Coronavirus Sevilla
Las trabajadoras del hogar en Sevilla: más de 12.000 empleos en el aire por la pandemia
El coronavirus ha sido especialmente virulento con un sector donde la precariedad laboral existe en época de bonanza
El sector de las empleadas de hogar es uno de esos colectivos a los que ha golpeado con más fuerza la pandemia del Covid-19 . Las crisis se soportan mejor o peor en función de la preparación previa y hay trabajadoras -la mayoría son mujeres- que ya sufrían la precariedad laboral en tiempos de bonanza. A eso se suma que muchas familias que habían contratado esta ayuda para poder gestionar mejor el día a día de sus hogares han tenido que prescindir de él porque se han caído los ingresos familiares , porque temen un contagio o simplemente porque han decidido asumir esas tareas ahora que están obligados a pasar más tiempo en casa y de paso aplican una medida de ahorro en tiempos de extraordinaria dificultades por la parálisis de buena parte de la economía del país.
Las empleadas del hogar constituyen un colectivo nada desdeñable en términos cuantitativos. En enero de 2020, cuando el coronavirus sólo era noticia en China, había 12.825 trabajadoras dadas de alta en el régimen especial donde se encuadran como cotizantes a la Seguridad Social en la provincia de Sevilla. Casi 9.000 están trabajando en la capital. De la estadística mensual que ofrece el Ministerio de Trabajo se desprende que es un colectivo que se concentra no sólo en las localidades con más peso demográfico sino también en aquellas con mejor renta per cápita. El servicio que ofrecen estas mujeres es clave para favorecer la conciliación laboral y personal en aquellas familias donde trabajan ambos cónyuges.
El pasado 31 de marzo, cuando habían transcurrido poco más de dos semanas de que se decretara el estado de alarma, ya habían desaparecido casi 200 trabajadoras como cotizantes a la Seguridad Social en la provincia. Desde la Asociación de Empleadas de Hogar de Sevilla vaticinan que el dato que se cierre en abril será demoledor, con una salvedad, además, que esas cifras se ciñen a los puestos de trabajo reglados . «Hay otra realidad, como las compañeras que están sin contrato, que no consta en ningún lado, pero existe y son las más vulnerables», señala la portavoz de la asociación, Jacqueline Amaya.
Las empleadas de hogar no tienen derecho al desempleo porque sólo cotizan por el apartado de contingencia comunes. El Gobierno aprobó a principios de mes un subsidio especial para aquellas trabajadoras, que hubieran visto recortada su jornada laboral o suspendido su contrato por la pandemia. Si bien, esa prestación no ha empezado a cobrarse, como ocurre con otro tipo de ayudas habilitadas en este periodo. El ministro de Inclusiones, Migraciones y Seguridad Social, José Luis Escrivá , admitía esta semana que el dinero empezará a llegar con un mes de retraso. «Ese subsidio ha sido un reconocimiento histórico porque por primera vez se nos tiene en cuenta. Y confiemos que no se demore mucho en el cobro, porque la situación se está volviendo muy difícil, con compañeras que ya se han visto obligadas a recurrir a los servicios sociales para poder comer ».
Jacqueline Amaya , natural de Perú y con una trayectoria de 12 años como externa (no duerme en la casa para la que trabaja), es de las que puede seguir respirando tranquila por ahora. Sigue trabajando en varias casas por horas y tiene contrato. Desde la asociación que preside trata de ayudar a otras colegas que están corriendo peor suerte. Junto a otras asociaciones presentes en la Casa del Pumajero han constituido una caja de resistencia para recoger fondos y atender los casos más urgentes. Estos son algunos testimonios:
Maruja Serrano (11 años de experiencia)
Esta ecuatoriana responde al perfil de muchas empleadas de hogar: inmigrante , con cargas familiares tanto en España como en su país de origen y sin capacidad de ahorro porque parte de su sueldo se va mensualmente a ayudar a los suyos al otro lado del océano. Trabajó durante nueve años para una familia, pero le acabaron despidiendo cuando la Seguridad Social les reclamó a los empleadores las cuotas impagadas por el contrato que le habían hecho. «Me quedé sin nada y como tampoco tenía recursos para un abogado, no se pudo hacer nada». Después tuvo más suerte: «Entré a trabajar para una mujer que era muy buena». Durante dos años estuvo empleada en esa casa hasta que falleció «la jefa».
