Coronavirus en Sevilla
Vigésimo quinto día de encierro: un golpe de realidad y otro de realeza
Este Miércoles Santo se ha debatido entre el silencio absoluto de la ciudad como consecuencia del vacío y la llamada del Rey al presidente del Consejo de Cofradías
Este Miércoles Santo ha traído a Sevilla un golpe de realidad y otro de realeza . Por un lado, la tristeza de una ciudad vacía cuando, en condiciones normales, todo tendría que haber sido esta tarde bullicio. Y por el otro lado, la llamada del Rey Felipe VI al presidente del Consejo de Cofradías , Francisco Vélez, para transmitir su ánimo a las hermandades en estos momentos tan complicados y su reconocimiento por la labor social que llevan a cabo . Por lo demás, las colas de los templos han sido sustituidas por colas en los supermercados . Así han visto este vigésimo quinto día de encierro en Sevilla por el coronavirus varios redactores de ABC.
Fran Piñero. El ánimo en Sevilla resulta distinto. La Semana Santa puede que haya traído, contra todo pronóstico, la alegría necesaria para el mermado sentir de la ciudad. Paradójico, sí, pues, cabría esperar días tristes por la ausencia de hermandades en las calles. Máxime en un abril cuyo cielo parece haber cerrado filas y no estar por la labor de dejar caer gotas de lluvia, siempre tan necesaria, pero este año tal vez un bálsamo reafirmante para sobrellevar mejor el cerrojo sanitario de la Semana Grande.
En los balcones, el nuevo termómetro del semblante hispalense, los aplausos se dan con más ganas, a menudo sobre el eco de marchas cofradieras que resuenan de más de una fachada, y sobre todo con palabras entre vecinos, lejos del tímido protocolo de las primeras semanas de confinamiento cada día a las 20 horas.
Quizás ayude que tal vez nos encontremos a la mitad del camino, que seguro será más largo pero que se recorre mejor cuando los datos son más halagüeños y el famoso, por esperado, pico de contagios previsiblemente se ha superado.
Queda la desescalada, lo dice el Gobierno, y en cierto modo también el atardecer. Cada día más lento, cada día con más luz. Precisamente es eso lo que necesitaba Sevilla, luz. Este año no será la de los pabilos de los cortejos nazarenos, pero sí la que poco a poco se va encendiendo en nuestro interior. Pronto todo esto será un recuerdo.
Javier Rubio. Los controles en las salidas de la ciudad en dirección a los destinos de playa en las costas de Huelva y Cádiz fueron constantes durante toda la jornada, en especial a primera hora de la tarde. La Guardia Civil de Tráfico y la Policía Local se repartieron las vías según la titularidad de las infraestructuras para supervisar el movimiento de los vehículos.
Poco después de las cuatro de la tarde todavía subsistían en las salidas por las grandes avenidas de Juan Pablo II y Blas Infante en dirección al nudo de acceso a la SE-30 para tomar la A-49.
Al final del campo de la Feria, dos furgonetas de la Policía Local -una de ellas, rotulada en el frontal con la palabra "Alcoholemia" por ser la que se utiliza en los controles- cruzadas obligaban a los conductores a refrenar la marcha del vehículo y a bajar la ventanilla para seguir las indicaciones de los agentes uniformados, protegidos convenientemente con mascarillas.
«¿De dónde viene, señor?», pregunta cortésmente el policía después de saludar con marcialidad. «Voy a trabajar, agente», repongo. "¿Puede mostrarme el certificado, por favor?", solicita mientras señala el salpicadero para que lo exhiba abierto y pueda verlo a través del cristal.
Tras una lectura detenida, el agente inquiere por el camino para llegar al periódico. «Tomo el muro de defensa y desde ahí entro en la isla de la Cartuja», explico. Ahí acaba el interrogatorio. Rebaso el control y dejo atrás al último agente, encargado de tirar de la concertina que pincha las ruedas en décimas de segundo si algún vehículo se da a la fuga.
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