Coronavirus en Sevilla
Duodécimo día de encierro: huele mucho más a lejía que a azahar
El olor de los desinfectantes se ha apoderado de las calles, que han perdido su olor habitual de extractores de bares, humo de coches... La lejía puede incluso con la flor de los naranjos
Después de doce días de soledad y desinfección, Sevilla ha perdido su olor especial. El azahar ha sucumbido a la lejía . A cuatro días del pregón de la Semana Santa, lo lógico es que el aroma de la ciudad fuese una mezcla de incienso, naranjos y tráfico . Pero el duodécimo día de coronavirus ha cambiado nuestro olfato por un triste hedor a vacío y productos de limpieza. Así han visto este día varios redactores de ABC.
Mercedes Benítez. Hoy volvían a estar los pájaros bajo la ventana. Había palomas, pero también gorriones y la mayoría parecía tener hambre. Por eso, antes de salir de casa, he cogido un par de rebanadas de pan de molde, las he desmenuzado y se las he tirado. No ha habido que llamar a los barrenderos. Enseguida se oyó el revoloteo: todos se han puesto debajo de casa y han dado buena cuenta de las migas.
En el ascensor, el olor a lejía resultaba casi asfixiante. Parece que cada vez echan más desinfectante. Luego, ya en el coche, otra vez las calles sin apenas tráfico. En la parada en el supermercado, se puede comprobar que la gente está más concienciada. Hay un stand con guantes que todos se ponen al entrar en el establecimiento. Y en la cola todos guardan las distancias de seguridad. El camino a La Cartuja cada vez está más desierto. Queda un día menos.
Jesús Díaz. Silencio. Éste es el único sonido que impera por las tardes a pesar de estar sentado tecleando junto a una ventana al exterior, donde habitualmente hay mucha vida, desde mayores al sol rebuscando entre su memoria a niños jugando sin mayor preocupación que la llamada de los padres para cenar. Buen síntoma si atendemos a que es consecuencia del encierro obligado por las autoridades para frenar al «bicho» y por miedo de los sevillanos, porque el temor a que la situación sanitaria vaya a peor y el estado de alarma se alargue mucho más va ganando esta partida de ajedrez, donde los movimientos de los rebeldes sólo perjudican a los ciudadanos de bien. Si sales a la calle, de camino al supermercado, única salida que uno se permite, se encuentra a algunos valientes pero todos en la misma dirección. Dentro del establecimiento, el respeto por las medidas se ve en las miradas de las personas que llegan para rellenar sus alacenas. Primero guantes, después distancia y por último, a pasar la tarjeta de crédito. A la carencia de guantes, se suma la de lejía. Las recomendaciones van calando y es de agradecer. Un día menos.
Silvia Tubio. Los trabajadores que aún permanecen en activo en esta crisis que está sacudiendo con fuerza el tejido productivo de esta ciudad, de este país, y que ejercen su labor desde casa, han visto cómo en unos días su salón, su dormitorio o su despacho se ha transformado en la oficina. El teletrabajo está siendo un oasis de tranquilidad, en tiempos de tanta incertidumbre, para aquellos que pueden conciliar vida laboral y personal; aunque se sientan a veces que se anda por el cable de un funambulista. Mantener el equilibrio es complicado, sobre todo cuando se roza ya con los dedos el final de la segunda semana de encierro domiciliario. Conservar la exigencia profesional, mientras tu hijo pequeño se engancha a la pierna reclamando tu atención, no es tarea fácil, aunque se vista un cómodo pijama.
La rutina laboral en zapatillas te obliga a tener un horario, una agenda viva y a no caer en la apatía -si es posible el aburrimiento si hay hijos pequeños por medio- . También se sobrelleva mejor el permanente bombardeo informativo negativo cuando tienes a los tuyos con sólo levantar la mirada de la pantalla del ordenador.
La vida del exterior se reduce a la foto fija -cosas del confinamiento- que se ve a través de las ventanas del hogar. En municipios tranquilos del Aljarafe sevillano como Tomares, el parón de actividad no se nota tanto como la fuerte desaceleración que ha sufrido la capital, casi siempre bulliciosa. En las ciudades dormitorios se vive habitualmente sin estridencias sonoras y a determinadas horas del día, como las sobremesas estivales, no se escuchan ni los pájaros. Esa nada, sólo rota de noche por los camiones de basura, y de día, por los poquísimos coches que transitan, es el ruido que se cuela en las casas.
Alejandra Navarro. Al salir de casa para venir al trabajo he tenido la misma sensación que esos días de agosto en los que, a las cuatro de la tarde, el calor te aplasta y la gente abandona las calles para refugiarse en las sombras frescas de su casa, bajadas las persianas a la espera de una mínima brisa una vez que el sol se haya puesto. Pero no, no es verano todavía. La temperatura es agradable y fresca y el color revienta en las flores de las plantas que han renacido, aunque pasen desapercibidas para la mayoría.
El viento mece las copas de los árboles y el cielo tiene el azul de un Domingo de Ramos en Triana. Incluso alguna nube invitada sonríe ante la pasividad del personal: si un bicho inmundo y asesino no estuviera campando por nuestras calles, estaríamos pendientes del cielo y de las previsiones de Maldonado. Este año nada de eso importa, porque la enfermedad y el dolor nos han unido más en nuestra pequeñez. Un día más y un día menos. Venceremos.
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