Crisis del coronavirus en Sevilla
Vigésimo octavo día de encierro: duelo por la Semana Santa que se marchó
El confinamiento va a cumplir un mes y los datos de mejoría provocan que algunos empiecen a desoír las indicaciones. Mal asunto. Hay que incidir en la responsabilidad
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La nostalgia por la Semana Santa que se va sin llegar siquiera a estrenarse en lo que a procesiones se refiere, en su estallido popular y callejero pero también devocional, impregna buena parte de los sentimientos de una ciudad como Sevilla, que este Sábado Santo espera su particular resurrección dentro de unas semanas, o de varios meses incluso, pero celebrando en unas horas la del Señor, que esa no cambia y sostiene el espíritu de muchos. La pandemia de coronavirus Covid-19 ha hecho que se sume ya un mes completo de confinamiento, prácticamente, y aunque los ánimos comienzan a flaquear, los datos de lenta mejoría en los contagios y las víctimas hace que vaya creciendo la expectativa, pero también el número de gestos de «excesos» que aún no puede permitirse la población. Pasarse de listos o de rápidis puede ser tan perjudicial como lo fue pasarse de lentos hace más de un mes. Superada la primera parte del encierro, el llamamiento a la responsabilidad debe ser aún más intenso porque hay algunos que ya empiezan a desoír cualquier indicación. Paciencia.
Jesús Díaz . Este sábado el cielo también suma un poco más a la tristeza de estos días que vive la ciudad por lo que nunca llegó a suceder. Hoy tocaba ir al supermercado. Uno va estirando la despensa para no tener que salir, pero a veces no hay más remedio. Y hoy muchos vecinos parecían vivir la misma situación. Colas en la puerta de la tienda y demasiada gente dentro. Demasiada. En la calle gente charlando como si nada, a la entrada y a la salida de la compra. Un matrimonio comprando junto. Menos mal que los trabajadores lo recuerdan: la próxima vez un miembro de familia solo. Aún nos quedan esos héroes, que además de tener las estanterías llenas miran por la salud de todos. Si a esto le sumas que hay gente que sigue creyendo que puede ir y venir a la playa o a otros rincones libremente para pasar unos días como sí con ellos no fuera el estado de alarma. Como si fueran inmunes. Ellos y sus hijos, a los que también exponen. Entonces, uno se pregunta: ¿estamos comenzando a relajarnos? Confío en que no porque aún queda y el virus sigue entre nosotros.
Lo mejor del día y de la semana es que hoy, en unas horas, resucita el Señor.
Jesús Sevillano . Todavía faltan horas para que el Señor resucite. Es la Pascua para los creyentes. Fiesta y alegría, porque el Redentor, el que lo dio todo para salvarnos, volverá a estar entre nosotros. Pero no ha sido una Semana Santa fácil. Desde el Viernes de Dolores mi corazón ha ido pasando los días con más o menos intensidad pero seguro de que todo esto va a pasar y vamos a volver a disfrutar de Sevilla en su plenitud en una de sus semanas más grandes. En las vísperas cómo no acordarme de mis hermanos de La Corona. Es una hermandad y una cofradía joven, pero con qué mimo lo prepara todo. Más que hermanos, los que nos juntamos entorno al Cristo del mismo nombre somos amigos. Y la amistad es un tesoro que todos debemos cuidar. Luego, después de un Domingo de Ramos muy especial, el corazón se me rompió el Lunes Santo. Qué día más complicado. Hice todo el ritual de años atrás: túnica, cíngulo mercedario, capa, capirote con su antifaz... Pero este año no iba a ir al Tiro de Línea, el barrio donde me crié. No iba a acompañar al Cautivo y a su madre de las Mercedes, no me iba a postrar ante ellos para rezarles por todas las personas a las que quiero. Tampoco me iba a encontrar con mi padre, que me espera siempre en las sillas de la Avenida para preguntarme que como voy. Yo sólo puedo responderle que voy bien, pero nos damos la mano y nos decimos tantos cosas con ese gesto... Tampoco me iba a encontrar con la gente fiel que siempre se acerca a ver si me hace falta algo. Ni iba a ver a mis tíos. Cuántos recuerdos, cómo echo de menos año tras año a los que me inculcaron el amor a los titulares de Santa Genoveva... Gracias mamá, gracias abuelos.
