Crisis del coronavirus en Sevilla
Vigésimo séptimo día de encierro: de las nubes grises a los brotes verdes
Este Viernes Santo sevillano es una mezcla de emociones, una amalgama de tristezas, frustraciones y expectativas, un sube y baja entre la nostalgia y la esperanza
Sigue la última hora del coronavirus en Andalucía
La de este Viernes Santo del año 20 no ha sido, sin lugar a dudas, una jornada más dentro de este periodo de obligado confinamiento al que ha obligado el estado de alarma impuesto a casa de la pandemia de coronavirus Covid-19 , que se ha echado encima de la sociedad y, por supuesto, de sus días más señalados, como ocurre con el quinto día de esta semana. Y en Sevilla, más, si cabe. Cuesta asumir el vacío angustioso de las calles, pero en jornadas como ésta impactan sobremanera y por encima de lo que ya lo han hecho en las tres semanas previas. El sentimiento de pesadumbre y nostalgia inundan el día y el silencio de las calles, pero los datos positivos de la evolución de los contagios y del progresivo rebaje de la curva trágica que mide la incidencia del virus están funcionando como bálsamo y dejan ver los primeros brotes verdes, el color de la esperanza, a la que nada aparta del escenario de un Viernes Santo.
Eduardo Barba . Por mucho que uno intente ponerle sentido común y talante positivo a esta rutina que nos han impuesto unos contagiosos organismos microscópicos, las jornadas suelen tener una mezcla de emociones para convertirse, en muchas ocasiones, en una montaña rusa que te sube y te baja de la rabia de las víctimas a la alegría de estar bien; de la pena por los que han caído al orgullo de quienes están mostrando un civismo y una responsabilidad ejemplares; de la tristeza por los mayores que lo están sufriendo en carnes propias a la emoción por los niños que permanecen hace un mes metidos en casa; del desconsuelo de la primavera robada a la expectativa de un verano repleto de reencuentros; de la tristeza de una semana como la que termina a la esperanza que reportan las cifras que las autoridades sanitarias transmiten sobre una lenta pero sostenida mejoría. Con altos y bajos, con cielos nubosos matinales y tarde celeste, con pesar por ver las fotografías de la calle Castilla desierta y ganas de volver a transitarla entre su gente acabas completando una jornada que siempre es una menos hasta lograr el objetivo. Y no olvidas el olor salado que viene de Bonanza de los paseos por la calle Betis ni el cuello girado de «Rafaé» para mirar al Señor caído al suelo tres veces ni las oraciones marineras por Pureza ni el olor a dulce de Manu Jara ni la sinuosa curva que recorre Fabié, que es la hermana pequeña de la que hace lo propio en Callao hasta el Callejón de la Inquisición, ni el bullicio de San Jacinto hasta la Hispano Aviación ni el campanario de la O ni el ambiente del Patrocinio ni los besos ni los abrazos ni las risas. Y sostienes la esperanza, siempre, de que Sevilla va a volver a ser Sevilla. Y Triana, Triana.
Jesús Bayort . Roma despertó al barrio de la Macarena, como si un hermoso sueño nos sacase de esta tormentosa distopía. Desconozco dónde estaba aquel altavoz que me botó de la cama. Tampoco lo quise encontrar, porque creí que el Señor ya estaba ahí, como debieron pensar mis vecinos de los alrededores de la calle Parras, sublimación de la devoción más Macarena en una mañana de Viernes Santo. No he sido capaz de subir a la azotea en mi anhelo por lo que pudimos tener y hemos tenido. Los horarios han sido el signo inequívoco de que algo extraordinario estaba ocurriendo: levanté la persiana cuando con otras circunstancias la estaría bajando. Lo que una Madrugá me sustituye el sueño ahora me lo priva; con la única tranquilidad de saber que sigue ahí, en su Basílica, en nuestra casa. Tras aquel homenaje a la Centuria, el barrio enmudeció. Un clima luctuoso envolvió la última zona amurallada. Sentimiento que reafirma mi convicción: cuando este calvario pase, y tras reencontrarme con el abrazo más ansiado de los míos, sé adónde iré: a pedir por los que se han ido y a agradecer por quienes se han quedado. El que quiera encontrarme, que me busque junto al Arco o en San Lorenzo, que allí estaré.
Pedro Ybarra . Me siento afortunado de compartir en ABC de Sevilla el primer Viernes Santo en el que teletrabajo de toda mi vida con Silvia Tubio, Juan Soldán, Manuel Moguer, Ramón Román, Fran Piñero, Candela Vázquez, Raúl Doblado, Vanessa Gómez, Rocío Ruz y Juan José Úbeda. Internet ha sido el culpable de que también os mantengamos informados este día, que hasta hace unos años era una de las fechas «sagradas» reservadas para el descanso de los periodistas. Confinados, el estado de alarma también dispara los sentimientos, las emociones y los agradecimientos recíprocos de aquellos a los que has intentado dar voz, porque habitualmente no la tienen.
Comenzó a sonar mi WhatsApp con el mensaje de Manuel Imán, guitarrista legendario al que no conocía pero cuya guitarra y curriculum me dejaron impactados. El confinamiento merecía su rescate. Lo mismo que una residente que prefiere permanecer en el anonimato a la que entrevisté ayer, el arquitecto con el que tomé café hace unos días, los de Andex, el comedor de San Juan de Acre... bip, bip, bip. Gracias a todos por dar las gracias. Algo parecido ocurre cada vez que te conectas a las redes sociales. Desde hace unos días aparecen llenas de fotografías de ramos flores apoyados sobre las puertas de las iglesias de las que debería haber salido alguna cofradía. Flores con mensajes, como los de la agradecida protagonista de uno de los primeros reportajes que escribí sobre coronavirus en el que contaba cómo Rocío Gómez repartía su cosecha de flor cortada entre los sanitarios sevillanos ante la imposibilidad de venderla. En Twitter me encuentro con un vídeo mensaje de Pascual González, y me animo a defender a quien con tanta dignidad fue pionero en fusionar la Semana Santa, nada más y nada menos que con las sevillanas. «Qué buen pregonero se ha perdido Sevilla», escribí mientras entretejía teletipos y methodes para sacar adelante el día. Tarea fácil frente a la de aquel compañero, que ausente de estas páginas desde hace días, aunque no del pensamiento, siguen luchando en la habitación de un hospital.
Todo los días, a media mañana, salta la nota de prensa con las cifras del coronavirus, que tristemente vuelven a atarnos a la suela de nuestros zapatos para asumir la realidad, las cientos de familias que quedan destrozadas cada 24 horas por el Covid-19 y aún así, asumimos con esperanza que todo esto va a pasar pronto. Tiene que pasar pronto. Y aquí seguiremos, si Dios quiere, como este Viernes Santo, para seguir contándoselo...
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