CORONAVIRUS
Diario de Covid-19 / día 37: «¿Será una pesadilla?»
Es probable que para muchos de nosotros, el confinamiento empiece a parecerse a una pesadilla de la que no terminamos nunca de despertar como esos sueños pesados angustiosos

A la primera que se lo escuché fue a Silvia, tan impresionada que ni se atrevía a relatarlo: «Mi sueño de ayer da para un guión cinematográfico, fue una pesadilla, que me estremece recordar . ¡Menos mal que es un sueño!«. Pero no era la única del grupo. Raquel abundó en el sueño inquieto: »Ay, a mí me pasa lo mismo, rara es la noche que no tengo una pesadilla , menos mal que me despierto y tardo en ser consciente de que era una pesadilla«. Sonia vino a aportar algo de tranquilidad a la zozobra: » Lo de las pesadilla es algo normal en estas situaciones«.
Pero los testimonios no han hecho sino sucederse desde entonces. Antonio refiere que cada noche sufre dos pesadillas, plenamente identificadas y distintas la una de la otra . Lo sabe porque se despierta para ir al baño y entonces se hace consciente de que cuanto estaba viviendo no era más que un mal sueño.
En el canto XX de la «Odisea», que yo estaba releyendo estos días, Penélope reflexiona en voz alta sobre la ausencia de su amado Odiseo: «Cualquier mal es sufridero, aunque pasemos el día llorando y con el corazón muy triste, si por la noche viene el sueño que nos trae el olvido de todas las cosas, buenas y malas , al cerrarnos los ojos. Pero a mí me envía algún dios funestas pesadillas».
En televisión, hay ahora mismo una serie sobre Sigmund Freud , el padre del psicoanálisis cuyo libro sobre la interpretación de los sueños vivió épocas pasadas de gloria. Luis lo encontró «en el zafarrancho en que se convirtió el piso y del que salimos poco a poco». La serie televisiva le llevó a releerlo y se encontró con el siguiente subrayado: «Los sueños no serían, por tanto, sino restos de la actividad psíquica del estado de vigilia, susceptibles de perturbar el reposo , y tendríamos que abandonar esta cuestión, como extraña al alcance del psicoanálisis«. Es decir, algo así como «la forma que el alma tiene de reaccionar» durante el reposo a las excitaciones que sobre ella actúan.
Yo también lo leí en mi juventud, pero hoy día no creo que haya nadie que defienda la interpretación de los sueños tal como la hacía Freud. «El vertedero del cerebro , según los últimos estudios«, repuse atrevido en mi ignorancia neurofisiológica. Me respondió sobre la marcha: »Intuyo que más que un vertedero es un lugar (?) donde se almacena sin orden temporal ni espacial todos aquellos recuerdos que no fuimos capaces de ordenar. Utilizando el simil del ordenador, sería la carpeta donde guardamos todo aquello que no nos hace falta en un cierto momento. La «papelera» de reciclaje es donde se tira lo que sabemos que es inútil o tenemos duplicado. Pero no me hagas mucho caso, ya sabes que soy un aficionado al estudio del cerebro«. Algo así como un cajón de sastre en el que hay de todo y revuelto.
Y hace dos o tres días, una nota de prensa entró en el buzón del correo profesional con este titular: «Los trastornos del sueño pueden aparecer o agravarse estos días» . Y, debajo, dos subtítulos: «El 50% de los andaluces padecen algún trastorno del sueño a lo largo de su vida» y «Se considera insomnio agudo de conciliación grave a la dificultad para coger el sueño, de más de 1 hora desde que nos acostamos». El doctor Hernando Pérez , secretario del Grupo de Estudio de Trastornos de la Vigilia y el Sueño de la Sociedad Española de Neurología, y neurólogo del Centro de Neurología Avanzada, ofrecía una serie de recomendaciones para un buen sueño nocturno. Nada que no supiéramos, pero que no está de más recordar: rutinas, ejercicio, exponerse a la luz diurna, no dormir siestas, dejar los dispositivos móviles tres horas antes de dormir…
El presidente del Gobierno salió después del recreo de las ocho a dar el mensaje semanal. No duré ni diez minutos atento: en cuanto anunció otros quince días más de encierro y prometió ocuparse de los niños la semana que viene , desconecté mentalmente de su verborrea francamente molesta y finalmente mandé callar el televisor.
Es probable que para muchos de nosotros, el confinamiento empiece a parecerse a una pesadilla de la que no terminamos nunca de despertar como esos sueños pesados angustiosos en los que uno se ve a sí mismo cayendo por un pozo sin terminar nunca de dar con los huesos en el agua , solo caer, caer, caer...
Para otros, es probable que la curva famosa se haya convertido en un pico más alto que el Everest que nunca logramos alcanzar por mucho empeño que pongamos en la ascensión. Siempre queda un trecho por delante. Ahora, hasta el 9 de mayo. Tres semanas más. Y luego, ya se verá.
Empieza a hacerse pesado el aislamiento. Cristina se había propuesto por decisión propia no pisar la calle en todo este tiempo hasta que pudiera salir por la puerta grande a recobrar la vida normal que llevaba, pero ayer confesó que se lo está planteando. La perspectiva de otras tres semanas encerrada en el piso le empujan a salir aunque sea a tirar la basura o comprar el periódico, las únicas acciones que se repiten a diario en casa.
Lo cierto es que, junto al énfasis colectivo en quedarnos en casa restringiendo al máximo los contactos para evitar contagios, se agradecería cualquier otra forma de control de la epidemia y que nos la explicaran con palabras sencillas que todos pudieran entenderla. Que nos dijeran, por ejemplo, que hay zonas del territorio nacional libres de coronavirus o con números reproductores muy por debajo de 1 en las que la cuarentena es condena sobreañadida a la penuria económica que se va dibujando en el ambiente.
Que nos dijeran datos ciertos y objetivos que los expertos en cuyo criterio se escudan los gobernantes han identificado, medido y analizado ya sin remitir constantemente a un tiempo futuro que se nos va poniendo por delante de manera no muy diferente a la que la zanahoria va siempre por delante de la bestia que tira del carro. Digo yo que cinco semanas habrán dado de sí para sopesar tendencias y aquilatar una estrategia de ataque, un plan definido cuyos objetivos pueden discutirse y comprobarse en vez de esta vaga apelación a la disciplina social ciega y muda de cada fin de semana.
Eso sí que quita el sueño . Que los que están en el puente de mando no nos digan claramente a dónde quieren llevar la nave y cuánto tiempo calculan que durará la travesía. Que no nos traten como pasajeros de tercera clase como esos ancianos de las residencias para los que no ha habido botes salvavidas ni como niños a los que es fácil engatusar diciéndoles que la semana que viene saldrán a la calle. De otro modo, la pesadilla no la viviremos en el tiempo de descanso sino el de vigilia.
Mientras, me aplico el final del salmo número 4: «En paz me acuesto, en seguida me duermo , porque solo Tú, Señor, me haces vivir tranquilo«.
Hasta entonces, ya saben, «tengan cuidado ahí fuera» .
Noticias relacionadas