En nombre propio
«La duquesa de Alba era una paciente malísima. Hacía lo que le daba la gana»
El prestigioso neurocirujano Francisco Trujillo, tiene una agenda de pacientes repleta de nombres conocidos. Recuerda con especial cariño a Cayetana Fitz-James Stuart
Cofundador y actual director del Instituto de Especialidades Neurológicas (Iensa), Francisco Trujillo es uno de los más prestigiosos neurocirujanos de España.
—Ha operado a la duquesa de Alba, a Miguel Perera, Curro Romero, José Mari Manzanares, Paco Ojeda... ¿Se considera un neurocirujano mediático?
—No. Soy un neurocirujano que ha estado en el momento y sitio oportuno para que determinadas cosas que he hecho tengan más repercusión. Una de las cosas que más repercusión tuvo fue el tratamiento quirúrgico de la duquesa, cuando curiosamente la cirugía que le hicimos es casi de las menos complicadas de nuestra especialidad.
—¿Le buscan los famosos ya?
—Yo le diría que tengo muchos amigos famosos, sobre todo del mundo del toro. En la medicina funciona el boca a boca.
—¿Entabló amistad con la duquesa?
—Muchísima. Es que yo le diría que en los últimos días años fui su confidente. Era mucho mejor de cómo la describía la Prensa. Era sumamente interesante e inteligente. Como tenía esa forma de hablar parecía que lo que decía no tenía importancia, pero sus conversaciones eran de una profundidad... La imagen que daba al público era muy distinta de la seriedad que mostraba la mayoría de las veces. Además, me ha dejado un legado muy importante, que es la amistad de su viudo, Alfonso Díez, que ayudó mucho en los momentos malos de la cirugía, cuando había que tomar decisiones importantes.
—Debió tener mucha presión cuando le operó de columna y de hidrocefalia.
—Sí, porque tomar una decisión de ese tipo podía darme prestigio si iba bien o hundirme profesionalmente si iba mal. Así de claro. Había gente que me decía: ¡Qué suerte tienes de operar a la duquesa! Y es verdad pero el riesgo no se asume con la misma normalidad que con otros enfermos. Le voy a contar una anécdota. Tengo una tía de 90 años muy lúcida que cuando se enteró de que la iba a operar me dijo: llevo muchos días rezando por ti para que si no hay solución se muera la duquesa antes de que la operes.
—¿Cómo era como paciente Cayetana Fitz-James Stuart?
—Malísima porque hacía lo que le daba la gana. Había veces que tenía que enfrentarme a ella para que cumpliera los tratamientos. Yo le hablaba como a un enfermo más . Ella estaba acostumbrada a mandar y no aceptaba que nadie le mandara. Había gente que me decía: yo nunca le he oído hablar a la duquesa de Alba como tú le hablas.
«Había gente que me decía: ¡Qué suerte tienes de operar a la duquesa! Y es verdad pero el riesgo no se asume con la misma normalidad»
—Tras haberse roto la pelvis, la duquesa se fue a Roma y allí se fracturó el fémur.
—Ya se lo dije yo, se lo dijeron los hijos... pero se empeñó y se fue.
—No sólo atiende a famosos, sino que al parecer usted también dedica tiempo a consultas gratuitas.
—Los médicos estamos en contacto con gente que sufre, alguna no tiene dinero, hace lo posible porque los veas y después no puedes abandonarlos. Nosotros estamos muy pendientes de esas situaciones humanas, aunque por supuesto comemos de nuestra profesión. Cuando me nombraron alcalde honorífico de Algodonales (Cádiz) di un discurso y se me ocurrió decir que cobraría la mitad a todo vecino que tuviera necesidad de mis servicios sanitarios. Ahora es raro que no tenga algún día un enfermo de Algodonales. Lo dije y lo cumplo.
—Quería ser matemático, empezó como otorrino y terminó como neurocirujano. Un viaje muy accidentado.
—Empecé de otorrino con mi amigo Antonio Muñoz Cariñanos, que no sólo me enseñó medicina sino a comprender la vida. Intenté avanzar para conseguir extirpar tumores del oído desde dentro de la cabeza y eso hizo que al final acabara haciendo una especialidad que se llamaba otoneurocirugía. Fue entonces cuando conocí a Pedro Albert Lasierra y desde entonces ya no me moví de su lado. Yo considero que es uno de los últimos maestros que han existido. Entonces un maestro te enseñaba medicina y a vivir, al comprender a los enfermos... Ahora el concepto de formación es distinto.
—¿Por qué hace quince años dejó la sanidad pública?
—Me fui porque los últimos años que estuve allí consideraba que no estaba haciendo la medicina que me gustaba porque los conceptos de gestión cambiaron. Hasta que la sanidad pública se politizó nos dirigían profesionales acreditados, con más experiencia que los que estábamos a su servicio y que sabían lo que era la sanidad porque la habían vivido desde abajo. Los criterios sanitarios dejaron de primar a la hora de atender al paciente y sentía que no era lo que me había enseñado mi maestro Albert. Empezaron a preguntarme en la sanidad pública cuántos enfermos operaba, cuántos veía, cuántos había derivado a pruebas... pero nunca me preguntaron cuántos se habían muerto, cuántos se habían curado... Eso les parecía secundario.
