Coronavirus en Sevilla

Undécimo día de encierro: a llenar de nuevo la despensa

Este miércoles se ha notado mayor actividad en los supermercados. Se nota que las neveras empiezan a vaciarse tras el primer acopio de alimentos y la ciudad ha salido tras su mascarilla a llenar otra vez la alacena

Un vecino de la calle San Luis con el carrito de la compra EFE

R.S.

El aislamiento pasa factura psicológica, como es lógico, y también logística. Después de once días de encierro, los sevillanos han empezado a ver mermadas sus reservas de alimentos tras el primer acopio y han salido a los supermercados, siempre de forma muy ordenada, a llenar de nuevo sus despensas . En las horas punta se ha visto algo más de tráfico, pero la ciudad sigue estando desierta y cada vez son más las personas que optan por el pedido a domicilio, a pesar de que en algunos casos el carrito de la compra tarda hasta cinco días en llegar a casa. Así han visto este miércoles varios redactores de ABC.

Manuel Moguer. El coronavirus ha encerrado a los sevillanos y liberado a los animales. A primera hora en las calles hay casi más perros que personas y, de camino al periódico, en la calle Torneo, trinan con ganas los pájaros. Oír los sonidos de la Naturaleza es una satisfacción porque prueba que Sevilla ha parado, que no hay actividad, y los coches no ahogan el canto de los pájaros. En el río estos días los patos han dejado sus nidos y se han dedicado a recorrer la ciudad. En la calle Asunción o en El Tardón, donde se les ha visto husmear, uno se imagina que, sorprendidos ante la falta de pan regalado, investigan dónde nos hemos metido todos. Las palomas parecen más confiadas y en La Cartuja, hay gatos por todas partes. Alguno incluso me mira sorprendido cuando enfilo hacia el periódico. Hasta dos tortugas nadaban ajenas a todo ayer por la mañana en el Guadalquivir junto a la pasarela que lleva al monasterio. La vida está ahí, tomando Sevilla al asalto y esperando a que volvamos a las calles. Solo quedan tres semanas ya. Mientras, hay que aguantar. Esto pasará.

Pedro Ybarra. A la una salgo de casa hacia el supermercado en una nueva rutina que se repite cada tres o cuatro días desde que comenzó todo esto. Al ser el único de mi familia que tenía que seguir acudiendo al puesto de trabajo estos días, la etiqueta de 'recadero oficial' ya te ha sido colgada y no habrá quien te la quite mientras dure la pandemia. Por la calle tan solo gente haciendo deporte en los balcones, recorriéndolos de esquina a esquina como hace Henry, la mascota de mis hijos, cuando se estresa en el interior de su jaula. Las palomas buscan algo que meter en sus picos por el suelo de la plaza de San Lorenzo y por Cardenal Spínola, espacios que permanecen más pulcros que nunca al no pasar casi nadie. Se pelean por el mendrugo de pan que le arroja una vecina. A la puerta del supermercado la figura del vigilante te muestra dónde están los guantes, salvoconducto obligado para atravesar la puerta de los grandes almacenes. En el interior, mucho personal preparando la compra de personas que la han encargado por otras vías no presenciales y reponiendo productos sin parar. Al igual que pasó la última vez que vine tampoco quedan huevos. Suena el teléfono y la videoconferencia del departamento me pilla comprando levadura para que mis hijos se entretengan esta tarde haciendo un bizcocho, y así mientras me dejen teletrabajar desde la otra punta de la casa... Seguimos.

Alberto García Reyes. En el periódico apenas hay tiempo para observar el vacío de la calle. La información es una apisonadora. Una noticia se va comiendo a la anterior y hemos llegado a un punto en que las informaciones que publicamos en la web por la mañana, me parecen de hace meses por la tarde. En la redacción ya casi hemos perdido la noción de los días. Sólo sabemos llevar la cuenta gracias a la esperanza de que siempre queda menos para el fin. Por eso cuando salgo después de otra jornada intensa, conduzco de vuelta a casa con la obsesión de ver bien el paisaje, de respirarlo aunque sea sin abrir las ventanillas. Tablada está verde y hay pájaros insólitos sobrevolando el río, aprovechando el silencio. La ciudad es ahora como el campo. Limpia de ruidos. En los semáforos no se hacinan motos, ni los pasos de peatones tienen trasiego. He cogido la SE-40 para regresar a casa y por la ribera del Guadaíra he visto un coche adentrarse por un camino solitario. Hay gente huyendo por senderos, buscando la libertad del cielo abierto. Por la autovía voy en paralelo al coche de la vereda y puedo comprobar que dentro va un hombre solo con bolsas en el asiento de atrás. Ha ido a comprar y, de vuelta, se ha despistado adrede. Antiguamente a eso se le llamaba ir a por tabaco. Pero hay que tener cuidado. El coronavirus también va por trochas. Hay que aguantar como sea cumpliendo las normas, pienso mientras aparco en casa. Abro la puerta y aparecen los niños. El futuro. Que se me acerca. No queda tanto para la alegría.

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