Coronavirus en Sevilla

Décimo sexto día de encierro: ¿hoy a qué estamos?

El endurecimiento del estado de alarma se ha notado en Sevilla porque las obras han quedado completamente paradas. La ciudad está cada vez más solitaria y el confinamiento hace que todos los días sean iguales

El Alcázar, a vista de pájaro, con la Puerta del León vacía ABC

R.S.

La paralización de las obras se ha notado. Sin albañiles, todo es un poco más triste. Este lunes, para colmo, el cielo ha estado entoldado y no ha parado de llover. Todo es gris en estos días de incertidumbre en los que tendríamos que estar planchando túnicas y, sin embargo, estamos planchando pijamas. Hay zonas de la ciudad que tienen aspecto fantasmagórico, pero todo esto también tiene un lado bueno: se escucha como nunca el trino de los pájaros . Y con esa melodía nos preguntamos unos a otros, como consecuencia evidente de la monotonía, a qué estamos. Qué día es hoy. Así han visto este lunes varios redactores de ABC.

Ramón Román. Dudas. El primer día de la tercera semana de confinamiento ha estado marcado por ellas. Sobre todo, en los grupos de Whatsapp y en las redes sociales. Y es que, mientras en la calle se aprecia cada vez más que vivimos bajo un estado de alarma, en las comunicaciones entre personas ha quedado patente que todavía tenemos muchas interrogantes. Demasiadas. Me despertaba con un mensaje de mi hermano: «Me he leído el BOE, sigo trabajando». Como tantos y tantos españoles, se fue a la cama sin saber si con el nuevo Real Decreto debía seguir acudiendo a su centro de trabajo o, por el contrario, debía parar su actividad. Le toca continuar, como a casi todos, porque precisamente ahí ha estado unos de los temas de debate. «Aparte de las obras, ¿qué más tiene que parar ahora?», ponían en el chat de mis amigos. «No sé para qué apuró tanto el Gobierno hasta la medianoche si prácticamente sigue todo igual», apuntaban en un chat de compañeros periodistas. El español ya se ha hecho a la idea de que tiene que estar en casa. Es más, la mayoría pide dureza en las medidas para que así este encierro acabe lo antes posible, de ahí que no se entiendan los bandazos que está dando el Gobierno. Y no se trata de ser de un partido u otro, de tener una ideología u otra, sino de que el ciudadano lo que quiere es claridad para así acatar las normas. Porque la realidad es que, a pesar de que siga habiendo personas que se salten a la torera el confinamiento, la inmensa mayoría lo cumple a rajatabla. Hasta el extremo, como lo demuestra el hecho de que volviendo a casa sólo me haya cruzado con cinco vehículos. En un trayecto de unos diez minutos, desde La Cartuja a Los Remedios, un autobús (vacío) de Tussam, una furgoneta de Lipasam y tres coches particulares (dos de ellos, con trabajadores de supermercados) han sido mis «compañeros». Es evidente que seguimos en la línea correcta, así que ver si mañana los datos son más positivos y nos acercamos a ese ya maldito y famoso pico del que tanto nos hablan.

Alejandra Navarro. Dice mi amigo Alberto que los naranjos de nuestra ciudad fueron muy inteligentes este año, pues se pusieron a florecer antes de tiempo, previendo la cornada que el coronavirus nos daría en toda la vena pocas semanas después. Y tiene razón, porque al menos esos días, durante los que protestábamos porque el azahar no llegaría a Semana Santa, nos dieron la tregua de saborear la primavera.

Con la lluvia pertinaz de esta tarde de lunes, ni siquiera ya la luz del cambio de hora nos ayuda a sonreír. Las calles se nos presentan aún más vacías, porque sí, porque hay que salvar vidas, pero más tristes y descarnadas. Los cielos grises, los hogares cerrados, las azoteas y los patios solitarios son el cuadro deslucido al que nos asomamos desde nuestras ventanas, esperando a que den las ocho para captar algo de vida.

Parece mentira, pero empiezo a detectar cierto cansancio: ya no hay redes sociales que valgan, esas que antes nos ocupaban horas del día. ¿Será que nos estamos empezando a dar cuenta de que lo que de verdad importa no está detrás de la pantalla sino tan cerca como en la puerta de al lado?

Alberto García Reyes. Hoy he tenido un acto reflejo lamentable. Al salir de casa para venir al periódico he aprovechado para tirar la basura. Así minimizo la exposición. Es importante salir lo menos posible y para eso está bien organizarse el trabajo: cuando ponga un pie en la calle tengo que tirar la basura de todo el fin de semana, hacer la compra necesaria e ir al trabajo. Sin embargo, cuando he abierto el maletero del coche para dejar todas las bolsas en el contenedor, he visto que por la acera venía un hombre mayor con mascarilla. Se me acercaba. Y de manera instintiva me he apartado de él, le he guardado la distancia. Luego he reflexionado sobre lo que nos está provocando el coronavirus. Miramos a los desconocidos como si fueran un peligro. Es un gesto de deshumanización patético. Tengo que reconocer que el hombre no me ha repelido a mí, pero yo a él sí. Y ese instinto de protección que emana directamente del miedo me ha dado vergüenza. Luego, ya desde el coche, me he fijado en las únicas cinco personas que me he cruzado por el camino desde Dos Hermanas a la Cartuja. Todas andaban con rapidez. Corriendo. Sólo una iba con la cara descubierta. Era un vagabundo. Me he dado aún más vergüenza. Yo he huido de los demás en una ciudad en la que hay mucha gente que no tiene de quién huir en estas horas de inmensa soledad.

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