Reloj de arena

Cristina López Rodríguez: Punto y final

Ella es el punto y final a una forma de entender la noche, el transformismo y el espectáculo

Tina Cristal Archivo Pepe Camacho

Félix Machuca

La preceden nombres que marcaron los tiempos de una Sevilla cambiante, donde los gustos provincianos intentaban disfrazarse con camisas de flores y la noche colonizaba bujíos con las puertas abiertas de par en par a la guasa, las bromas señoritingas y el golferío según Sevilla.

Tina Cristal , que es su nombre artístico, pertenece a aquella generación de artistas desmadrados, cómicos irreverentes, conjurados contra la ortodoxia, inspirados por la insolencia y devotos de guiones sin reparos. En esa lista generacional relucen los nombres del Gran Simón, de Parrás, de Rafael Conde El Titi , de la Esmeralda… Todo un elenco que definió al género y del que Tina Cristal es, eso, punto y final, aunque ella sigue activa y trabajando. Su juventud es la de la Sevilla del Simca mil , la de los zapatos de zanco, la de las Siete Revueltas, la del paquete de Winston guardado en un doblez de la manga corta de una camisa, la de los cubatas de Larios a treinta pesetas y la terraza del Bar Colón atestada de primeras figuras y gente bien locos por comerse el pescadito frito de sus raciones. En aquella Sevilla de los setenta, la que colocó a gran parte de su juventud en el Corte Inglés del Duqu e, arranca la carrera de un trianero que se hace trianera y que nació a la vera del Cachorro, en una casa bien y que le dio estudios.

Pero su futuro no estaba descifrando la «Tesis de Nancy» , sino las formulaciones exactas de los alcoholes combinados, lejos de aquel corte británico con puerta con salida al Duque donde trabajaba. Era dejar atrás las escaleras mecánicas del Corte Inglés y pedir la venia en los locales sevillanos para convertirse en la atracción de las barras de los pubs. Eso quería y por eso peleaba. Porque Tina no solo te ponía vasos largos y te ahogaba a un ruso en un vodka con naranja. También desbordaba empatía con los clientes a los que les contaba chistes, ocurrencias y majaronás marca de la casa. No era mentira que su simpatía tenía pegamento. Lo demostró aquella noche que, para servir copas, se puso un pañuelo a la cabeza, se lo anudó a la barbilla y se coronó con una rosa de plástico china. Su público lo aclamó. Y tuvo tanto eco el numerito que propulsó el chorro de su éxito llevándola a su gran salto profesional. Dejó los frutos secos de las copas largas para servir en bandeja la piña colada por su gracia y humor. Fue tan grande su aceptación que la Sevilla de alta cuna y baja en defensas gazmoñas le enseña el camino del mundo del espectáculo en la sala de fiestas Califas .

Se dejaba querer. Y la querían. El Pal i preguntaba por ella diciendo ¿dónde está mi hija?, Bambino la adoraba, El Gran Simón la consideraba un peligro para la paz y el Beni de Cádiz la incluyó en su catálogo de especies nocturnas a proteger. Claro que se dejaba querer. Y más por aquella saga fuga de artistas que pronto vieron a Tina pisar los teatros con su propia compañía. O verla con Marujita Díaz y la Esmeralda , en un trío dinamitero, en Canal Sur sentadas con el Loco Quintero , en una entrevista en tres dimensiones donde, ajustándose las cuentas de los años, Tina dijo de alguien que era de la época del arco iris cuando solo tenía dos colores: el blanco y el negro. El arco iris de su éxito la llevó al planeta televisivo y marciano de Javier Sardá , por una temporada, dos veces en semana, para dejar claro que el humor más osado tenía su sitio en aquella invasión nocturna de alienígenas. De otro planeta le tuvo que parecer al presidente de la caseta de feria de un pueblo sevillano el guardarropa que se llevó para una actuación. La caseta era de la Peña Sevillista y la mujer solo se llevó trajes de color verde, muy verde. Ni las avellanas de la Velá de Triana son más verdes. Cuando finalizó su actuación, aplaudida y coreada, el presidente de la caseta le dijo entre bromas y veras: la próxima vez, Tina, te traes unos trajes con los colores más acordes a la caseta… De todos los colores se le puso la cara en una pedanía cercana a Utrera donde la contrataron para actuar. En este tipo de espectáculo de humor y participación del público, Tina siempre se fijaba en los espectadores más aplacados, más tranquilos, para que no le reventaran el número. Eligió a uno que para tímido le faltaba una clase. Ella iba vestida de vedette, con más plumas que un comanche en el día de la patrona. Y la cosa consistía en que, con un rascador de madera, de aquellos que acababan con una manita en su extremo, le pedía a su presa que la arrascara. Se fue para el tímido con el rascador, pero vio que parte del público se lo desaconsejaba, con señas evidentes. Luego se enteró de que el señor tímido que eligió entre el público era el cura del lugar. Tina Cristal es el fin de raza de una manera de entender el humor y el transformismo. Sigue en activo. Trabajando por ferias, fiestas y asociaciones de vecinos. Tras ella se impuso un nuevo estilo, teniendo como referentes míticos a Lady Gaga , Mónica Naranjo o Madonna . Es el punto y final de una generación a la que le sigue añadiendo párrafos para un relato casi interminable con más puntos que interrogantes…

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