Coronavirus en Sevilla
Décimo tercer día de encierro: ¿de dónde salen estos atascos?
El tráfico ha crecido descaradamente en la ciudad, sobre todo al mediodía, coincidiendo con que casualmente es viernes. Hay mucha gente que todavía no se ha enterado de que está prohibido irse a la casa de la playa
Al mediodía los atascos han sido evidentes durante este viernes, décimo tercer día de encierro en Sevilla. En la rotonda de salida de Los Remedios hacia la SE-30 en dirección a Huelva se ha producido un parón de media hora a las 15 horas. La Policía ha impedido que los que trataban de irse a la playa, que eran muchos, lo consiguieran. Pero la imagen ha sido muy llamativa porque demuestra que aún hay gente que no ha tomado conciencia de la gravedad del problema. Los atascos se han repetido en la salida hacia Cádiz , sobre todo en el puente del Centenario, y también en dirección Norte, con importantes retenciones en el Alamillo. Por lo demás, los barrios han seguido confinados un día más y en las casas las familias ya han perdido la cuenta. La pregunta más repetida es «¿hoy qué día es?» . Así han visto este viernes varios redactores de ABC.
Rocío Vázquez. Hace dos semanas ya que los españoles empezamos a asumir el significado de términos como confinamiento, estado de alarma o cuarentena. En estos 14 primeros días del resto de nuestro vida (entiéndase por la excepcionalidad del asunto) la gran mayoría los han llevado a cabo con resignación y espíritu solidario. Pero siguen llegando noticias de otras personas que burlan a las autoridades y a su deber como ciudadano y protagonizan escenas que en otras ocasiones nos hubieran hecho hasta cierta gracia: fiestas, escapadas con el coche, una matanza a un cerdo o hasta una caza de pokemons como excusa para saltarse el decreto. Como en la película de Enrique Urbizu, no debería haber paz para los malvados. Para aquellos que ponen en riesgo no sólo la suya, sino la vida de los demás. Especialmente la de esos policías que patrullan las calles y las carreteras para atajar al delincuente. Estos agentes son las únicas personas a las que me gustaría encontrarme de camino al trabajo, pero es imposible. Como la cifra de los contagios, la del número de los sevillanos con los que me topo en mis 35 minutos de paseo fluctúa cada día sin una explicación lógica. Los que van al banco, al supermercado o tienen cita en la Cruz Roja. Y más y más coches. Todos ellos y la conversación con las amigas por la mañana han dado cierta normalidad al segundo viernes de la era del coronavirus. Hasta que hemos recordado que este fin de semana tampoco habrá una quedada, ni visita a la familia, ni planes más allá de las cuatro paredes de nuestras viviendas. Pero hay que desterrar la palabra incertidumbre y retomar la de la esperanza. Por eso ya empiezo a contar las jornadas de confinamiento restando. No es un día más, es uno menos.
Antonio Montes. Dicen que a todo se acostumbra uno, y no reparas en un dicho popular como éste hasta que la realidad hace que te topes con él. De golpe, sin previo aviso. De un día a a otro pasas de hacer algo a no poder hacerlo, y a que lo que sigues haciendo tengas que hacerlo de otro modo. Le pasó a mi mujer (víctima de ese palabro llamado ERTE), le pasó a mis hijos Leo y Adrián y me pasó a mí. Nos pasó a todos a la vez y todos juntos, en el angosto mundo de un piso del Aljarafe de noventa metros cuadrados. Es lógico en esa situación mirar hacia adelante y que te entre vértigo, y con vértigo es muy difícil maniobrar.
Los primeros días fueron un poco caos. En el primer versículo del Evangelio de San Juan reza: «En el principio fue el Verbo». En nuestro caso pasamos directamente a las exclamaciones y los gritos. Quisimos imponernos unos estrictos horarios como si fuéramos británicos (y no lo somos); nos precipitamos contra ocho plataformas educativas distintas que desconocíamos hasta hace dos tardes (con sus ocho nombres de usuario y sus ocho contraseñas correspondientes); tuve que cambiar el partido de fútbol de los lunes por la noche por sesiones de full-body-cardio a través de yotube; y ahora el tercer tiempo lo hago en el sofá y con mi mujer (manteniendo, eso sí, la misma cerveza de antaño).
Pero como dije al principio, casi por inercia, sin proponerlo, todo se va asentando. La rutina acaba colándose hasta en el último rincón, por muy bien que cierres las ventanas. Aprendes que a veces se hará más tarea y a veces se hará menos, que unos días empezaréis antes y que otros días la cosa no arranca ni a martillazos. Sin darte cuenta ya sabes enviar archivos en jpg, pdf, pantallos del ordenador y en powerpoint. También aprendes a jugar al Fornite y entiendes que, llegadas las ocho de la tarde, tienes que dejar que tu nervioso hijo menor salte en el sofá si no quieres que autoimplosione. También aprendes que si hasta ayer eras el rey de los cuadrantes de comidas, ahora se come lo que quede en el supermercado: si hay pollo, pollo; si hay pescado, pescado; y si tienes suerte y pillas garbanzos, pues puchero. Así de fácil. Aprendes incluso a teletrabajar, cambiando la redacción por el ordenador en tu dormitorio y la voz de tus compañeros por tu disco preferido de Radiohead.
Esta es la nueva rutina que va esculpiendo las manijas del reloj, con su nuevo espacio, su nuevas normas, su nuevo silencio. Ahora la calle es esa especie de bosque encantado de los cuentos donde es mejor no adentrarse mucho. Nosotros lo evitamos siempre que podemos, por prudencia, por miedo. Si acaso cada dos días para traer provisiones ( cosa que hace mi mujer) o para sacar el perro (mi cometido), que aunque es el que menos ha alterado sus costumbres, a estas alturas estará empezando a preguntarse por qué los paseos son cada vez más cortos y por qué esos señores uniformados nos preguntan todos los días lo mismo: «¿dónde va usted con el perro?».
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