Cuarto día de encierro en Sevilla: la ciudad de la Soledad

La advocación de San Lorenzo es la que mejor explica cómo ha sido el jueves, un día en el que la Policía sólo ha tenido trabajo para confinar a algunos pícaros que intentaban saltarse el estado de alarma

Dos agentes de Policía Local piden a vecinos del Polígono Sur que entren en sus casas Juan Flores

R.S.

Soledad. Además del nombre de la Virgen de San Lorenzo y de San Buenaventura, esta palabra define mejor que ninguna el cuarto día de confinamiento en Sevilla. Tras los escarceos de los primeros días, sobre todo en algunas zonas muy concretas de la ciudad, los sevillanos han alcanzado la máxima expresión del aislamiento y eso ha provocado estampas insólitas en calles que jamás se habían visto sin público. Dentro de las casas, internet comienza a saturarse. Cada vez se organizan más reuniones por videollamada. Sevilla empieza a acostumbrarse . Así han visto esta jornada varios redactores de ABC.

Rocío Vázquez. Este jueves ha sido el día de las preguntas. Después de dos jornadas de confinamiento absoluto, el sonido del despertador ha sentado bien. Como el día que vas a hacer un viaje o hay una fiesta. Me preguntaba si en la calle se notaría al fin las medidas impuestas por el estado de alarma y si en mi camino al trabajo me iba a encontrar una ciudad fantasma. De las tenebrosas que reflejan las películas de miedo. Negativo. A las 9.30, los supermercados ya habían abierto al público dejando en las aceras un reguero de personas con bolsas dobladas en las manos. Las miré con interés, fabulando con sus situaciones personales y dudando en algunos casos si la compra era sólo una excusa para salir de casa. Me pregunté entonces si estos transeúntes que hacen kilómetros a sus perros o esa pareja que continúa caminando unida, son conscientes de la más que probable prórroga del estado de alarma. Y de que ser joven no vale de salvoconducto para librarse de las garras de la enfermedad. Puede que esquivaran a la Policía, que se entretenía a las puertas de la Basílica de la Macarena con un conductor, mientras en la marquesina del autobús aguardaban dos chicas. Fue la única parada en la que observé la presencia de viajeros después de 15 minutos de caminata. Ya no hubo más.

Dudé incluso si yo no estaba incurriendo en alguna temeridad por no llevar guantes o una mascarilla. Subí la mirada y una banderola me recordó lo torera que es Sevilla. Inmediatamente reflexioné sobre si este año se celebrará la Feria de Abril. Pero, sobre todo, imaginé el día en que vuelva la alegría las calles. Es la pérdida que más ha dolido entre tanta cancelación. Y la batalla paralela que libramos contra el coronavirus. Ya en la Cartuja, en la que ahora más que nunca se aprecia su carácter insular, recordé el festivo de San José. Pensé en papá, Pepe y Pepito. Y en toda la familia y amigos a los que no vamos a poder abrazar en un largo tiempo si no hacemos las cosas como nos dictan. Se reveló la única certeza: para salir de esta hay que quedarse en casa.

Ana Mencos. Pasear al perro se ha convertido en uno de los placeres de la vida. Las calles vacías acompañan a la agradable sensación del aire y la luz natural. Como estos días atrás el centro parece una ciudad fantasma, quitando a algún trabajador de la construcción y un par de indigentes que acababan de recoger su comida en el comedor de San Juan de Dios, no se ve a nadie por la zona. Poco antes de las tres de la tarde de camino al trabajo, de repente me ha parecido que en las calles había demasiada gente, mismo recorrido que los días anteriores pero más gente. En la calle Feria un grupo de extranjeros se pasea en dirección hacia la calle Resolana con la misma preocupación que podrían hacerlo hace una semana. Eran cuatro o cinco y no guardaban distancia alguna entre ellos, ni guantes, ni mascarillas, iban charlando y riéndose, llevaban una bolsa de tela en la mano, quizás se dirigían a hacer la compra, pero sin respetar las normas impuesta por el estado de alarma. Era lo único que llamaba la atención de manera descarada, el resto de personas con las que me he cruzado iban solas y aparentemente en trayecto de trabajo a casa o al supermercado, pero más que otros días. En los coches solo una persona y muchos con guantes, extremando las precauciones hasta con su propio volante. Siendo jueves me da que pensar que la gente ve como se acerca el fin de semana y está relajando la buena costumbre de quedarse en casa.

