GRANDES MALES QUE ASOLARON SEVILLA

Cuando el hambre y el tifus se cebaron con Sevilla

El bienio formado por 1708 y 1709 fue especialmente catastrófico para el campo en la provincia sevillana

Los sevillanos se pusieron en manos de las Santas Justa y Rufina ABC

ANA MENCOS

España se encontraba en un periodo especialmente convulso al inicio del siglo XVIII. La muerte de Carlos II sin descendencia provocó la Guerra de Sucesión entre los borbónicos los partidarios de Felipe de Anjou y los partidarios de la continuidad de los Austria en la figura del Archiduque Carlos.

Sevilla no se escapó de las penurias que provocó una guerra de este tipo que además se vieron agravadas en 1708 por las duras condiciones meteorológicas que afectaron a los cultivos. Hasta un huracán sufrieron los campos sevillanos a principios del mes de noviembre de 1708. Este panorama se recrudeció a principios de 1709 con varias crecidas del río y rematando la tragedia, una plaga de langostas asoló los campos de cereales.

Todas estas catástrofes agrícolas provocaron una carestía de materias primas para alimentos tan básicos como el pan cuyo precio llegó a triplicarse . La falta de trabajo en el campo conllevó la migración de muchos jornaleros a la ciudad buscando la caridad de los aristócratas y la Iglesia.

Pronto se vio desbordada la ciudad por el gran número de mendigos y pobres que vieron una vez más como se le ponían la cosas más difíciles con la aparición de una enfermedad.

Al principio se pensó que se trataba de una nueva epidemia de peste

Médicos granadinos y sevillanos discrepaban sobre el mal que estaba corroyendo a al población en esas fechas. Los de Granada apuntaban a nueva nueva epidemia de peste, sin embrago los galenos hispalenses apostaban por otro mal como el causante de las muertes en 1709. Las tesis de estos últimos fueron las aceptadas oficialmente y más tarde se comprobó que la enfermedad que remató la situación de los sevillanos en 1709 fue el tifus exántemático , más conocido como tabardillo. Es una enfermedad transmitida por los piojos y que provoca fiebre alta y continua, alteraciones nerviosas y sanguíneas además de una erupción cutánea en todo el cuerpo.

Una vez más el pueblo se puso en manos de sus devociones y volvieron a salir procesiones rogativas, siendo la más relevante en esta ocasión la de las Santas Justa y Rufina . La Iglesia también fue clave en la ayuda a los desamparados, en las Gradas de la Catedral se reunían los pobres para recibir alimentos a diario. Muchos de ellos infestados con el mal recibieron el auxilio del clero que poco a poco también fue enfermando, llegando a un punto en el que, entre los fallecidos y los que abandonaron la ciudad para evitar el contagio, hubo que suspender celebraciones litúrgicas por falta de oficiantes.

El cabildo Civil también trato de ayudar en esta crisis estableciendo un programa de actuación mediante el cual costearon camas en el Hospital del Amor de Dios y gastos de las salas en el Hospital de la Sangre. Además ordenaron tapiar los cementerios de algunas parroquias como medida profiláctica.

Ninguna de las medidas adoptadas ni la ayuda recibida evitaron que el número de muertos alcanzase los 14.000 , aunque según las crónicas posiblemente la mayoría se debiese a la hambruna más que a la enfermedad.

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