Crónica del estado de alarma en Sevilla: los insurgentes pierden la batalla

La ciudad ha amanecido el primer día del «toque de queda» provocado por el coronavirus con un tráfico muy similar al de cualquier día laborable, pero a lo largo del día la Policía ha ido ordenando la situación. Así lo han vivido varios redactores

La Alameda de Hércules, desierta este lunes a media mañana Raúl Doblado

R.S.

No ha ganado nadie en Sevilla. Ni las medidas del estado de alarma ni la inconsciencia de muchos ciudadanos. La ciudad estaba en un quiero y no puedo. Ni desértica, que es como debía estar, ni con el trajín habitual. A medio gas. Pero había más insurgentes de la cuenta incumpliendo las órdenes del Gobierno a primera hora de la mañana de este lunes, el primer día laborable del confinamiento, aunque en unas zonas más que en otras. Distintos redactores de ABC ofrecen aquí su visión en primera persona.

Rocío Vázquez . El día se ha desperezado como cualquier otro lunes laborable: el locutor de radio que prorrumpe en el silencio de la noche, algún que otro despertador que suena en el edificio, el taconeo de la vecina y el ruido del coche al pasar por la callecita estrecha a la que da la ventana. Hasta las noticias que se consumen junto al café de mañana saben igual que las del día anterior. Comienza una semana como cualquier otra, aunque ahí fuera la situación sea de alarma. Uno empieza a ser consciente de que se está viviendo algo extraordinario nada más salir del edificio. La persona encargada de la limpieza lleva puesta una mascarrilla y no se oye a los niños remolones camino al colegio. ¿De verdad es lunes? Si el circular que se dirige a la Cartuja va vacío. Y el otro, y el de detrás. Parece incluso que haya más vehículos de Tussam o quizá es que circulen tan ligeros de pasajeros que se arremolinan en el semáforo. El supermercado exprés ya está abierto y en la sucursal bancaria los más madrugadores aguardan con dudosa distancia de seguridad el turno para el cajero. Hace frío, tal vez por eso algunas personas se arrebujan una bufanda en el cuello y tapan sus bocas. Otros rostros están cubiertos con mascarillas, incluso los de algunos conductores. No huele a churros, ni se ven maletas y turistas, pero sí pantalones blancos y verdes que van y vienen del hospital. Caminar por el carril bici no resulta una temeridad hasta que pasa el chico de los guantes de látex. Y en la Barqueta, aunque no transporten a casi nadie, se agolpan de nuevo los autobuses. No hay estampa con piraguas con la Torre Sevilla de fondo y la ribera está huérfana de runners. Dicen los que suele ir al trabajo en la Cartuja que el aparcamiento brilla por su presencia. Definitivamente, no es un lunes cualquiera.

David Martín Laínez . De camino desde el Aljarafe hasta la capital destaca la presencia de más camiones y furgonetas que de turismos. A pesar del nivel de alerta decretado, por Mairena se podía comprobar como algunas personas caminaban por algunas calles probablemente de camino a sus trabajos. Sin embargo, he podido comprobar cómo una patrulla de la Guardia Civil pasaba por delante de ellos sin pararse a preguntar qué hacían caminando. Al llegar a la capital el descenso de vehículos es significativo. Incluso en los semáforos no estaban las habituales personas que venden pañuelos a los conductores.

Eduardo Barba . El tráfico interno de la ciudad ha sufrido el lógico descenso por la falta de actividad en los centros educativos y el estado de alarma, aunque es, probablemente, donde menos se ha notado. En las rondas y vías más exteriores sí ha sido más ostensible la bajada del tráfico con respecto a semanas anteriores, ya que es donde más densidad había y ese cambio es más visible en este ámbito. Los habituales puntos de circulación complicada, como la Ronda Norte, Bueno Monreal o el puente del Centenario, han estado mucho más despejados.

