Coronavirus Sevilla

«En España se cae rápido de héroe a villano y la gente puede pagarla con los sanitarios tras la pandemia»

Salvador, Alegre, director de Medicina Interna del Hospital de San Lázaro, advierte de las profundas secuelas psicológicas y cree que pasará factura que nadie se haya podido despedir de sus seres queridos por los protocolos de aislamiento

Salvador Alegre Juan Flores

Jesús Álvarez

Salvador Alegre (Sevilla, 1965) ha trabajado en el Hospital San Juan de Dios de Sevilla y en el Servicio de Medicina Interna del Hospital Universitario Virgen Macarena . Enseña Patología y Cuidados Paliativos en la Universidad de Sevilla, donde cursó un Master en Bioética, y dirige desde hace cinco años el Servicio de Medicina Interna del Hospital San Lázaro. Por este centro, donde puso en marcha el hospital de día y las unidades de Media y Larga Estancia y del Paciente Pluripatológico, han pasado durante los últimos años muchas personas mayores que se han despedido de la vida con una sonrisa y una mano amiga gracias a la asistencia huma nizada que presta todo el equipo de sanitarios que lidera Alegre. «Cuando era un crío, un nieto de Ramón Carande que era vecino mío me decía que con mi nombre me tenía que dedicar a la Medicina y que con mi apellido ya sabía de qué forma lo haría», cuenta.

Las despedidas a los seres queridos han cambiado mucho desde que el coronavirus entró en nuestras vidas hace más de dos meses.

Es una de las cosas que más hemos sufrido en nuestro hospital. Yo lo he vivido en primera persona con la muerte de mi hermano. Tenía 56 años y falleció la semana pasada de un infarto. Todo fue muy repentino y lo que vino después lo fue aún más. Lo metieron rápidamente en una cámara frigorífica y en la morgue no nos dejaron velarlo. Nos dijeron que de allí lo llevarían al cementerio para el entierro y que entonces me llamarían para que yo fuera. Entierros vertiginosos y sólo tres personas acompañándolos. La muerte ya era un tabú antes en nuestra sociedad y ahora te quitan el cadáver de las manos. Así parece que ya no estorba pero la rápida desaparición del cadáver no sustituye el tiempo que necesitamos los seres humanos para despedirnos. Ayer mi madre me preguntaba si mi hermano se habría quedado dormido y no se hubiera muerto. Lo dice porque no ha podido verlo ni media hora y se lo llevaron muy rápido. Cuando todo es tan rápido, puedes pensar estas cosas. En el caso de muertes por Covid-19 ni siquiera sus seres queridos ni siquiera lo han podido ver.

¿Va a dejar muchas secuelas psicológicas este virus?

Tengo una hija psicóloga y le digo que después de esto va a tener mucho trabajo. Hay muchas heridas abiertas y lo estarán durante mucho tiempo. Además, todo lo que veamos cuando acabe nos va a recordar continuamente: las mascarillas, los guantes, los geles hidroalcohólicos, la forma de estar en los bares. La gente ha sufrido mucho y muchas personas ha tenido mucho miedo a morir. Mis suegros están confinados en casa asustados desde el principio y no salen. Tengo amigos que me llaman casi a diario si su hija tiene fiebre porque temen que sea Covid-19. Hay mucha obsesión con cualquier síntoma y eso precisará de una atención psicológica que no sé si los profesionales sanitarios podremos atender. El consuelo será una de las características que deberá marcar la atención sanitaria durante mucho tiempo y los profesionales sanitarios debemos mostrar mucha cercanía con ese sufrimiento.

¿El aplauso que reciben ahora de los ciudadanos se mantendrá? Antes de la pandemia no todo el mundo respetaba la labor de los sanitarios.

Creo sinceramente que ese aplauso se puede volver en nuestra contra. La gente tiene que culpabilizar a alguien de todo lo que ha ocurrido y los profesionales sanitarios son los que vamos a estar más a mano. Veo mucha crispación política de un lado o de otro y no sé si toda esa rabia se va a canalizar a través de los políticos o de los que sanitarios, que somos los que estábamos allí cuando perdieron a sus seres queridos y no pudieron despedirse de ellos. Ojalá me equivoque pero pueden pagarla con nosotros. Hay 28.000 muertos, ese dolor está dentro y acabará saliendo.

