Coronavirus Sevilla
Diario de Covid-19 / día 52: «Pueblo virtual»
Arriba y abajo como en las afueras de los pueblos, esas veredas en las que todo el mundo se cruza porque tampoco hay más sitio por el que encaminar los pasos
![Peatones por la calle Águilas de Sevilla, cerrada al tráfico rodado para pasear](https://s1.abcstatics.com/media/sevilla/2020/05/04/s/calle-vecinos-paseo-U80563882152aMA-1248x698@abc.jpeg)
De todas las polémicas concomitantes con la pandemia y el estado de alarma, acaso sea la más interesante la que han puesto en pie los taurinos ante la pretensión de televisar una serie de corridas de toros sin público. Más que nada, para no dar por terminada sin haber empezado la temporada y darle gusto a la afición. El otro día, Morante de la Puebla dijo algo de lo más juicioso: que las corridas sin el respetable en los tendidos son una aberración y que lo mejor que podía hacerse era dejarlo estar.
No es nueva la discusión, aunque sí se ha puesto al día. Parte de que el espectáculo taurino que se da en el ruedo es algo más que un simple entretenimiento como lo puedan ser los «sports», el cine y, en menor medida, el teatro. Que, en realidad, las suertes de la lidia constituyen una ceremonia en la que se oficia un sacrificio (crudelísimo a decir de unos y bellísimo en opinión de otros) del que participa el graderío , que toma del animal totémico su fuerza y su vigor -también sexual- de modo vicario gracias al matador convertido en oficiante.
Desconozco en qué quedará la discusión. Incluso si esta se impondrá al interés crematístico que parece sobrevolar todas las decisiones que se están tomando. Pero es de lo más oportuna y extrapolable a la experiencia que estamos viviendo. De repente, con los paseos de por la tarde, hemos vuelto al mundo real . Y todo ese mundo virtual de redes sociales, mensajes sincopados y vídeos grabados en el que nos hacíamos la ilusión de vivir lo vemos ahora tan falto de garra, de tensión vital, como una corrida de toros sin espectadores.
La ciudad ha adoptado el aire de un pueblo donde todo el mundo se conoce. La orden del kilómetro obliga a cruzarse con mucha gente del vecindario dando un garbeo sin tener donde ir porque no hay nada abierto. Arriba y abajo como en las afueras de los pueblos , esas veredas en las que todo el mundo se cruza porque tampoco hay más sitio por el que encaminar los pasos.
Cristina dice que extrañaba las voces de las amigas en directo , sin pasar por el micrófono del teléfono celular. Ignacio se había sorprendido de la cantidad de gente por la calle, «la mayoría, desembozada» . Me hizo gracia porque fue la expresión que yo mismo utilicé por la mañana para saludar a Cayetano, todavía renqueante con muletas , que pasó por la puerta de casa justo en el momento en que yo salía a comprar el periódico.
Ana resumió a la perfección el momento de cruzarte con los conocidos y saludarlos arqueando las cejas porque la media sonrisa de satisfacción no se ve si vas embozado: «Qué alegría te da verlos y qué poca importancia se daba antes a un simple saludo cuando te encontrabas a alguien por la calle«. Y Marta comparó el tropel por su barrio con la bulla de la Hiniesta por la Alameda . Y eso que no era Domingo de Ramos.
Estamos empezando a valorar lo que supone vivir rodeado de gente . Y experimentar las cosas de primera mano en vez de mediante las experiencias vicarias, tan perniciosas en la formación de una opinión pública serena y reflexiva en vez de sobresaltada y espasmódica. Quizá donde mejor se note esto sea en misa. Llega un momento -a mí me ha pasado- que el oficio televisado sabe a bien poco y entonces la ceremonia del sacrifico incruento redentor en ausencia se revela un artificio sustitutivo. Es el mismo razonamiento que objeta sobre la corrida de toros sin público.
Probablemente, ésta sea la última semana sin culto en los templos. Eso dijo mi amigo Adrián en sus avisos parroquiales , de los que su feligresía no se libra ni por streaming. La experiencia vicaria que supone una misa sin fieles ha servido, intuyo, para que las comunidades parroquiales hayan valorado el privilegio que supone disponer de un pastor que cuida del rebaño y del acceso a los sacramentos , en especial la eucaristía de la que mana y en la que se cimenta la vida de la Iglesia.
No ha sido fácil tampoco sobreponerse a la oleada de presiones y la burda instrumentación política de la práctica religiosa, utilizada como otro ariete más en la contienda política. Los obispos han tenido que lidiar con muchos intereses en juego y, en algunos casos, con el repliegue de los presbíteros, quizá para que se cumpliera la profecía: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas» .
La semana de la fase 0 en la que vamos a entrar se supone que los obispos darán a conocer instrucciones más precisas sobre los oficios que podrán volver a celebrarse con fieles a partir del lunes 11 de mayo. Espero que tengan preferencia los ancianos, los enfermos y los desvalidos a la hora de ocupar los asientos libres en las eucarísticas a partir de ese día. Y que los demás, los que estamos sanos y no tenemos tanta edad, sepamos ofrecer el pequeño sacrificio de quedarnos sin asiento para que no se queden excluidos los de siempre, los que son más torpes o menos ágiles o más tardos: en una palabra, los descartados . Que el víático no es un respirador de UCI, vamos.
Decía más arriba que estos días, las ciudades parecen pueblos, pero bien reales. Nada de virtuales . También el pueblo de Dios tiene que ser real y no virtual. Francisco ha advertido seriamente contra el riesgo de viralizar la Iglesia, los sacramentos y el mismo pueblo de Dios. Necesitamos encontrarnos y saludarnos, preguntarnos los unos por los otros, interesarnos por la familia, los estudios de los hijos y los achaques de los padres: tejer comunidad .
Necesitamos eso como el comer porque nos estamos jugando el futuro de nuestras ciudades y pueblos , también de nuestras parroquias. Ya hemos probado la vida virtual : el teletrabajo, el teleocio, el teledeporte, la teleescuela y las telemisas. Y nunca el sustitutivo puede reemplazar al original. Está bien para un desavío, como decimos por aquí, pero jamás puede sustentarse una experiencia vital en esa fórmula vicaria. Los apologetas de la comunión entre el torero y el público llevan razón: una cosa es ver dar pases por televisión y otra participar de la emoción y el riesgo de una vida en el alambre que el torero expone con cada lance.
Marta lo resumió esta noche nada más volver de un paseo larguísimo con las amigas: «Después de ver a la gente, parece que todo vuelve a la normalidad». Decididamente, sí. El pueblo virtual queda muy bien cuando no hay forma de vernos, olernos -vaya tela, con el calor de esta tarde- y sentirnos . Verás el día que nos levanten la veda de besos, abrazos y arrumacos...
Hasta entonces, no bajen la guardia, usen la mascarilla todo lo que puedan y « tengan cuidado ahí fuera «.
Noticias relacionadas