Coronavirus

Diario de Covid-19 / día 7: «Pon música»

De balcón a balcón, el entusiasmo contagioso es como una candelada de felicidad colectiva que mantiene encendida la llama de la esperanza

Una señora aplaude por las rejas de su ventana en las Tres Mil Viviendas Juan Flores

Javier Rubio

A las ocho, todos los balcones se llenan de gente aplaudiendo a los médicos y al personal sanitario que combate a un virus desbocado contra el que no se tomaron prevenciones adecuadas cuando había que hacerlo. José Luis me ha escrito desde México, algo sobresaltado por el cariz que empiezan a tomar allí las cosas y «las ocurrencias» de AMLO, el presidente de la República que compareció en su rueda de prensa matinal con un escapulario del Sagrado Corazón como un detente de los que los requetés usaban en la Guerra. Solo he podido escribirle que se vaya preparando para lo que se les viene encima.

Pero no era de eso de lo que quería escribir esta noche. Conforme pasan los días, noto que este diario se va deslizando lentamente hacia lo lúgubre y tenebroso , como si la paleta con que escribo estas líneas fuera quedándose sin los colores más luminosos y los tonos sombríos fueran apoderándose del cuadro que pinto.

Pero no quiero. No quiero mirar las cifras ni indignarme con la cascada de reclamaciones , exigencias y reivindicaciones, algunas justas, la mayoría legítimas pero todas inoportunas, de colectivos, autoridades y políticos o sindicatos de todos los pelajes. No. Nada de eso. Hoy ha sido el santo de María José y ella se merecía que todos en casa pusiéramos la mejor de nuestras sonrisas . Ella, más que nadie, necesita sonreír y despreocuparse. Por eso me he alegrado tanto cuando la he visto en la ventana agitando el teléfono con la lucecita encendida respondiendo a quienes desde los balcones de enfrente hacían lo mismo. Alegría pueril si se quiere, pero saludable.

Reconozco que me ha dado corte y más cuando he sabido que todo había sido invento de Marta, que a voz en cuello había pedido desde nuestra ventana música «de verdad» cuando las vecinas de la esquina habían hecho sonar el himno. Las ocho de la tarde se ha convertido en la hora del desahogo , una válvula de escape con la que la juventud da rienda suelta a la fogosidad que lleva dentro y no puede expresar porque está vedado salir a la calle. Pero nadie dijo que no se pudiera salir a los balcones.

Y salen. Claro que salen. Y cantan, gritan, bailan, aplauden... Dos manzanas más abajo, en un cruce de dos avenidas importantes, un chaval que hace de DJ saca la mesa de mezcla, la bola de luces y los altavoces al balcón y durante aproximadamente quince minutos pincha en directo para que todos los vecinos lo escuchen. Debe de haberse corrido la voz entre los propios policías que patrullan la zona y siempre coincide con algún patrullero parado en la zona del que se bajan los agentes para saludar el himno nacional en primer tiempo de saludo. Dese casa se escucha la ovación cuando el espectáculo concluye y los vecinos agradecen la función.

En la calle Asunción , en el piso de José Carlos -o, al menos, eso me ha parecido-, a las ocho en punto sale al balcón el oso panda gigante -se trata en realidad de un disfraz como de dos metros y medio- y se pone a bailar con ritmo entre el griterío de quienes lo presencian en directo, según se ve en los vídeos que graban el instante y a los pocos minutos empiezan a circular por los teléfonos móviles.

Marta me sugiere que deje constancia de que, incluso confinada, la gente joven encuentra maneras de pasarlo bien . Aunque sea por un cuarto de hora. Y da rienda suelta a sus ganas de vivir, al entusiasmo contagioso que evidencian de balcón a balcón como una candelada de felicidad colectiva que iluminara la anochecida y sirviera para mantener viva la llama de la esperanza . Va a hacer falta muchas locuras contenidas y mucha algarabía juvenil para seguir confiando en que todo saldrá bien, que parece ser el lema acuñado en Italia para que la población se dé ánimos.

Los ánimos llegan sin esperarlos. María Jesús llamó -primero a casa y luego dos veces al periódico- solo para preguntar si estábamos bien. ¿No resulta entrañable esta sincera preocupación de los unos por los otros? En el almuerzo, Cristina ha expresado sus dudas de que este diario pudiera mantener el tono íntimo y personal con que arrancó hace una semana ahora que se publica en la página de ABC de Sevilla. Pero aquí está la prueba de que nada ha cambiado.

O quizá todo está cambiando y no lo percibimos . Los que entramos en esta reclusión hogareña no seremos los mismos que salgamos , aunque el coronavirus ni nos roce siquiera. Es verdad. El tiempo pasa muy deprisa porque se acumulan los acontecimientos y las cifras dan vértigo. Ya vendrán días en que se aquieten las horas y el transcurrir de los minutos se haga denso como un alquitrán que compactara las manecillas de los relojes haciendo más lento su avance.

Pero por ahora, de un día para otro tenemos que incorporar tantas novedades a nuestra rutina que no nos da tiempo a aburrirnos. Los estudiantes están empezando a descubrir el lado menos positivo de la enseñanza online. Y también los que teletrabajan. Esa añoranza empieza a acompañarnos como un polizón que se cuela en este viaje iniciático y arriesgado que hemos emprendido. Al otro lado del túnel tenebroso en el que acabamos de entrar no sabemos qué nos vamos a encontrar , por eso cuanto antes nos desprendamos de la impedimenta, cuanto antes nos desapeguemos de todo lo que conocimos antes de esta crisis, será mucho mejor.

De camino a casa, venía escuchando una meditación del párroco del Sagrado Corazón de Talavera sobre el «principio y fundamento» que San Ignacio dio a sus ejercicios espirituales en el punto 23: la indiferencia «a todas las cosas criadas» de tal manera que «no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta «. Honduras del alma en cualquier momento, pero más ahora.

Por la noche, después de la cena, vemos una serie danesa titulada «Algo en que creer» que le da vueltas -a través de las peripecias de un pastor luterano y sus dos hijos- a lo que nos mueve en la vida, que es la genial intuición que supo plasmar Iñigo de Loyola. En cierta medida, este confinamiento es una gigantesca cueva de Manresa en la que todos nos vamos a preguntar por qué nos movemos y existimos. Y para esa profundidad existencial en que estamos entrando viene estupendamente bien el recreo de las ocho. Nos vemos en los balcones.

Las hermanas de la Cruz han tenido la hermosísima idea de colocar una vela en el alféizar de cada ventana de la casa madre. Ellas rezan por los enfermos y quienes los cuidan, por sus familiares y los que han fallecido. Rezan por nosotros. Así que no nos queda otra que responder agradecidos a sus desvelos: «Tengan cuidado ahí fuera» .

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