Diario del Covid-19 | Día 2

Diario del Covid-19: «Tu aplauso»

Por favor, haznos saber a los periodistas y cuantos sacamos adelante el periódico que lo que hacemos es útil a la sociedad a la que servimos

Un quiosco de prensa, punto vital de abastecimiento de alimento intelectual Raúl Doblado

Javier Rubio

Todos en casa, o por los grupos familiares, han coincidido en que les ha parecido emocionante el gesto de aplaudir a los sanitarios en primera línea contra el coronavirus desde las ventanas. No lo he vivido en directo. En la redacción, se han escuchado algunos aplausos y luego, eso sí, han menudeado los vídeos que la gente grababa desde las casas. Pero a esa hora, los teclados echaban humo. ¡Ah, qué lejos aquellos tiempos en que se fumaba en las oficinas!

Yo sentía que también tenía que aplaudir . A los sanitarios, por supuesto, pero también a mis compañeros del periódico, después de doce horas seguidas en la redacción parando el rato de la comida con un ojo en las pizzas que habíamos pedido y el otro en el televisor por si empezaba la comparecencia del presidente del Gobierno . Al menos, nos dejó comer tranquilos, aunque nos ha dado la cena.

Hace un mes o así, le dije a una compañera que tenía necesidad de sentir que lo que escribía servía para algo. En ese momento, tenía la moral por los suelos y necesitaba saber que mi trabajo es útil a la sociedad . Ella me desarmó recordando frases de una columna que le había tocado la fibra sensible y que, por supuesto, a mí se me habían olvidado. Me quedé sin saber qué reponer.

Tal vez por eso me he propuesto escribir estas notas, por si a alguien le alivian o le consuelan o le dan que pensar. Aunque va a ser difícil competir con el chaparrón de chistes, gracietas y humoradas con que el personal se ha tomado el primer día de encierro: hacía tiempo, mucho tiempo, que nos no reíamos a mandíbula batiente en casa los cuatro con las ocurrencias que íbamos compartiendo. Siempre hay que buscar el lado bueno de las cosas.

Pero esta vez ha sido diferente. Porque no creo que nada de lo mucho que he escrito hoy vaya a tocarle el corazón a nadie. No se trataba de eso. Se trataba de cumplir con el deber , aunque muchos compañeros no compartan la decisión de la empresa de concentrar a los redactores en el edificio. En una discusión de este tipo estábamos cuando ha saltado el comunicado con que se anunciaba la suspensión de las procesiones de Semana Santa . Y esos mismos periodistas que hasta un minuto antes se sentían frustrados con tener que acudir a trabajar fuera de casa poniéndose en riesgo ellos mismos y poniendo en riesgo a sus familias se han abalanzado sobre los teclados a escribir la noticia con la profesionalidad que los lectores han podido comprobar apenas unos minutos después a través de Internet. Seguro que hemos estado otra vez cerca del récord del jueves.

La vocación te empuja a tomarte el trabajo como una misión . Así me la he tomado yo, y hacía tiempo que no me sucedía. Seguro que le está pasando a esos sanitarios que constituyen el orgullo ahora mismo de la nación y a los que agradecemos de corazón su entrega heroica más allá de lo que marcan los límites contractuales de su relación laboral.

Pero yo quiero dirigir la mirada a otros colectivos que no estamos en primera línea de la contención del coronavirus pero sí cumplimos escrupulosamente con el cometido que tenemos encargado. Periodistas que dejan atrás a su familia para encerrarse todo el sábado fuera del refugio cómodo del hogar tratando de contrastar cada rumor que circula, dependientes que soportan las impaciencias de los clientes, camioneros a los que se les ha levantado la restricción del descanso antifatiga para ganar tiempo en las entregas de material crítico, policías y cuerpos de seguridad a los que les tocará hacer cumplir las órdenes de la única autoridad establecida, tenderos que abrirán el lunes el puesto en el mercado para abastecer nuestras alacenas, empleados de artes gráficas, ruteros y quiosqueros que mantienen abierto el hilo que lleva a los periódicos y miles de empleados que hacen que el país funcione incluso cuando todo lo demás se queda parado.

Hoy me he sentido orgulloso de todos ellos, empezando por esos ángeles de bata blanca que nos cuidan, pero por supuesto de ese grupito de compañeros que hemos hecho un periódico de la manera más profesional que sabíamos y podíamos para que el lector lo disfrute. Solo trabajar codo con codo con ellos ya merece la pena.

Tómalo como una osadía descarada, pero me atrevo a pedirte que hoy busques un quiosco cerca de tu casa y te acerques dando un paseo. Te vendrá bien para estirar las piernas. Allí, compra el periódico. El de papel, el de toda la vida. Por tres euros te van a dar un montón de lectura para echar el domingo. Ni siquiera te pido que compres la cabecera donde escribo, pero, por favor, haznos saber que lo que hacemos es útil a la sociedad a la que servimos. Será la manera de habernos ganado tu aplauso. Y nuestra vocación convertida en misión habrá dado su fruto.

Nada más por hoy. Sigue con bien y recuerda al sargento de «Canción triste de Hill Street» : «Tengan cuidado ahí fuera».

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