Coronavirus Sevilla
La Sevilla de los balcones: sin banderas, pero unidos frente al coronavirus
A falta de banderas, himno, pregones y aplausos inundan las calles de la ciudad
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Primer domingo de la cuarentena en S evilla . Son las 9 de la mañana. Aquí no hay gallos que marquen el amanecer, pero sí hay un síntoma irrefutable del comienzo del día en una jornada de confinamiento: las subidas de las persianas . A pie de calle la sensación es de orfandad. Un aspecto tan solitario que hasta produce seguridad: no están ni los malos. La confluencia entre el Parlamento y el Arco de la Macarena es el reflejo de que no estamos ante un domingo habitual: l a Basílica está cerrada y en frente no se venden calentitos . Durante los más de 700 metros que dura la calle San Luis hasta la Plaza de San Marcos únicamente aparece una pareja de turistas que empuja sus «trolleys».
Llegando a nuestras bifurcaciones los extranjeros me plantean una duda existencial: «¿ Dónde desayunar ?». Las paradas del autobús del aeropuerto eran los mayores punto de aglomeración en esta mañana. Los taxistas echaban números en voz alta: « Con un par de aeropuertos más hago el domingo ».
La Plaza del Museo se había quedado sin su mercadillo del arte . A doscientos metros, en la Magdalena, aparecen los primeros exentos de este confinamiento: las personas sin hogar . Las limosnas en sus huchas eran proporcionales al número de personas en las calles. El único comercio abierto en toda la avenida es un negocio de cambio de divisas. Olga, su dependienta, estaba sola. No había atendido a ningún cliente en toda la mañana . Atravesando la calle Almirante Lobo se divisa, bajo la Torre del Oro, la cola para subirse al bus del aeropuerto. Nueva modalidad de confinamiento .
Continuando por el Paseo de Colón llegamos a otro puesto de calentitos referente en la ciudad: el del Puente de Triana. También cerrado. El kiosco de prensa de Reyes Católicos tiene demanda . Concepción ha decidido relevar a su madre al cargo del negocio hasta que pase esta crisis. Cuenta que ayer vendieron todos los ejemplares de la prensa y que no están notando ningún descenso. «Todo lo contrario, hay algún kiosco cerrado y está viniendo más clientela ».
La ruta ya alcanza los seis kilómetros. Las calles empiezan a sumar inquilinos. Un matrimonio se intercambia la correa del perro en la puerta de su bloque de la calle Julio César, como si de una dispensa para su libre circulación se tratase. El estanco de la calle O’Donnell no está contando con la misma suerte que los kioscos de prensa. Una zona con mayor apego al turismo y a los comercios que a las residencias. Marcos, su dependiente, asegura que las ventas «cada vez son más reducidas» . Misma imagen presentaba una tienda de alimentación de la calle Amor de Dios.
El regreso a casa tiene un carácter persecutorio. Los balcones están repletos. La gente fuma, habla y los niños juegan . Te sientes observado, culpable de estar aquí abajo. Hasta que la campana te da un espaldarazo: s on las 12 de la mañana . Comienza a sonar el himno nacional en bucle. La Sevilla de los balcones: sin banderas, pero unidos frente al coronavirus .
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