«Me fui de la sanidad pública porque estaba incómodo. Me preguntaban cuántos pacientes veía pero no cuántos se morían»
—Susana Díaz dice que la sanidad andaluza es la joya de la corona.
—Si esa es la joya, no sé cómo será la corona. Si comparamos la sanidad pública española con la de Estados Unidos, Francia o Reino Unido, probablemente la española es de las mejores, lo que no quiere decir es que sea una joya, sino que hay que mejorarla para que el enfermo la sienta así.
—Ahora los médicos de familia del SAS tienen menos de cinco minutos para cada paciente. ¿Cuántos problemas médicos se resolverían escuchando un poco más al paciente?
—El 50% del poder de curación del médico es exclusivamente psicológico y eso se hace escuchando al paciente, convenciéndole de que tiene fuerza para superarlo... Por eso el médico ha perdido mucha capacidad de curación. Pero no es culpa de los médicos, sino de las imposiciones del sistema sanitario público. De pequeño mi madre me arropaba de noche y aquello me daba mucha tranquilidad... En el Instituto de Especialidades Neurológicas (Iensa) somos de los que vamos a tapar al enfermo y a preguntarles cómo están. Eso es darle calidad humana al servicio porque no podemos olvidar que es una persona la que está enferma y en la mayoría de las veces pone su cabeza en nuestras manos.
—Hay profesionales destacados que temen tener a personas valiosas a su lado para evitar que les haga sombra. Usted, sin embargo, presume constantemente de rodearse de los mejores.
—Yo tenía un catedrático que se llevaba en su bolsillo los visores de los microscopios quirúrgicos para que ninguno de los que aprendíamos con él pudiéramos usarlos cuando él no estuviera. ¡Fíjese hasta qué grado llega la perversión de un maestro cuando no es bueno, cuando no es maestro!. Aquello me dejó tan marcado que me dije que siempre tendría a mi lado gente que me enseñara continuamente. Nunca he dejado de contratar a alguien que sea mejor que yo. Eso también lo aprendí de mi maestro.
—¿Se ha inmunizado frente al dolor?
—Al contrario. Ahora soy más sensible que cuando tenía menos años. Hay gente que dice que los médicos nos acostumbrados. ¿A qué? Yo no me acostumbro para nada a ver sufrir a los demás.
—Se especializó en la neuralgia del trigémino, lo que sufrió la juez Alaya.
—De todas las patologías que abordo, es de las más terribles. De hecho, recuerdo una enferma de 80 años que se tiró del balcón de su casa porque no pudo soportar el dolor.
—Se ha sentido a veces impotente por no poder curar a un paciente.
—Algunas operaciones me quitan el sueño. Cuando se trata de casos complicados opero al enfermo los días antes de la intervención quirúrgica. Lo operas de noche, cuando estás durmiendo; de día, cuando estás solo y piensas cómo vas a abordar la operación. Le voy a decir una cosa que no todo el mundo es capaz de decir. Hace meses cerré a una enferma con un tumor porque me consideré incapaz de extirparlo sin dejarle una cantidad importante de secuelas. Para mí es un fracaso y no dejo de darle vueltas sobre cómo podemos abordar. Pero no se me caen los anillos por decirle a la familia: no he sido capaz de operarla. Infalible no soy.
«Cerré a una enferma con un tumor porque me consideré incapaz de extirparlo. No dejo de darle vueltas»
—¿Cuál es la operación más frecuente entre los neurocirujanos?
—Son más frecuentes las hernias de disco lumbares que los tumores cerebrales.
—¿Se puede operar el cerebro con el paciente despierto?
—Ahora se le da un bombo tremendo a eso aunque eso se hacía en la Seguridad Social hace más de 30 años. El doctor Alberto Altuzarra operaba entonces a enfermos despiertos cuando era necesario saber qué parte del cerebro estaba lesionando.
—¿Qué es lo más curioso que le ha sucedido operando?
—Me pasó cuando Altuzarra operaba un enfermo de epilepsia despierto. Al paciente le entró el pánico y se levantó de la mesa. Yo estaba de ayudante y se me aflojaron las piernas. Imagínese cómo fue aquello: los médicos aguantando al enfermo encima de la mesa, sujetando con las manos su masa cerebral para que no se saliera... Aquello se me quedó grabado.
—A usted no le gustaría morirse si ver qué avances en neurocirugía...
—A mí es que no me gustaría morirme... (risas). Me gustaría ver una solución a los tumores cerebrales. Tenemos muchas patología intracraneal que no sabemos resolver y la cirugía no es la solución definitiva para tumores cerebrales malignos.
—¿Tiene límites la neurocirugía?
—Ni tiene límites ahora ni los tendrá nunca. Es como el horizonte de la tierra, nunca se ve el final.