DIARIO DEL COVID-19 / DÍA 5

Diario del Covid-19: «La vida sigue»

Uno siente que lo que de verdad importa no está en el trabajo ni en los estudios, sino en los lazos de sangre, fortalecidos estos días

Una mujer haciendo la plaza en el mercado de Triana EFE

Y ese es su gran misterio. La grandiosa capacidad de adaptación a las circunstancias saltando por encima de los obstáculos, los inconvenientes o las dificultades. La vida continúa detrás de las puertas de cada hogar, desplegándose a pesar de todo lo que notamos fuera de sitio, rompiendo la normalidad que habíamos conocido hasta que nos adaptemos a la nueva rutina y la incorporemos a nuestro día a día.

En casa, Cristina todavía no se ha adaptado a los nuevos ritmos y siente que el día se le va sin hacer nada productivo. Llegó tarde a la clase virtual y esa contrariedad la ha arrastrado todo el tiempo. En la cena, que es cuando repasamos la jornada, todos hemos coincidido en la necesidad de mantener una rutina y María José ha anunciado que se van a levantar todas en cuanto yo me vaya a Canal Sur. Veremos.

Cristina se lamenta del tiempo que pierde pero, en el fondo, por lo que está sublevada es por el tiempo que puede perder si retrasan la prueba de Selectividad que tiene que afrontar en junio . Ella, y todos los compañeros de clase, habían planificado el verano al milímetro y ahora sienten que esa programación se les escapa de las manos y por eso sufren. Tanto que nos ha pedido cambiar de asunto en la mesa y hemos dejado de hablar sobre el particular para no añadir zozobra a su angustia.

Pero es cuestión de vivirlo y no pensarlo para evitar la frustración . La vida sigue para Isidro, que me anima a seguir escribiendo esta bitácora para que él mismo pueda leerla por la tarde una vez acabada la tarea cotidiana: "No te olvides de los del teletrabajo, estamos conectados por teléfono e internet dando apoyo y asistencia a la población en distintos sectores después de haber convertido nuestras salas, salitas o salones en oficinas bancarias, administrativas, despachos... Y cumpliendo el horario a rajatabla". No sin una buena dosis de humor, les llama "campamentos de refugiados laborales" para el "éxodo laboral tecnológico" que se vivió en la Torre Pelli el viernes pasado, cuando centenares de empleados abandonaron su puesto de trabajo cargados de equipos informativos y dispositivos móviles camino no de ninguna tierra prometida sino de sus propias casas.

La tierra prometida, ese suelo que mana leche y miel, es en nuestro caso abrazarnos, achucharnos y besarnos como siempre hemos hecho. Dice mi compañero Pedro que hay quien se molesta en la cola del supermercado si alguien se le acerca más de la cuenta. ¿Cambiarán también nuestros hábitos sociales cuando volvamos a disfrutar de libertad de movimientos?, ¿cambiaremos la constante interacción de unos con otros invadiendo los espacios personales por la distancia que mantienen a rajatabla los pueblos septentrionales?

Muchas cosas van a cambiar después de esta crisis. Algunas para bien, otras para mal. La economía está apuntada en la lista para un cambio significativo. En Sevilla, donde vivimos básicamente del turismo y de la industria aeronáutica -dos de los sectores más castigados- las perspectivas no son muy halagüeñas. También la educación va a cambiar más de lo que sospechamos. La escuela presencial en la que todos los alumnos siguen el mismo ritmo de aprendizaje era una necesidad de la revolución industrial para preparar a la fuerza laboral a los ritmos de producción. ¿Estamos seguros de que eso no va a cambiar?

Mi amiga María del Mar, profesora, dice que está trabajando más en casa, preparando lecciones y subiendo contenidos a las plataformas educativas, que con las clases presenciales. Y Raquel ha confesado en el mismo grupo de la parroquia que su hija "no ha estudiado más en su vida de la de deberes que les mandan de un día para otro" . Claro, ella lo ha adornado con un sinfín de caritas sonrientes, compungidas, llorosas o sorprendidas imposibles de reproducir aquí, que para algo es nuestra reina del emoticono.

Lo mejor de la tele aula me lo han contado en el trabajo, creo que Alejandra porque nos pasamos todo el día refiriendo tantas anécdotas que ya no sabe uno quién te contó qué. Resulta que una amiga suya, madre de seis hijos, tiene tal avalancha de mensajes electrónicos de los profesores de su prole, de Infantil de cinco años a tercero de la ESO, que ya no sabe qué le mandan a cada uno y es tal el lío a la hora de repartir los deberes a cada uno que van a acabar saltando de año o repitiendo curso mientras dure la reclusión.

Qué más da. Todavía pensamos en este tiempo entre paréntesis en los términos que solíamos hacerlo "antes" , midiéndolo con criterios productivistas en vez de disfrutar de lo mucho que nos ofrece: reunir la familia, por ejemplo. Raquel nos proporcionó la primera alegría de la jornada cuando comentó aliviada que su hijo mayor se había vuelto de la beca Erasmus en Aquisgrán en previsión de que el cierre de fronteras terrestres salte también a los cielos. La familia, por fin, reunida.

Uno siente que lo que de verdad importa no está en el trabajo ni en los estudios, sino en los lazos de sangre , fortalecidos estos días con una convivencia estrechísima. Lástima que no pueda ir a ver a mi madre nonagenaria. Los padres siguen dando lecciones inolvidables como la que me dio el mío cuando el diagnóstico de aneurisma disecante aórtico a pesar de que va para veinte años que nos abandonó para siempre.

Norberto, médico de prestigio y padre de otra amiga, colgó en su cuenta de Twitter este escalofriante testamento vital: "Disfruto de la vida de jubilado tras cincuenta años de trabajo con mi profesión de cirujano cardiaco. Me gustaría seguir viendo crecer a mis tres hijos y siete nietos , encontrarme a diario con mis amigos para hacer deporte, seguir estudiando para estar al día y leyendo la literatura que tenía pendiente, seguir sabiendo de mis pacientes operados, jugar con mi perro y poder seguir acompañado y cuidado por mi excepcional mujer de hace 50 años, pero si en algún momento durante esta epidemia enfermo y los recursos hospitalarios intensivos son escasos, no quiero que se empleen conmigo ".

Hay una película de hace muchos años, japonesa, "La balada de Narayama" lleva por título, que se me vino inmediatamente a la mente cuando leí eso, pero no es cuestión de ponerse tristes porque el film lo es de sobra.

Es cuestión de dejarse llevar y adaptarse a la vida que nos ha tocado vivir. Mañana prometo comentar las recomendaciones de las monjas carmelitas de Cádiz, ellas que tan acostumbradas están, para vivir aislados y enclaustrados. Mi hija Marta dice que saldremos de esta convertidos en ermitaños . Yo creo que saldremos de ésta mucho más agradecidos a Dios, que hace que la vida siga y nos la regala.

Se acabó por hoy. Me despido como lo hacía el capitán Furillo , entre paternal y autoritario: "Tengan cuidado ahí fuera" .

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