Coronavirus en Sevilla
Diario de Covid-19 / día 59: «Fin de trayecto»
Si, en la medida de lo posible, hemos conseguido en estas sesenta jornadas construir un oasis de paz en medio de tanto odio cruzado y tanto poso de amargura, habremos conseguido cumplir nuestra misión
Este tren, con casi sesenta vagones enganchados , va entrando despacio en la playa de vías de la estación término. Con el ténder al mínimo, casi vacío , la locomotora de vapor ha disminuido la presión de la caldera en los últimos días para una entrada suave en los andenes mientras los pasajeros se van poniendo de pie, recogen sus pertenencias, se arreglan la ropa e intercambian despedidas antes de que el convoy haya detenido su marcha por completo.
Estamos llegando al final de nuestro viaje. Con toda la aventura que tienen siempre los viajes sobre caminos de hierro, este ha sido apasionante. Hemos tenido de todo: gran parte del trayecto lo hemos hecho en silencio , sobrecogidos por el paisaje por el que transitábamos, casi sin atrevernos a despegar los labios. También ha habido tramos en los que hemos sollozado, a moco tendido, por qué no; pero han sido muchos más en los que hemos reído. O eso espera este maquinista -al fin y al cabo, el viejo oficio del abuelo- que ha hecho lo que ha podido para levantar la moral.
Esta mañana, en las noticias de la radio, hicieron mención del primer sacerdote católico muerto en Nueva York por la pandemia. No me quedé con el nombre; había nacido en Ciudad de México y ayudaba en Brooklyn a los inmigrantes en la Gran Manzana, es todo cuanto puedo decir de él. El comentarista subrayó que se había pasado los últimos tiempos, sabiendo ya que había contraído la enfermedad, dando ánimos a todo el mundo . No es mala forma de desempeñarse en la vida.
Algo así -por supuesto, exento de dramatismo- hemos intentando a lo largo de estas casi sesenta entregas del diario de Covid-19. Dar ánimos. Dicho con las palabras de Pedro: «Dar razón de nuestra esperanza» . Porque ese ha sido el único leit motiv de estas letras hilvanadas siempre a deshoras: primero, casi de madrugada en el silencio de la casa dormida; y más tarde, al alba mientras la ciudad se desperezaba para abrir los ojos.
No sé si lo habremos conseguido. Y el plural, en este caso, no es de falsa modestia. Porque creo que este diario lo hemos escrito a muchas manos, aunque un servidor aportara la redacción imprescindible para hilvanar los textos en los que unos y otros han expresado sus pensamientos íntimos, sus anhelos, sus temores… Ha sido una tarea de todos cuantos os habéis sentido interpelado por algo que leíais aquí y que os impulsaba a saltar como un resorte a darle réplica a vuelta de mensaje electrónico.
Yo sólo he servido de instrumento, de cauce para que ese caudal de rabia o de impotencia o de frustración o de ilusión encontrara una salida natural que sirviera de estímulo o de ayuda o de consuelo para otros que lo leían. Si, en la medida de lo posible, hemos conseguido en estas sesenta jornadas construir un oasis de paz en medio de tanto odio cruzado, de tanta animadversión de unos contra otros y de tanto poso inagotable de amargura como se estila por ahí, habremos conseguido cumplir nuestra misión. Que no es otra que encender una velita de esperanza, de fe y hasta de caridad en la tenebrosa noche en que hemos vivido estos dos meses.
Cuando el otro día os animé a contarnos las lecciones de esta pandemia, me vi desbordado con las aportaciones que recibí. He procurado darle cauce a todas, pero me reservé una para colocarla en el cuadro de honor de las reflexiones que uno suscribe de la cruz a la firma y ante las que no le queda otra que rendirse a la evidencia. Yo también creo que un bichito nos ha devuelto a la indigencia y bienvenida sea para purificar nuestras intenciones. Yo también pienso que no saldremos mejores de esta . Y yo, por último, también he descubierto que la familia está en el centro de la propia felicidad . Lo mejor es que me calle y que les copie, sin más, las enseñanzas que Kevin me hizo llegar:
«Mi primera reflexión es sobre la soberbia del ser humano. Hace un par de noches pensaba sobre ello cuando me di cuenta de que el tema que me gustaría abordar en una futura tesis doctoral quizás iba a pasar a segundo plano… Justo cuando nos autoanunciábamos un cambio radical en nuestro modo de vida gracias a un cúmulo de invenciones humanas que han posibilitado la era de la Inteligencia Artificial … resulta que ni siquiera con esa tecnología fuimos capaces de ver (o mejor dicho no fuimos capaces de confiar en lo que nos decía) que lo que de verdad nos iba a cambiar la vida iba a ser el más diminuto y antiguo de los organismos … nos creíamos dioses, capaces de crear una inteligencia artificial que nos iba a llevar incluso a la conquista del Universo… y no somos más que una especie débil y muy frágil.
La segunda, es que en los primeros días nos hicimos la ilusión de que esto iba a sacar lo mejor de todos. Sin embargo, la cruda realidad es que nada ha cambiado. El que era un cretino, o un egoísta, sigue siéndolo y, por supuesto, las muchísimas personas que son buenas (mayoría aplastante, en mi opinión) han seguido dando un maravilloso testimonio de solidaridad y de preocupación por los demás. Especialmente en esta línea me duele que hemos constatado lo miserable de nuestra clase política , cortoplacista, tacticista, cainita y en resumen, miserable… que está años luz del pueblo.
La tercera, más personal, es que me he sorprendido de la capacidad de adaptación que hemos tenido. Hemos minimizado «problemas» que antes nos provocaban insomnio, broncas… y hemos disfrutado de la nueva organización y de pasar tanto tiempo juntos. Reconozco que, en cierta forma, yo no quiero que esto acabe . No quiero volver a que pasen días en los que todas las ocupaciones hagan que ni siquiera vea a María, Patricio y Rodrigo porque cuando me fui estaban dormidos todavía y cuando llegué ya estaban acostados. Mucho más le temo al momento de retomar los viajes… estoy pudiendo vivir lo que la mayoría de los padres vive: estar todos los días con su familia sin tener en mente que dentro de unos días me separaré de nuevo de ellos… estoy viviendo lo que es saber que, de momento, no está previsto y ni se sabe cuándo les faltará una noche la señal de la cruz en la frente y el «te quiero» al oído. Como antes nunca lo había vivido (y madre mía, María cumple ya cinco años en unas semanas...), no podía echarlo de menos… veremos ahora, va a ser mucho más duro de lo que ya era retomar ese ritmo frenético de viajes y ausencias.
Pero bueno, y ya termino, efectivamente, me voy a quedar con haber disfrutado esta burbuja en la que he vivido (gracias a que la enfermedad no nos ha afectado) y dar gracias por ello … Eso, lo de dar gracias más a menudo , creo que sí me ha calado y se va quedar ahí para siempre».
Es verdad, de eso, de dar las gracias por el viaje hablaremos mañana en el último capítulo de este largo viaje en tren. Sea la fase en que estemos, por favor, « tengan cuidado ahí fuera ».
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