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Diario de Covid-19 / día 46: «Recapitulando»
Lo que hasta ahora era una sensación, ahora empezamos a tenerlo como certeza: lo peor ha pasado. No quiere decir que de la noche a la mañana vaya a quedarse el contador a cero, pero las cosas se ven con otros ojos
En la técnica más clásica de relato narrativo -nada que ver con las trapacerías de Iván Redondo -, los escritores siempre componían en mitad del libro una recapitulación. Bien es cierto que no la llamaban así, pero servía para que el lector no se perdiera en el bosque de personajes que habían ido apareciendo en los capítulos precedentes y anudaba la trama principal con las subtramas secundarias antes del arreón final para el que se preparaba a quien disfrutaba con la lectura del volumen.
Algo así quiere ser hoy lunes la página de este diario atendiendo a ese refrán - más cierto que ningún otro- que dicta que fiesta de mucho, víspera de nada . Y después del fin de semana que hemos tenido, con tantas emociones juntas como la noche del alumbrado en las casas particulares y la salida de los niños por primera vez en mes y medio, se impone cierto relajamiento, tomar aire y confiar en que hayamos empezado a bajar la dura cuesta de los datos negativos que nos lleve a salir del encierro obligado en casa a mediados del mes que viene.
Cristina, en la comida, se asombraba del chaparrón de buenos datos que había podido leer en la prensa de la mañana: menos fallecidos, menos contagios, menos ingresos hospitalarios y aún menos en cuidados intensivos. Lo que hasta ahora era una sensación, ahora empezamos a tenerlo como certeza: lo peor ha pasado . No quiere decir que de la noche a la mañana vaya a quedarse el contador a cero, pero las cosas se ven con otros ojos.
También la salida de los niños, que el domingo levantó tantas ampollas y dio pie a uno de esos debates trincherizos en los que este país es tan diestro trazando una nueva divisoria ideológica a cuento de si en una foto de aquí se ve más gente de la cuenta o si en un parque de allí jugaron un partidillo con la pelota. En fin, una de esas diatribas cansinas que no conducen a nada pero agotan .
Yo me quedo con las historias que me cuentan mis sobrinas . Rocío salió, después de 44 días, con sus tres hijos a dar un paseo al fin. Marta, que es la pequeñita con seis años, se extrañaba de lo grande que lo veía todo . No había salido desde el 12 de marzo. Inés se llevó a Blanca, dos años y ocho meses, al bulevar aterrazado cerca de casa y dejó esto en el grupo familiar: « 18.40 horas. ¡¡Cualquier día del año temeríais entrar en el parque sin que os alcanzase un balón!! Hoy éramos muy pocos, me ha impactado tanto que he hecho esta foto«. Imagen que ilustra esta página.
Chelo aportó su exquisita sensibilidad de poeta para dejar una reflexión con todo el sentido: «Me duele ver a los chiquillos con mascarillas y guantes y que aún existamos humanos que critiquemos su necesidad de correr, saltar, jugar para que sus corazones y sus huesos crezcan sanos, pues mañana serán ellos quienes gobiernes nuestras vidas de ancianos y quizás si hoy no cuidamos amorosamente de su sano y libre crecimiento, poca compasión le generaremos a sus enclaustrados corazones los ancianos del futuro que, sin la menor duda, seremos nosotros«. Lo que tan sabiamente expuso con sentidas palabras le llaman solidaridad intergeneracional en la jerigonza jurídico administrativa al uso .
Bien, por ese lado, la cosa parece que empieza a rodar. Supongo que también ayudaría la tormenta de la mañana y el día tan horrible que salió, pero no hay que perder la esperanza. Ni la paciencia .
Tampoco hay que desesperar . Por muy fácil que nos lo pongan para perder los nervios. Podemos decir que conocemos a una familia a la que le han hecho los famosos tests que tanto dan que hablar. Pablo, lógicamente, dio positivo en anticuerpos, pero su mujer y sus hijas no han desarrollado anticuerpos de la enfermedad Covid-19 y, por tanto, no presentan inmunidad.
En las residencias de ancianos, sigue rehaciéndose la vida después de los fallecimientos. Felipe ya ha pasado la enfermedad y podrá reunirse con su mujer en la planta alta del asilo en el que ambos han pasado la terrible pandemia. Mi madre había hablado con él el sábado, pero mi hermano aportó noticias frescas de hoy mismo: «El hombre me ha contado que lo ha pasado mal unos días, pero que ya está muy contento después de la noticia de hoy. Un ejemplo de alguien con más de 90 años que lo ha superado de forma asintomática «. Ahora, pares e hijos, aguardan que se abra un poco la majo y se permitan las visitas de familiares, con las prevenciones debidas, para verse al cabo de dos meses, o incluso más, sin más contacto que el telefónico.
Macarena, desde Madrid, también sopló buenas noticias, de esas que no publicamos los periódicos, ya se sabe el aserto en inglés: «Good news, no news» . Desde hoy lunes ha empezado a compaginar -eso me dijo cuando nos carteamos- su labor en la residencia hasta que el médico titular pueda reincorporarse con otra mucho más grande en Aravaca: «Hay una médico allí que está agotada y las horas que puedo voy a ayudarle. ¡En fin, que trabajo hay mucho! Cada día más encantada con 'mis ancianitas', que son únicas y adorables. Y aprendiendo mucho, de tantas cosas... Pena que no tenga tiempo para escribirlo todo... espero que no me falle la memoria cuando pueda hacerlo«.
Aprendiendo mucho. Todos lo estamos haciendo. Y estoy convencido de que saldrán relatos preciosos, experiencias únicas que merecerá la pena contar a quienes quieran escucharlas porque las obras de arte vivas que son nuestras vidas se han pintado en estos dos meses que llevamos encerrados con unas pinceladas mucho más vigorosas y unos colores mucho más brillantes que los que solíamos emplear. Ya habrá tiempo. También de ocuparse de las ocurrencias de los «expertos» de la Administración autonómica para el día en que podamos volver por donde solíamos.
Sigan con bien y hagan caso de la recomendación: «Tengan cuidado ahí fuera» .
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