La crisis sanitaria le estalló cuando trabajaba en el restaurante donde también está empleada una hija. «Me llamaron para que me presentara al día siguiente. Y de la noche a la mañana me quedé sin trabajo. Me dijeron que tenía un contrato por obra y servicio y que desde ese día prescindían de mi». Sin ayudas, ni derecho a paro, la situación de esta mujer, que convive con su hija en un piso de la barriada Villegas , es límite. La prueba está en su nevera casi vacía . «A día de hoy no tengo ni para comprar una botella de aceite. Ya he llamado a los servicios sociales porque no voy a poder pagar el alquiler. Llevamos más de un mes sin ingresos y encima las posibilidades de encontrar trabajo son mínimas». La ansiedad está devorando a esta mujer porque además tiene a dos hijas jóvenes en Perú, que dependen del dinero que ella les mande. Su esperanza más inmediata es que la hija con la que convive, afectada por un ERTE como decenas de miles de trabajadores, empiece a cobrar la prestación.
Milena (19 años de experiencia)
Hasta que la pandemia no empezó a azotar al país, esta colombiana disfrutaba de estabilidad laboral . Casi dos décadas trabajando con contrato para la misma familia, cuyos hijos ha visto crecer. Nada hacía intuir que podía quedarse sin trabajo . Pero así ocurrió. «El día 20 de marzo fue mi último día. Mi jefa trabaja en una oficina y la mandaron a casa así que me dijo que se encargaría ella de asumir esas tareas y que por ahora dejara de ir». Sus empleadores le han suspendido el contrato atendiendo al riesgo de contagio. «Mi jefe es diabético y yo también soy población de riesgo porque soy asmática. Además cada día tengo que coger dos autobuses para ir al trabajo y estoy más expuesta a un contagio».
En estos momentos Milena está a la espera de poder recibir el subsidio aprobado por el Gobierno, que supone el 70% de su base reguladora, que en su caso está en torno a los 600 euros . Sin ahorros, ha tenido que recurrir a la Cruz Roja para conseguir alimentos porque lleva más de un mes sin ingresos y el poco dinero que le quedaba lo ha invertido en pagar el alquiler y los suministros. «Un tercio de mi sueldo se iba todos los meses a Colombia. Soy hija única y mis padres son mayores. No tienen pensión y dependen de mi para pagar su alquiler, sus gastos. Así es imposible ahorrar». Ella confía que las ayudas empiecen a entrar en mayo para que la situación no empeore aún más. Divorciada, vive con su hija de 12 años, y su preocupación se reparte a ambos lados del océano. «No dejo de pensar qué va a ser de mis padres si no puedo enviarles algo de dinero».
Hay un temor que añade incertidumbre a muchas de estas trabajadoras y es qué ocurrirá después de la pandemia , si las familias para las que trabajaban volverán a llamarlas o si prescindirán de sus servicios porque las economías domésticas probablemente saldrán muy tocadas. «Yo espero que en mi caso no ocurra. Pero cuando pasan estas cosas, siempre me pregunto por qué las empleadas de hogar no tenemos derecho a paro. Ya sé que cotizamos menos, pero eso habría que cambiarlo. Después de 19 años trabajando, no me queda nada».
Rosa (5 años)
Vecina de Coria, prefiere no dar su nombre completo porque sus ingresos, antes de que estallara la crisis sanitaria y dejaran de llamarla, se mueven en la economía sumergida . Esta española, madre soltera, trabaja por horas en cinco casas a la semana y representa la parte más débil del colectivo. Al trabajar sin contrato es invisible para las estadísticas oficiales y se ha quedado fuera de la ayuda prometida por el Gobierno para estas empleadas. «Cuando se decretó el estado de alarma, dejé de ir a todas las casas donde trabajo y me quedé sin ingresos». Tira hacia delante gracias a la ayuda familiar y a que no tiene que pagar un alquiler o hipoteca porque heredó el piso de su madre. Su caso no es ninguna excepción. «Como yo hay muchas mujeres que prestamos este servicio pero como vamos muy pocas horas a la semana en cada casa, no nos hacen contrato».
Acostumbrada a la inestabilidad laboral de quien subsiste al margen de la economía reglada, admite que esta crisis puede ser el peor momento que le haya tocado vivir, incluso para una superviviente como ella. «Encerrada en casa no puedes buscar trabajo y cuando esto acabe, a ver si quedan casas que limpiar porque yo no trabajo para ricos y si esas familias tienen que recortar porque su economía no va bien, la primera que cae soy yo».
Noticias relacionadas