Pero los sanitarios han sido una de las grandes víctimas de la pandemia por el tremendo estrés laboral que han sufrido y por los contagios de que han sido víctimas por su trabajo. Son nuestros héroes.

En España es muy fácil caer de héroe a villano. Un compañero del hospital que acababa de pasar consulta me llamó el otro día para decirme que ya se estaba acabando la pandemia. Cuando le pregunté por qué me decía eso, me comentó que muchos pacientes que antes me aplaudían y le daban las gracias todo el tiempo ya empezaban a quejarse y a regañarle.

¿Y qué le dijo?

Que pronto empezarán a llegar a Urgencias gente con la escopeta cargada, como antes del virus. Esa será la señal definitiva de que la pandemia ha terminado.

Los sanitarios también van a necesitar atención psicológica cuando eso ocurra.

No estamos habituados a tener apoyo psicológico y yo abogo más bien por crear un clima de calidez humana en nuestros centros, aunque el nivel de estrés sea tremendo. Creo que todo esto ha puesto a prueba la vocación de los sanitarios y pienso que la hemos aprobado con una nota muy alta. Se han puesto en valor palabras como entrega, vocación, sacrificio, profesionalidad, compañerismo, generosidad.

¿No han tenido miedo?

Sí, pero lo hemos superado. Si el primer día era difícil encontrar a un profesional que quisiera hacerle un test a un sospechoso de coronavirus, semanas después nos ofrecimos varios voluntarios porque sabemos el peligro que hay pero nos apoyamos unos a otros.

Eso tendrá mucho que ver con la falta de medidas de protección que sufrieron las primeras semanas de la pandemia.

Creo que hemos estado a la altura no siempre con los medios que hubiéramos necesitado. En Urgencias del Macarena, por ejemplo, hubo muchos contagios pero nadie escurrió el bulto. El contagio masivo de sanitarios, aparte de la falta de medios, habla de la gran talla humana de nuestros profesionales. Son admirables todos ellos.

¿Ha faltado previsión?

Si hace un año le hubiéramos dicho a cualquier político que comprara 45 millones de mascarillas para tenerlas guardadas en una nave nadie entendería que el dinero que podía hacer falta para algún aparato médico o realizar una actividad quirúrgica se empleara en eso. No vivimos pensando en lo que puede ocurrir mañana. Estamos en la sociedad de la inmediatez.

El coronavirus se metió de lleno en los hospitales. ¿Qué les ha inoculado a las personas mayores que han sobrevivido?

Sobre todo una gran sensación de miedo e incertidumbre. No saber qué va a pasar y mucho miedo a morir. Por eso no han querido ir a consultas y a revisiones. Los mayores han sido reacios a ir al hospital y tenemos casos de personas con anemias que han necesitado transfusiones de sangre y no han ido. Han aguantado como han podido. Los mayores han visto el ámbito hospitalario como un peligro.

«Hay que reinventar las residencias de mayores y hacerlas más flexibles. No pueden ser un almacén de gente mayor que hace todo a la vez. Ese modelo no se adapta a las necesidades personales de los residentes»

¿En ese miedo e incertidumbre puede tener algo que ver la forma en que tratamos a los mayores?

Un anciano no deja de ser un adulto ni de tener sus derechos. Aunque no sean autónomos físicamente sí lo son en todo lo demás y debemos darles el mando de su vida. La sociedad impone a las personas mayores vivir al estilo del siglo XXI con Internet y uso tecnología que algunos, o muchos, no desean. Mi madre prefiere ver la misa en televisión y estar en casa tranquila leyendo. Creo que muchos mayores no se identifican con el concepto que la sociedad quiere imponer de la persona mayor del siglo XXI. Nos hace falta conocer mejor el lenguaje de los mayores.

