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Diario de Covid-19 / día 54: «Fases del alma»
El encierro da muestras de agotamiento, eso es innegable. También el Gobierno, y los políticos en general, agotados en su estirilidad de tactismo a corto plazo. Pero nos queda mucho por aprender
Lo maravilloso de entrar en contacto cada mañana con un montón de amigos que leen esta página es que cada uno va aportando una idea, un granito de arena con el que construir una montaña como la que hemos escalado con estas reflexiones diarias. No hay escrito que haya quedado sin repuesta. Siempre alguien tiene el comentario oportuno, la anécdota ilustrativa, el argumento a favor o en contra de la tesis aquí expresada para ilustrar, con la vida, lo que no es más que el ejercicio del periodismo: agavillar unos hechos que la realidad muestra desordenados o descoyuntados, cuando no directamente enfrentados.
Con Marta, mi amiga, charlo del momento acuciante y la respuesta que cada uno tiene que dar sin más demora ahora que ya estamos en el carrusel de las fases que nos tiene que conducir a esa tierra de promisión donde de las ubres de la Administración pública mana leche (en forma de rentas garantizadas) y miel (en forma de subsidios). Pero otras realidades no son tan halagüeñas y exigen de nosotros un esfuerzo máximo para aclarar la situación, como el labrador tiene que meter la reja del arado bien hondo, con gran esfuerzo, para voltear los terrones que permitan plantar la semilla.
Con mi tocayo Javier charlo de las decepciones de la vida, de los chascos que nos llevamos con las personas en quien depositamos una confianza que, a la primera de cambio, se ve traicionada y nos deja con la ingrata sensación de haber abierto nuestro corazón más de lo que se merecían. Llegamos a la conclusión de que conviene alejarse de esas personas que no ayudan y centrarse en las que arriman el hombro.
Fases y lecciones. Eso es todo. Un amigo, filósofo de lo cotidiano, dejó apuntada una enseñanza de vida: «Todo se ha agotado. Ayer me quedé solo aplaudiendo en toda la calle «. Ahora ya no estamos en eso. Hemos saltado a la siguiente fase. A salir, entrar, rehacer, reorganizar, citarnos, volvernos a ver...
El encierro da muestras de agotamiento , eso es innegable. También el Gobierno. Y los políticos en general, agotados en su esterilidad de tactismo a corto plazo para esconder los propios errores y magnificar los del contrario. Pero nos queda mucho por aprender. El jesuita Olaizola , que hemos tenido de invitado por aquí alguna que otra vez, lo resumió en un tuit titulado «Lecciones de la pandemia» . Con siete fogonazos que hemos sacado en claro de todo este tiempo.
La primera lección - «Hay que sacar tiempo de calidad para la gente que quieres» - la pusieron en práctica Marta y Cristina a la hora del paseo: se fueron andando desde casa hasta la casa de la abuela para darle la sorpresa de saludarla desde la calle cuando se asomó al balcón, repitieron la maniobra con su prima y los sobrinitos y con mi hermana. Resultado, dos horas de caminata que las dejó exhaustas pero felices.
La segunda lección - «La vida tiene un punto de intemperie para el que no hay defensas suficientes» - la hemos experimentado dolorosamente en tantas muertes y tanta enfermedad con la que nos hemos rozado en este tiempo. Después de la reunión en que pergeñamos las tareas del fin de semana, nos hemos quedado charlando de Paco, de sus progresos, de lo portentoso de su mejoría insospechada en aquel primer momento, de lo azarosa que es nuestra existencia: un día haciendo planes y al siguiente, postrado en una cama de hospital. La vida es una trama que depende un único hilo.
La tercera lección - «Las ideologías prescinden de la realidad en el corto plazo. Pero la realidad se ríe de las ideologías en el largo plazo. Y si no, al tiempo» - debieran aplicársela los políticos, empeñados en reducir el campo de visión a aquello que les sirve para llevar a cabo su política despreciando todo lo demás.
La cuarta lección - «Éramos mucho más ricos de lo que pensábamos» - tiene que ver con la queja permanente y las exigencias que le imponíamos a la vida. En cuanto hemos bajado esas exigencias, la vida nos ha mostrado una cara más amable . Me crucé con Auxi en el paseo por la Palmera. Yo debía de caminar tan absorto -me entretuve un rato con un milano picoteando hasta dejar muerta a una salamanquesa en un arriate de la parroquia del Corpus- que no me extraña que me saludara como a un bicho raro: «¿Hola, qué, buscando inspiración?» . Somos ricos pero no en la forma en que solíamos pensarlo.
La quinta lección - «Las crisis no hacen salir (necesariamente) lo mejor de las personas. Hay que dejarse afectar por ellas, y entonces sí» - la comentaba con otra formulación con un amigo la semana pasada a propósito de la indigencia -puede parecer contradictorio con la lección precedente pero no lo es- en que nos había dejado el encierro, entendido como un tiempo de purificación de actitudes , como el desierto obligado por el que hemos debido transitar para despojarnos de esa falsa superioridad con que mirábamos a los demás. Los futbolistas, con sus millones y sus miles de test a cuestas, no están más protegidos contra el virus que María, la pedigüeña que pasa todas las tardes hablando sola camino de ninguna parte.
La sexta lección - «Andábamos cortos de gratitud, quizá porque hemos dado por sentado el derecho a muchas oportunidades (y eran un privilegio)» - nos empuja a mostrarnos mucho más agradecidos, en primer lugar, por no contarnos entre los casi 100.000 españoles en numero redondos que la han palmado entre marzo y abril. Así, de entrada. Sin anestesia. «El abismo no te da gracias , ni la muerte te alaba, ni esperan en tu fidelidad los que bajan a la fosa«, como canta el rey Ezequías después de salvarse. Pues eso. Estamos vivos, ese es el gran privilegio, el gran regalo que se nos hace . ¿Nos lo vamos a quedar avariciosamente para nosotros mismos o lo vamos a compartir?
En fin. La última lección - «Obras son aplausos y no buenas palabras» - tiene que ver con que las actitudes hay que demostrarlas y no dejarlas en el limbo de la expresión verbal.
Decía al principio que con todos los comentarios que suscita este diario volatinero podría componerse un libro de la vida, quizá al modo teresiano. María Luisa dejó anotado en mi teléfono una reflexión con tanta enjundia dentro que la dejo aquí apuntada para que cada uno -a modo de tarea de la jornada- la rumie: « A ver qué facturas psicológicas pendientes nos pasan estos duelos. A ver qué fases nos quedan por vivir en el alma «.
Gracias por estar ahí, sigan cuidándose y, por supuesto, « tengan cuidado ahí fuera «.
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