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Diario de Covid-19 / día 43: «Estiramientos»
No hay otra que estirarse si no queremos que la parálisis social nos vaya dejando sin reflejos primero, sin movilidad después y los doctores acaben prescribiendo amputaciones dolorosísimas
Estirarse es cosa muy necesaria cuando se pasan tantas horas seguidas durante tantos días seguidos en varias semanas seguidas básicamente en la misma postura , aunque con variantes. Nada más levantarme de la cama, me siento a desayunar ; me aseo y arreglo el cuarto, bajo las escaleras y me siento en el coche que me conduce al periódico; subo las escaleras para no usar el ascensor y me siento en mi mesa ; me levanto de vez en cuando, camino por la redacción para hablar con este o con aquel hasta que nos llaman a videoconferencia y me siento delante del micrófono , porque mi hueco -asignado y distante para no contagiarnos- queda fuera del tiro de cámara; estoy sentado hasta que llega la hora de marcharme a comer, tomo el auto otra vez hasta casa y me siento a la mesa ; después de comer, me arrellano un momento en el butacón hasta que empiezan a dar la noticia del tiempo; vuelta al trabajo, a la silla regulable en altura con reposabrazos y al sillón en la sala de conferencias hasta dar de mano; del asiento del conductor al del salón con el intervalo de un cuarto de hora en torno a los aplausos de la ocupo asomado a la ventana para que me dé el aire en la cara contemplando la altura que van tomando las hierbas que en otro tiempo llamaríamos malas; la jornada acaba, después de cenar sentado a la mesa, en el salón viendo una película (hoy hemos completado la trilogía del Padrino lamentando una vez más que Coppola le diera el papel estelar a su propia hija Sofía) la o una serie (ayer, Anatomía de Grey en versión original porque no les da tiempo a traducir los capítulos o eso dicen en una advertencia al espectador). En total, yo calculo que pasaré sentado del orden de quince o dieciséis horas al día.
No es que el encierro obligado haya cambiado mucho las pautas en este sentido, pero me ha sacado de la rutina de ciertos ejercicios gimnásticos (pilates o estiramientos) que al menos una vez o un par de veces por semana me servían para contrarrestar el sedentarismo excesivo de mi vida cotidiana. De manera que hoy, cuando he llegado unos minutitos pasados de las ocho de la tarde, le he sugerido a mi hija que hiciéramos una tabla de yoga específico para la espalda en nuestro canal favorito de YouTube. Dicho y hecho.
Marta se reía -no de las pintas, que eso ya lo tiene superado- sino de verme rebufando intentando seguir el ritmo de la clase doblando la espalda hasta tocar con la frente el suelo y otras posturas de contorsionista imposibles para mí. Me quedo a media salida con las rodillas muy levantadas o la espalda muy arqueada o me faltan brazos -y mira que los tengo largos- o me sobran piernas -que también solo son- pero el caso es que no hay forma de seguir a la profesora de inconfundibles rasgos asiáticos capaz de doblarse como un junco y retorcerse como una anea.
Luego hay otros movimientos que sí se me dan bien y siento cómo se estira la espalda con los brazos por delante mientras descanso las posaderas sobre los talones o llego a una torsión de tórax a la que nunca había llegado y eso me alegra y me da ánimos. En fin, no voy a descubrir ahora los beneficios para la salud de una tabla de estiramientos. Cualquiera, el caso es combatir el cuatro que nuestro cuerpo adopta como máximo común aposentador .
Estirarse es práctica muy sana para cambiar de postura y favorecer el movimiento de músculos que habitualmente no entran en funcionamiento de ordinario. Pero estirarse es también actuar con generosidad, socorrer las necesidades básicas de tantísima población como vamos a empezar a notar en cuanto salgamos de nuestro pequeño mundo de casa. Si el cuerpo social no se estira, miembros enteros van a quedarse entumecidos sin capacidad de hacer ni un movimiento para el bien común.
María Luisa colgó una lista de la compra del párroco de la Oliva de Dos Hermanas para un número de feligreses cada vez más acuciados: pañales de las tallas 3,4 y 5, aceite, tomate frito, galletas, azúcar, garbanzos, lentejas, conservas de atún o caballa, café, pasta de dientes y compresas higiénicas. Sugieren pedidos telefónicos que se envíen a la propia parroquia o ingreso en metálico en la cuenta corriente de la Cáritas parroquial.
Ya sé que los primeros ejercicios de estiramiento cuestan y el propio cuerpo se rebela como me pasa a mí , los hace como puede o lanza bufidos de impotencia. Pero después, lo agradece y se siente mucho mejor. Algo así va a suceder con la crisis económica que se avecina . Al principio, nos costará desprendernos de lo que hemos ganado en buena lid con nuestro esfuerzo, incluso con el riesgo de salir a trabajar fuera de casa mientras el resto de la población lo hacía desde el refugio seguro de las paredes del hogar, pero no hay otra que estirarse si no queremos que la parálisis social nos vaya dejando sin reflejos primero, sin movilidad después y los doctores acaben prescribiendo amputaciones dolorosísimas como las de los pies de los diabéticos.
No soy muy amigo de replicar mensajes por las redes sociales, pero ayer vi uno al que no pude sustraerme. Decía el Papa Francisco con toda la razón del mundo: «Ahora, mientras pensamos en la lenta y ardua recuperación de la pandemia, corremos el riesgo de que nos golpee un virus todavía peor, el del egoísmo indiferente que olvida a quienes se han quedado atrás«. Si, justo eso. No me atrevo a sugerir otra vacuna contra ese virus -tuiteé en respuesta- que la compasión. » Con todas las letras: compasión ».
No hay más por hoy, con la espalda dándome las gracias por haberla estirado en condiciones. Si van a salir, «tengan cuidado ahí fuera» .
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