¿La Medicina del siglo XXI conoce ese lenguaje?

En Medicina también tenemos que aprender cómo son las enfermedades en los mayores porque hace 40 años no existía el tipo de enfermo mayor que existe hoy. Hoy nos encontramos con muchas personas octogenarias que tienen muchas patologías a la vez pero con buena calidad de vida. Eso era muy raro hace cuatro décadas. Los tratados de medicina donde hemos estudiado no han conocido a ese enfermo y no dicen cómo tratarlo. Tenemos que hacer una nueva medicina en la que se sepa encajar a los mayores.

¿Las residencias de mayores son también del siglo pasado?

En general, el modelo de residencias de mayores obedece a un modelo del siglo pasado de aparcar allí al anciano a esperar a que fallezca. El anciano que toma la decisión solo, o compartido con su familia, de estar en un centro residencial tiene que encontrar en las residencias un centro donde desarrollarse como persona libre. Se trata a los mayores como niños, como si todos tuvieran que estar viendo la televisión o seguir un mismo horario de actividades y pautas. Puede ser que a algunos no les gusten esas actividades programadas. Tenemos residencias de los años 80 para personas que no son las de esa época. Hay ancianos que están en condiciones de hacer ejercicio y no pueden. O les gusta ver una serie por la noche y se quieren acostar a la una de la mañana, cosa que en una residencia normal no pueden hacer. O que quiere seguir teniendo contacto con su médico y no les dejan. Hay que reinventar las residencias de mayores. Tienen que ser más flexibles y hacer un tratamiento más personalizado.

«Los colegios se cerraron y enviaron a los niños a su casa, pero a las residencias se las convirtió en una especie de Arca de Noé de la que no se podía entrar ni salir. Se habla de conciliación familiar sin incluir en ella a las personas mayores»

¿El que se haga casi todo junto, como en un colegio, ha podido favorecer el contagio del coronavirus?

Sí, lo ha favorecido y por eso ha habido tantos contagios y muertes en residencias. Todos hacen casi todo a las mismas horas y un poco hacinados. Si la monitora tiene el virus lo contagia a todos en un momento. Y si no hay actividades al aire libre, como pasa en muchas, también se complica todo.

Los colegios se cerraron antes de que se declarara el estado de alarma para evitar posibles contagios. ¿Por qué no se cerraron las residencias?

Quizás deberían haberse cerrado pero lo que se hizo fue que no se pudiera entrar ni salir de ellas, convertirlas en una especie de Arca de Noé y muchas personas han muerto en ellas. Los niños iban a sus casas con sus padres. Se habla mucho de la conciliación familiar y que hacen los padres con los niños, pero no se dice lo mismo de las personas mayores. Ellas también tenían derecho a estar protegidas, igual que los niños. Muchas residencias se han convertido en almacenes de gente mayor haciendo todo a la vez. La pandemia ha dado de nuevo visibilidad a los mayores y creo que cambiar este modelo va a ser un gran un reto para los próximos meses.

¿Ha afectado al Hospital de San Lázaro lo ocurrido en las residencias?

Hemos tenido una experiencia muy dolorosa con pacientes que necesitaban una residencia pero que no han podido por la pandemia. Algunos llevan con nosotros desde marzo y se han quedado en un limbo porque en sus casas estaban abandonados o no tenían familia. Los hemos dejado con nosotros porque no podían ir a otro sitio pero imagínese lo que es vivir en una cama de un hospital las 24 horas del día con el riesgo también de contraer alguna infección hospitalaria.

Disponen de una gran unidad de cuidados paliativos en San Lázaro, dependiente del Virgen Macarena, que es referencia en Sevilla y Andalucía.

No me gusta llamarlos así. Nosotros lo que tratamos en el hospital es de mejorar su calidad de vida, aliviar sus síntomas y atender todas las necesidades físicas, emocionales y espirituales que tienen. Lo que el anciano necesita es una atención personalizada.

