Diario del Covid-19 | Día 3

Diario del Covid-19: «Se me había olvidado»

Una de las reglas maravillosas de la vida monástica que un país entero empieza a experimentar: ser consciente del momento, vivir el presente

Capilla de Montserrat cerrada al culto hasta nuevo aviso Raúl Doblado

Javier Rubio

Nada más girar la llave de la puerta de casa, me recibió un cálido aroma a delicioso pan recién horneado. Los científicos han descubierto que el olfato es el sentido más persistente en nuestra memoria y esa facultad para reaccionar ante los olores la están empezando a aplicar en Israel para superar el estrés postraumático que de siempre se había llamado fatiga de combate. Quizá fuera eso, que yo llegaba fatigado de combatir con la actualidad en el periódico y que los efluvios de la barra de pan con sus semillitas por encima disparó la confortable sensación de volver al hogar, al refugio conocido, al sitio donde uno puede bajar la guardia aunque mi hija Marta me obliga a lavarme las manos nada más poner un pie en el vestíbulo.

Pero se me había olvidado cómo olía el pan recién hecho . María José llevaba mucho tiempo sin hacerlo y esta cuarentena, de puertas adentro, pierde todo el carácter hosco y tremebundo que componen las noticias que preparamos para el periódico y se convierte en un impagable vehículo para viajar a otro tiempo en el que paladeábamos la felicidad de las cosas sencillas.

El día había comenzado así, deleitado con los trinos de los pajarillos que revolotean en torno a las ramas todavía desnudas de los árboles de mi acera. Los brotes verdes están a punto de reventar, pero todavía no lo han hecho y la naturaleza entera -los pájaros, los bichitos, los árboles, los insectos- parece desperezarse estos días en que hemos dejado de hacer ruido con los coches , de someterla a nuestro insano frenesí, de agobiarla con nuestras carreras y nuestros malos humos. O será que le prestamos más atención a lo que nos rodea. Empezando por la familia.

Mi hermano Pepe me ha dicho por teléfono algo a lo que le he estado dando vueltas un rato: «Han pasado tantas cosas desde el lunes pasado que parece que hemos vivido un mes». Como periodista, puedo corroborar esa impresión: no sé qué más queda por ocurrir . Bueno, si le hago caso a mi amigo Ignacio, nada bueno, pero no pequemos de agoreros.

¿Soy yo el único o a los demás también les pasa? ¿No es verdad que el tiempo cunde ahora mucho más y parece que las horas pasan más parsimoniosas, sin tanto estrago? Pregunto qué habéis hecho por la tarde y me responden acciones que en la vida hubiéramos imaginado dignas de mención: ir a la farmacia, bajar la basura, llevar un pan a los vecinos, hablar de azotea a azotea... Será porque los hacemos con detenimiento, conscientes de lo que hacemos, en lugar de hacerlos maquinalmente sin prestarle importancia.

Esa es una de las reglas maravillosas de la vida monástica , que todo un país entero empieza a experimentar en carne propia: ser consciente del momento, vivir el presente, aunque sea tan escaso de solemnidad como regar las macetas o aspirar el cajón de los cubiertos. De la noche a la mañana, nos hemos convertido todos en hermanos legos con cometidos tan poco lustrosos como abrir y cerrar ventanas, empaquetar y almacenar ropa en cajas, guisar sin prisa o leer con detenimiento. No hay que ir a buscar los santos de la puerta de al lado: todos podemos ser fray Escoba en nuestra propia casa.

La otra gran lección que apenas estamos empezando a aprender tiene que ver con cultivar el espíritu . Que no quiere decir únicamente desarrollar un sentido trascendente de la existencia, sino también escuchar música, leer poesía o contemplar obras de arte. Y lo más singular es que todo eso podemos hacerlo sin movernos de casa. El streaming se va a incorporar a nuestras vidas de una forma que ni siquiera alcanzamos a intuir.

Los párrocos, por ejemplo, están agudizando el ingenio para llegar hasta los fieles de mil y una formas hasta ahora inexploradas. Y eso que hasta ayer por la mañana no sabían ni lo que era el streaming. Unos retransmiten la misa, otros remiten vídeos con sus prédicas, los de más allá crean grupos de voluntariado y los de más acá reparten oraciones para que pueda rezarse en familia. Todo on line. Para lo que da la creatividad cuando la necesidad acucia. La Iglesia en salida que tanto propugna el Papa Francisco ni se nos figuraba que iba a ser en forma de misa por la pantalla del televisor, pero así es.

La idea de esta entrega de hoy me la dio Carlos con su mensaje a primera hora del domingo: «Estos días van a ser una oportunidad única para vivir momentos que pasan desapercibidos. Muchos de vosotros vais a ver cómo se levantan vuestros hijos... qué cara tenéis recién levantados... Se oye a los pájaros en el silencio de la mañana. No te levantas pensando en que ya voy tarde a lo que tengo que hacer, sino pensando en cómo estará mi madre, como habrá pasado la noche el enfermo... Pensando en los otros, ¿no es maravilloso? La pena es que se tengan que dar estas circunstancias para valorar todo esto. Tenemos que aprender. La letra con sangre entra, se decía. La letra es la VIDA y la sangre, el coronavirus. Dios quiera que la aprendamos«.

Sí. Se me había olvidado cómo olía a pan recién horneado y cómo de alegres cantaban los pajarillos. ¡Y cómo se jugaba al Trivial! Así acabamos nuestro día, con una playlist clásica -me dejaron elegir y arrancó con Shostakovich, estaba de suerte- de fondo musical mientras nos reíamos a carcajadas con los disparates, los fallos y los piques de una persecución banal. O acaso no sea tan banal perseguir la felicidad y sentir la alegría de vivir bajo el mismo techo con la gente a la que quieres. ¿No somos privilegiados por ello?

Antonio, que se ha aficionado a este diario desde el primer día, me hizo llegar a vuelta de correo la lectura breve de los laudes del domingo, extraído del maravilloso capítulo 8 del profeta Nehemías en que el rey Esdras congrega a la multitud de sus súbditos para escuchar la Escritura : «Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: no hagáis duelo ni lloréis; pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza».

Desde luego que no hemos estado tristes ni un minuto de este domingo que ahora declina. La alegría de vivir no nos deja ponernos tristes por muy difíciles que estén las cosas al otro lado de la puerta de casa.

Lo dejo por hoy. Recuerda la imperecedera despedida con que arrancaba aquella serie mítica de los años 90: «Tengan cuidado ahí fuera» .

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