Coronavirus en Sevilla
Vigésimo noveno día de encierro: defendiendo el optimismo con todas las fuerzas
El Domingo de Resurrección y de luz obliga a los sevillanos a sostener una sonrisa de esperanza un mes después de empezar el confinamiento

Domingo de Resurrección en Sevilla. Pocos días tan grandes para la capital andaluza, que en el de este año ha tirado de orgullo para defender el optimismo a capa y espada, con todas sus fuerzas. Sencillamente porque es lo que toca una jornada como ésta y porque suele ser el camino más corto hacia la satisfacción, la vía más práctica, especialmente en medio de un panorama como el que está tocando vivir esta primavera por el confinamiento a causa de la pandemia de coronavirus Covid-19 . Cuando salir a tirar la basura o a comprar el pan o a sacar a pasear al perro empieza a ser ya una de las mayores novedades de la rutina de un fin de semana, mantener la cabeza centrada en el objetivo y vivir con perspectiva es un salvavidas. Cuestión de supervivencia. Instinto humano después de sumar ya prácticamente un mes de encierro.
Javier Macías . El Domingo de Resurrección es cada año una jornada de reflexión y de balance por lo vivido y lo contado. Habitualmente suelo llegar a este día exhausto tanto en lo físico como en lo psicológico. Hoy, quizá, en lo primero es un día como cualquier otro pero, en lo segundo, creo que me siento más agotado que nunca. Anoche me acosté tarde en ese juego de análisis tras esta Semana Santa en la que tanto hemos sufrido las ausencias. Comprendí que este año el trabajo realizado ha sido más importante si cabe que el de otras ocasiones porque nuestra encomienda ha sido trasladar con todo el sentido teológico, histórico y cultural la Esperanza y el Gran Poder de Dios a los hogares y los hospitales, cuando realmente en la calle lo único que pasaba era el silencio y la soledad. Me siento orgulloso de haber participado en esta reconstrucción de una Semana Santa intangible. Y, por ello, creo a pie juntillas aquella frase que el arzobispo ha dicho por la mañana en la eucaristía y que tan bien ha apuntado mi compañera Alejandra: «Jesús Resucitado es el futuro». Por eso, pese a los discursos engolados y sin fundamento en prime time , hoy es Pascua y hay que felicitarse por ello. Ese futuro ya es presente.
Alejandra Navarro González de la Higuera . Ir a por el pan se ha convertido en toda una cuestión de coraje, y de tiempo. Y no, no me digan que ahora tenemos todo el tiempo del mundo, porque entre el teletrabajo, las labores de la casa, la repostería y el deporte vía Youtube, una ya no tiene tiempo ni para sentarse a leer un rato en el sofá. Pero no me quiero perder en esto del tiempo, porque daría para un reportaje a doble página.
En el despacho de pan cercano a mi casa la cola llega estos días hasta la esquina de una de las vías principales del barrio. Formamos una fila, uno detrás de otro, los que vamos todos los días casi a la misma hora. Da gusto ver algunas caras y darse cuenta de que la enfermedad ha pasado de largo, al menos por el momento. En la calle y mientras pasan los minutos, que pueden llegar hasta 20 o 25, no sabemos con qué entretenernos: móviles, chats, periódico para el afortunado que haya encontrado un kiosco abierto en el vecindario. Y siempre con el cuidado de mantener la distancia de seguridad y equiparnos con mascarillas y guantes, que no es plan de contagiar a nadie o de ser contagiados. Debemos proteger por encima de todo a los trabajadores de los supermercados y tiendas de alimentación, que tan gran labor están haciendo en estos duros momentos del confinamiento. Por eso mi sorpresa es mayúscula cuando, después de 20 minutos esperando en la calle para que no se junten más de dos personas dentro del comercio, me doy cuenta de que la dependienta me atiende sin mascarilla y sin guantes, y justo delante de mí ha cogido monedas con las manos de la persona que ha entrado a comprar antes que yo.
Desconozco las circunstancias por las que esta persona no iba protegida, trabajando de cara al público y en una tienda de alimentación. No quiero pensar qué hará en la trastienda si en el mostrador se muestra de esta guisa. Compré pan para varios días, porque por vergüenza no me fui de allí dejándola con la palabra en la boca. No obstante, me voy a pensar muy seriamente el volver. Que no está el horno para coronavirus, ni para bollos...
Martín Laínez . Cuando está a la vuelta de la esquina la semana quinta «después de», muchas cosas han empezado a cambiar en mi día a día. Por lo pronto, el vocabulario. Hay muchas palabras que hasta la fecha sabíamos de su existencia, pero pocas veces las habíamos empleado. Mascarillas, confinamiento, EPI, aislamiento, desinfección, hipoclorito, hidroalcohol, pandemia... y así una largo etcétera que nos lleva irremediablemente a la palabra clave: coronavirus. Quién no ha escrito o pronunciado al menos diez veces la dichosa palabrita en las últimas 24 horas. Cuando uno lleva teletrabajando desde el día 16 de marzo, siente un doble o hasta triple sentimiento. El primero es el de autoprotección de los tuyos y, en mi caso, aún más notorio por la profesión de mi mujer. Sanitaria andaluza al igual que miles de profesionales de la salud, mi pareja está al frente de la batalla y eso me da un poco de «envidia», porque quiero estar junto a ellos en esta guerra, pero no puedo. Eso sí, y es mi segundo sentimiento, como periodista, entiendo que realizo una «labor esencial» a la sociedad informando con veracidad y profesionalidad a nuestros lectores. Me siento un eslabón de esta cadena en la que todos luchamos para evitar una pandemia que, por lo pronto, se ha cobrado la vida de miles de españoles. Pero, al mismo tiempo, tengo la sensación de que esto que nos está ocurriendo nos va a marcar en el futuro. No sé si seremos más fuertes o débiles, pero lo que sí tengo claro es que seremos diferentes. Siento que la vida nos ha dado una oportunidad y tenemos que cogerla. Hoy, precisamente, me ha encantado leer la columna diaria de mi compañero Javier Rubio y el mensaje que nos ha dejado en su escrito: optimismo. Todas estas sensaciones, autoprotección, envidia, eslabón de la cadena y, gracias Javier por recordármela, optimismo son las que me giran en torno a mi cabeza en estos momentos cuando hemos empezado a doblar la línea ascendente que comenzó hace un mes. Nos queda un largo recorrido aún por derribar esta curva que hace unos días los chinos de Wuhan dejaron atrás. Retuiteo las crónicas que mi compañero Pablo M. Díez (corresponsal de ABC en Asia desde 2005) escribe a diario para refrescarme todas estas cosas que nos pasan por la cabeza. El timón de la nave nos dirige hacia el puerto de llegada, ese puerto que atisbamos cada vez más cerca, pero aún nos queda seguir remando todos en la misma dirección. Y hasta que lleguemos a buen puerto, seguimos con una rutina espartana para no caer en el agotamiento, porque si el «bicho» se ha cobrado la vida de tantas personas, por lo menos en mi caso no le voy a dar los remos de esta nave. Mientras tanto, toca reinventarse, un verbo que seguro nos marcará cuando todo esto pase. Al tiempo.
Noticias relacionadas