«A partir de los 85 años se empieza a dar una cierta discriminación en los hospitales. Hace falta más formación y cardiólogos, neumólogos y nefrólogos geriátricos como hay en otros países. ¿Por qué no hacer un cateterismo a un paciente de 90 años?»

¿Hay discriminación en los tratamientos médicos de los pacientes a partir de cierta edad?

Depende mucho de la actitud personal del profesional médico, de su empatía. Yo observo que se empieza a dar una cierta discriminación a partir de los 85 y los 90 años. Creo que hay falta de formación en este tema y que los profesionales médicos deberían tener más conocimientos sobre las personas mayores. Por ejemplo, si un cardiálogo tiene un paciente de 90 años al que es necesario hacerle un cateterismo cardiaco, ¿por qué no se le va a hacer si eso puede mejorar mucho su calidad de vida? No creo que se deba decir que a partir de los 85 años haya que hacer cuidados paliativos para todos porque eso supone que no se le van a tratar dolencias que podrían mitigarse y mejorar la calidad de vida de esa persona. Hace falta que los neumólogos, los cardiólogos, los infecciosos, los nefrólogos, etcétera, estemos adaptados a las personas mayores. Ya hay cardiólogos geriátricos o de mayores en otros países. Incluso cirujanos de mayores. Aquí el mismo cardiólogo que atiende un soplo de un niño de 5 años es el mismo que decide qué se hace con una persona de 90 años. A partir de los 85 se corre el peligro de que la medicina te trate muy agresivamente o te deje un poco de lado. Es decir, que se te dé por perdido.

¿A qué se refiere con tratamientos agresivos?

A que a una persona le estén todo el día pinchando para hacerle análisis de todo. Esto suele pasar cuando el cuidador es muy exigente o un poco neurótico. A lo mejor necesita más que tantos análisis que hablen.

¿No hay protocolos adaptados?

No. Los protocolos para las neumonías, por ejemplo, no están adaptados a la situación personal ni a la edad de las personas.

¿Hay protocolos para residencias de mayores?

Hay protocolos de hospital y protocolos de residencia. Yo tengo compañeros del hospital que han ido a residencias que se han hecho para garantizar que la atención médica sea buena. Pero por otro lado ha adolecido de que no se les dejara salir a los residentes. El arca de Noé del que hablaba antes. El que entraba en una residencia ya no salía más. Allí empezaba y terminaba todo.

Ahora será aún peor.

Decirle ahora a una persona mayor que vaya a una residencia es como condenarla a muerte. Esa es la sensación que tiene el mayor. Como ir al corredor de la muerte de las prisiones norteamericanas. Hay que cambiar ese mensaje.

«La persona mayor a la que se le envía ahora a una residencia siente que la están enviando al corredor de la muerte de las prisiones norteamericanas. Hay que cambiar ese mensaje»

Con motivo de la pandemia se ha hablado mucho de que algunos médicos han tenido que dejar fuera de UCI o del acceso a un respirador a pacientes mayores de 85 años para que los pudieran usar personas más jóvenes o con mejor pronóstico de vida.

Esto es un problema ético. Adecuar los medios diagnósticos y terapéuticos para cada persona es algo que se debe hacer siempre, haya una pandemia o no. No se debe dar un respirador o una UCI a una persona con una demencia en una fase muy avanzada, pero para un anciano de 95 años que esté dando paseos perfectamente a diario y se relaciona bien con su medio y sufre un cuadro grave, creo que habría que intubarlo y darle una cama UCI. Si se diera el caso que no hubiera respiradores para todos, entonces habría que elegir y yo elegiría una persona joven, pero eso siempre se hace. Pero no se puede descartar por la edad a nadie habiendo UCI. No se puede aceptar esa discriminación.

Algunos médicos te dicen cuando llevas a tu padre por una dolencia que «eso es normal en su edad».

Yo no veo nada normal que no pueda tratarse una enfermedad por la edad. Es evidente que con la edad se tienen más enfermedades pero si existe un tratamiento debe hacerse. Otra cosa es cuando no hay tratamiento. Entonces hay que hacer un acompañamiento progresivo hasta la muerte.

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