Jesús Bayort. En la calle se escuchaba el silencio. Y se respiraba el respeto, el clima precaución. Cada vez cuesta más salir de casa. El sentido de hogar ha vuelto a cobrar sentido: la alegría está ahora dentro, no fuera. Y se nota en las miradas, porque hoy resultaba fácil encontrar personas en las calles: las colas de los supermercados se forman ahora en sus puertas, no en la caja. Una larga fila con miradas circunstanciales, como si pidieran el turno para dar el pésame.

Julia Jiménez. En medio de la situación de extrema gravedad que se está viviendo en España por el coronavirus tener que acompañar e ingresar a tu madre, con 69 años recién cumplidos, en un hospital para que le extirpen la vesícula porque su estado podría derivar en una peligrosa pancreatitis provoca que tu nivel de estrés y ansiedad suba considerablemente.

Afortunadamente la intervención ha discurrido de la mejor forma posible, aunque para seguir las indicaciones sanitarias solo una de sus hijas ha podido acompañarla en todo momento durante este trance, mientras que la otra tuvo que esperar dos horas en un coche fuera del centro hospitalario para ver cómo se desarrollaba la operación y su hijo permaneció en su puesto de trabajo, en primera línea de la lucha contra esta pandemia.

Una de las cosas más difíciles de esta semana ha sido mantener las distancias con ella para protegerla al máximo. No poder abrazar ni besar a alguien que se va a meter en un quirófano, con el riesgo que esto siempre conlleva, es durísimo.

Charo García. ¿Una cuarentena con 2 adolescentes en casa? Pues como casi siempre los jóvenes no dejan de sorprendernos. Los móviles, las tablets, el ordenador… los usan para estudiar y seguir las clases del instituto y de inglés, pero nunca les ha servido tanto como ventana al exterior y contacto con sus amigos. No tienen tiempo para aburrirse y no sólo por videollamadas entre varios, sino para plantearse retos como “dar 10 toques de balón pero con un rollo de papel higiénico”, “mantener en pie la escoba”, compartir una foto de la feria o de cuando tenían 2 años… Y el ambiente familiar es genial: participan en las conversaciones durante la comida, quieren aprender a cocinar, lo mantienen todo más ordenado… el aislamiento ha hecho que se acerquen más a los padres, incluso que haya aumentado la complicidad entre hermanos, y que el ritmo, a veces estresante, del día a día se haya ralentizado.

Juan Soldán. Uno de los pocos aspectos positivos que tiene la dichosa crisis del Coronavirus es que da gusto circular por Sevilla. Un trayecto que la semana pasada podía suponer alrededor de 20 minutos, desde este lunes (primer día laboral de confinamiento) se reduce a poco más de cinco. Un claro ejemplo es la Ronda de Triana, arteria principal del barrio, caracterizada por su intenso tráfico y el bullicio comercial de decenas de tiendas y restaurantes. Venir a trabajar a La Cartuja por esta avenida cualquiera de estos días te evoca un paisaje un tanto apocalíptico que se acentúa conforme avanza el día, haciendo que lo que en un primer momento te parecía algo bueno termine convirtiéndose en un deseo de que dentro de poco vuelvan los ansiados atascos y el ir y venir constante de gente por las aceras, señal de que esto por fin se habrá acabado.

Javier Rubio. La vecina, en cuarentena por iniciativa propia con su marido ingresado en el hospital y aislada en su propio domicilio, se extrañaba de que en el bloque de enfrente de su casa en la calle Bogotá iniciaran obras y, lo más llamativo aun, los albañiles no respetaran ninguna medida de prevención: ni mascarillas, ni distancia de seguridad ni nada de nada.

Alarmada por el riesgo que intuía estaban corriendo los operarios, se puso a llamar al 112, al 091 y al 092 sin conseguir línea en ningún momento. Habló con la jefatura de zona de la Guardia Civil en Eritaña y con la comisaría de policía de Bami, pero no consiguió que nadie moviera un dedo para acabar con la obra. Cuando conseguía que alguien la atendiera, la competencia para ordenar la paralización mudaba de cuerpo o de cuartel. Y vuelta a empezar.

Descorazonada, abatida, llamó al periodista con aire derrotado casi como desahogo.

La obra de demolición de tabiques interiores continuaba ayer como si tal cosa.

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