Crisis del coronavirus en Sevilla

Día 41 de encierro en Sevilla: añoranzas de aquellos viernes que eran viernes

La capital andaluza encara entristecida el fin de semana que iba a ser el del inicio de su Feria de Abril

Sigue la última hora de la crisis del coronavirus en Andalucía

La trianera calle Castilla, adornada en recuerdo de la Feria Efe

S. L.

Se aproxima otro fin de semana, el séptimo de confinamiento a causa de la pandemia de coronavirus Covid-19 , y el día avanza con la aplastante sensación de añoranza de aquellos viernes que eran viernes. Aquellos de primavera y sol, de cerveza y bullicio, de risas y hasta de resaca temprana. El de hoy parece un lunes de mediados de enero, en plena cuesta económica, con dos bajo cero, cielos grises, gripe, sabañones y un 4-0 en contra la tarde anterior. Los anuncios contradictorios por parte de los gobernantes se suceden para desconcertar a unos y a otros y terminar de ponerle un aire surrealista a la víspera del que iba a ser el día del arranque de la Feria de Abril en Sevilla. Que cuelga sus farolillos de los balcones mientras se desmonta la portada, prepara su pescaíto doméstico y se toma a sorbitos el trago amargo de este año sin brindar más que por la dignidad de quienes se fueron y por la salud que nos mantenga a la espera de un viernes mejor.

Luis Montoto: Días de anhelos malogrados y de esperanzas maltrechas. Tan pronto anuncian que saldrás a pasear con tus hijos, que lo prohíben si no es para ir al súper o la farmacia. Cuando crees que el Ayuntamiento dejará que abran los bares para llevar la comida hecha a casa, rectificación al canto. Hay terrazas que ponen farolillos para hacer el pescaíto enfrente de otras que lucen una bandera de España con crespón negro. En medio de esta confusión, aumenta el trasiego en las calles. Ha habido días que en la tarde, entre Los Remedios y La Cartuja, no había ni un alma, pero los hogares están rompiendo las reglas del más estricto confinamiento y ahora se ve más trasiego, más tráfico, más paseantes. Un día después de cumplir cuarenta días enclaustrados, el sol de la primavera está llamando a la ventana. El domingo los niños podrán salir de paseo. ¿Cuántas familias saldrán entonces a la calle? ¿El miedo vencerá las ganas de pisar la acera? La sensación del día 41 de confinamiento es esa mezcla de esperanza y decepción, de ilusión y miedo, que no te deja estar en casa pero te impide salir a la calle.

Manuel Contreras: Leo que en España han puesto ya 600.000 multas por infracciones del confinamiento, una cifra muy superior a la de otros países. ¿Somos más díscolos o hay sobreactuación policial? Pensaba que era más bien lo primero, la legendaria chulería del macho ibérico, siempre dispuesto a infrigir una norma o engañar a Hacienda. Pero el episodio de esta mañana me hace dudar. Llamada telefónica junto al coche. Conversación de unos 40 minutos dando vueltas alrededor del vehículo, en una zona residencial. Llega un agente de Policía.

-¿Qué hace aquí?

-He venido a traer la compra a mi madre y me han llamado justo cuando iba a entrar en el coche. Tengo el ticket de la compra si lo quiere comprobar.

-¿Dónde vive su madre?

-En ese bloque.

-Pues vamos a comprobarlo.

El episodio termina con un paseo con el agente hasta el portal del piso. ¿Es necesario ese nivel de control policial? ¿Qué riesgo supone una persona hablando por teléfono alrededor de un coche en una zona ajardinada y despejada? ¿Cuál es el objetivo, evitar contagios o hacer caja? ¿Por qué hemos pasado a ser todos los ciudadanos presuntos infractores?

Eduardo Barba : La situación excepcional por el confinamiento va moldeando el carácter de cada uno o acentuando sus mejores virtudes y sus peores defectos. Como un curso académico que avanza con las semanas y va consolidándose. E incluso haciendo aflorar comportamientos y características propias que permanecían en segundo plano, subyugadas por la tiranía del presente, las prisas y la rutina automatizada que tantas veces impiden centrar la atención en otras cosas fuera del carril de aceleración en el que vivimos. Ocurre, a mi modo de ver, con la capacidad para observar con calma, para fijarse en los detalles, probablemente porque ahora no hay tantos elementos de los que habitualmente nos distraen generando esa maldita apariencia de que la vida no es más que esa especie de tobogán de parque infantil diario, sin heridas ni frustraciones. En mi caso es así. Para compensar lo que los años y las pantallas han ido robando de mis retinas, este estado de alarma me va devolviendo paulatinamente la capacidad de ver, y no sólo mirar. Observar detenidamente, fijarse, leer de forma concienzuda, no suponer sino conocer... Todo ese abanico de maravillosas alternativas que nos ofrece el sentido de la vista, al que no se puede asfixiar con una mascarilla, ha ido regresando y me está ayudando a sobrellevar la agobiante cuarentena aportando un nuevo elemento a la caja de herramientas del periodista. Y aprecio ahora que la luz de la ciudad es hasta distinta por la menor polución en estas tardes del Greco toledano invadidas de claroscuros impresionantes. Y vuelvo a mirar a los gorriones que se acercan a la ventana con menos miedo porque ya no hay ruidos que les ahuyenten. Y me percato de que los gatos callejeros o los patos de los parques se han aproximado a donde antes no osaban porque empiezan a ser conscientes de que la amenaza humana se va difuminando. Y sonrío ante las miradas cómplices de las personas con las que uno se cruza consciente de que están tan descolocadas como uno mismo. Y paro mi vehículo a contemplar la entrada del monasterio de Santa María de las Cuevas sin presencia ajena ni un claxon impertinente. Y lo disfruto. Y contemplo cómo va cayendo el sol coloreando las chimeneas cartujanas. Y me fijo en cada coche que pasa junto al mío y en la estela de cada avión que rompe el cielo sevillano y en el mensaje de cada colgadura de cada balcón de cada edificio de cada calle por la que mis ojos, ahora sí, exploran y no son seres inertes. Y dedico más tiempo a mirar a la cara a los míos culpándome en silencio de haberlo hecho solamente cuando nos ha azotado una pandemia mundial. También, sí. En la adversidad también se puede mejorar y construir. A lo mejor, oh qué terrible paradoja, de manera más efectiva que en los momentos de bonanza. Somos pura contradicción. Por lo visto.

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