Alejandra Navarro . El populoso barrio del Parque Alcosa cumplía con con las normas. Los niños se quedaban en sus casas por la suspensión de las clases y aquellos que no podían teletrabajar, acudían a sus puestos laborales bien en su vehículos propios, bien utilizando el transporte público. Los establecimientos minoristas permitidos abrían sus puertas, como los de alimentación y bebidas, estancos o farmacias.

Entre ellos, también los dedicados a prensa y papelería, como Librería Tagore, un comercio con casi 50 años de vida, cuyo dueño, José María Gutiérrez, ha decidido abrir sus puertas tras plantear a sus empleados la situación. Junto a la puerta han instalado un cartel con las medidas a tener en cuenta, tanto por los trabajadores como por los clientes. Para marcar la distancia de seguridad han instalado cintas fluorescentes en el suelo y no permiten entrar a más de tres personas, por lo que se han originado algunas colas en la calle, al igual que en la carnicería, la frutería o el supermercado colindantes. Y aunque a primera hora la afluencia de público era baja, la vida comercial se ha ido animando a lo largo del día.

Los dependientes atienden con mascarillas sanitarias y guantes, y piden a los clientes que depositen el dinero en el mostrador para no rozarse las manos.

No obstante, es necesario recordar a los vecinos que deben mantenerse confinados en casa para prevenir la sobreexposición al virus, así como evitar imágenes de una avenida como la de Ciudad de Chiva, arteria comercial principal de la ciudad que además vertebra el barrio, con demasiada gente por la calle a pesar del estado de alarma en el que nos encontramos.

Alberto García Reyes . El puente del Centenario es una bendición. ¿Desde cuándo no hay este tráfico un lunes? Posiblemente desde nunca. No hay camiones atascando los accesos, ni parones de varios minutos en la subida. Todo es fluido. Pero algunos coches van incumpliendo la norma. Viajan cinco. Todos los asientos llenos. Al llegar a la Cartuja sorprende una estampa: los aparcamientos están como siempre, no se ha quedado nadie en su casa. Cero sitios libres. Llegando al periódico suena el teléfono. Es un amigo guardia civil que llama desesperado por si podemos dar una noticia sobre la falta de colaboración de algunos. «Lo estamos pasando mal con los albañiles, que se niegan a disolverse en las obras porque dicen que si no trabajan, no cobran. Pero es que en muchas obras no se cumplen las medidas de distancia entre trabajadores». Al colgar aparece un mensaje en la pantalla que dice que la Policía Local ha tenido que multar al dueño de un bar por negarse a cerrar. En general, hay buena predisposición de los sevillanos a colaborar. Pero los rebeldes se ven más que los obedientes.

Jesús Álvarez . En los hospitales lo que se está viviendo estos días es lo más alejado del colapso sanitario que describían algunos bulos que circularon por las redes sociales. El pasado fin de semana los servicios de Urgencias de los tres grandes hospitales sevillanos registraron un aspecto insólito que los profesionales sanitarios no recordaban desde hacía mucho tiempo, tal vez desde la final del Mundial de Sudáfrica de 2010. El Hospital Virgen del Rocío de Sevilla recibió el domingo 329 visitantes cuando lo normal un fin de semana es atender entre 800 y 1.000 personas al día; y el Virgen Macarena y el Valme también registraron porcentajes muy por debajo de lo habitual. Los sanitarios consultados por ABC encuentran dos motivos: la concienciación de la ciudadanía tras las recomendaciones lanzadas por el Servicio Andaluz de Salud de permanecer en casa, salvo que surgiera una importante contingencia de salud; y el miedo a sufrir algún contagio de coronavirus. Esta hipersensibilidad llegó al extremo el pasado viernes de que un familiar de una mujer con claros síntomas de sufrir un ictus llamó al 112 para preguntar si debía llevarla o no a Urgencias. Naturalmente, la llevó y se le atendió, como se hizo con los enfermos de cualquier otra patología, pues hay muchas más enfermedades y mucho más graves, por desgracia, que la del coronavirus. Los profesionales hablan de normalidad estos días en los hospitales, pese a esta cierta psicosis que se ha apoderado de una parte de la población por las medidas de aislamiento adoptadas por el Gobierno.

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