Con el avance de la semana se ha llegado a una Madrugada distinta, pero igualmente intensa. Esperanza y Salud. Cuánta falta hacéis. Un año más, y van tres, me colgué esa medalla de la Esperanza de Triana tan especial que tenemos en casa. Porque, mi madre, la estrella que guía a mi familia desde el cielo fue siempre de «su» Esperanza, pero también fue hermana de la corporación los últimos meses de su vida. Otro vuelco al corazón. Sentimientos a flor de piel y un montón de recuerdos que pasaron por mi cabeza. Menos mal que ya falta menos de un año para que, una vez pasemos toda esta pandemia, podamos prepararnos de nuevo para poder vivir nuestra Semana Santa, si Dios quiere, en 2021.
Mercedes Benítez . La botella puede estar medio vacía. Hoy he preferido verla medio llena. Porque, pese a llevar cerca de un mes de confinamiento, somos unos privilegiados y tenemos un trabajo esencial como el de la prensa. Cada día salimos y, en el camino a la redacción, podemos ver el sol, las calles, los árboles, los coches, la vida... Y a esos trabajadores que están al pie del cañón, jugándosela. Hoy, particularmente, me he acordado no sólo de los sanitarios, sino también de los farmacéuticos, los trabajadores del súper, los panaderos, los barrenderos y todos esos que hacen que otros puedan quedarse en casa. Pero, sobre todo, me he acordado de los más vulnerables, nuestros mayores. Los que no pueden salir de casa, ni abrazar a hijos y nietos porque saben que un descuido o cualquier contacto con el virus podría ser mortal, como lo está siendo para muchos. Hoy ella, como cada día de esta larga cuarentena permanecerá en casa esperando tiempos mejores. Leyendo el ABC, rezando al Señor de Sevilla y esperando la llamada de sus cinco hijos. Esta tarde volverá a acicalarse y a pintarse los labios para salir al balcón donde cuelga su bandera de Espańa. Hoy, el día que cumple 89 años, volverá a aplaudir con el entusiasmo de una jovencita aunque su fiesta de cumpleaños tenga que esperar. Hoy este diario del Covid-19 va por ti, mamá.
Jaime Parejo . Si hay una lección que me está dando este confinamiento, esa es que los niños son más fuertes que nosotros. Se adaptan mucho mejor a las situaciones adversas. Tengo dos niños de 2 y 5 años que no han pisado la calle desde que se estableció el confinamiento en todos los hogares y no me han reclamado casi nada del «exterior» en casi un mes encerrados que llevamos. Tienen días malos, obviamente, como los tenemos todos, aunque muchas veces creo que se contagian de nuestro grado de hastío por un encierro que a nadie le gusta pero que deben respetar. Andrés, el más pequeño, ya corrige incluso al vecino o al abuelo que le dice que pronto estará en el parque diciéndole que «no, porque hay 'viru'». Los adultos nos preocupamos mucho por ellos y son los que nos están dando grandes lecciones en este período. Curiosamente, al menos los míos, echan de menos más los juegos y abrazos con sus amigos del colegio que el salir al parque o ir al cine. También agradecen mucho el tiempo que pasamos con ellos, ese que, en la vorágine de la cotidianidad, no podemos dedicarles. Sí, son cosas de su edad, pero no deja de ser una lección para sus padres, lo fácil que es (era para nosotros los adultos) conformarse con poco y ser feliz simplemente compartiendo un rato con tu gente. Es la mayor lección para cuando acabemos esta crisis. Más cercanía con los que queremos y saber valorar lo que tienes.
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