalucía libre» firmaba sus días finales, se la echó a sus espaldas, para reanimarla y sostenerla, convirtiéndose en el martillo pilón de los nuevos colaboradores. Ya no estaban Manolo Prados, ni Martín Risquez, ni José Luis Ortiz de Lanzagorta ni el mismísimo Antonio Muñoz Molina , pero el cura siguió tirando del carro. A Iniesta, además de esa pasión apostólica e intelectual desbordante, le sobraba corazón para convertirse en uno de los pioneros que llegaron a Villa Alegría y ordenaron y cifraron la documentación manuscrita de Blas Infante.

Aquel trabajo lo apasionaba y en más de una ocasión le comentó a Camacho la indescriptible sensación que le daba el leve chasquido de la tinta al separase del papel documental, tras tanto tiempo durmiendo en cajones, transportándolo quizás, a la ensoñación de los tiempos seminales del pensamiento infantiano. En sus conocimientos se basó el director de cine Antonio Gonzalo para rodar la película del padre de la patria andaluza. Alguien definió a Iniesta como un saco de valores andante. Su memoria y tributo lo guarda Manolo Ruiz.

Si su abuelo le dedicó al amor el fantástico grupo de Bécquer , Iniesta dio todo el que tenía por una tierra que apenas lo conoció, para que sus ojos vieran tiburones en vez de golondrinas.

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