Coronavirus Sevilla
Diario de Covid-19 / día 40: «Cuarentena»
El cuarenta es mucho más que un número bíblico, es una frontera entre lo que el cuerpo puede asumir sin demasiado esfuerzo y el precipicio psicológico al que se asoma
Cuarenta días y cuarenta noches. Como el diluvio universal del que Noé se salvó en el arca hasta que vio el arco iris. Cuarenta días de Jesús en el desierto ayunando antes de que fuera tentado. Cuarenta como los días en que el profeta Elías se preparó para subir al monte Horeb. Cuarenta como los años que el pueblo de Israel peregrinó por el desierto hasta entrar en la tierra prometida. Como una Cuaresma de rigor ascético en la que no se puede salir a la calle. Como una cuarentena con la que se separaba a los inmigrantes cuando llegaban a la isla de Ellis en Nueva York. Como el tiempo que mediaba entre el parto y la fiesta de la presentación del niño en el templo. Cuarenta como los años que reinó el rey David . Cuarenta, mal contados, como duró el franquismo en la memoria del pueblo. Cuarenta como los ladrones de Ali Babá , cuarenta como las horas de adoración del jubileo circular , cuarenta como la lista de éxitos musicales de la radio fórmula más seguida, cuarenta como la jornada laboral a lo largo de una semana, cuarenta como los grados de latitud sur en que los vientos empiezan a rugir implacables, cuarenta como las semanas de un embarazo del que no hemos terminado de parir todavía, cuarenta como los socios de la famosa tertulia taurina, cuarenta como los días de este confinamiento que empieza a hacerse tedioso.
Ya hemos pasado la cuarentena y aún seguimos en casa. Enzarzados a propósito del significado de sacar a los niños a dar un paseo y si en esta categoría entrarían distracciones tan saludables como acudir a la farmacia, pisar el banco -cosa que en la redacción, a modo de muestreo, ninguno hemos hecho desde antes de quedar recluidos- o entrar en el supermercado en el que todos coincidimos que se ha convertido en el territorio hostil por excelencia del que se huye a toda prisa como alma que lleva el diablo después de tomar todas las precauciones para evitar contagios y con todas las prevenciones posibles.
Así hemos llegado a la cifra de cuarenta jornadas encerrados en casa. Cristina rompió su aislamiento el domingo, que hizo tan bueno y no pudo resistirse más a la tentación de cruzar la calle a tirar la basura. También Macarena, que vino hasta la puerta de casa por primera vez también. ¿Relajación? Claro, la tensión de la alerta y vigilancia con que entramos no se puede prorrogar por mucho más tiempo. El cuarenta es mucho más que un número bíblico de esos redondos que subrayan el calendario, es una frontera entre lo que el cuerpo puede asumir sin demasiado esfuerzo y el precipicio psicológico al que se asoma de continuar exigiéndole sacrificios.
Es mucho tiempo. Se mire por donde se mire. Yo lo veo en la Florida. Hay días que, de puro aburrimiento, recorro la ronda histórica al salir de la Cartuja por el puente de la Barqueta para cambiar la rutina del desplazamiento. Es un recorrido que se hace en no más de ocho o nueve minutos si tienes suerte con la cadencia de los semáforos. Ayer los encontré en verde todos hasta llegar al de la Florida , cuando hay que girar a majo izquierda para rodear la manzana maldita que lleva cimbrada un montón de años. Allí me detuve desde que salí, proeza imposible de conseguir con otro volumen de tráfico.
El caso es que en los bajos del cajón de obras de esa manzana de la que solo se conserva la fachada, los afiches de espectáculos marcan el paso inexorable del tiempo. Lo normal es que, cumplida la función de anunciar la actuación artística de que se trate, venga un nuevo cartel a rebasar la fecha del estreno del anterior, componiendo así un palimpsesto de la fugacidad con que vivimos. Así ha sido siempre: la cartelera se va renovando conforme se acerca la fecha de almanaque que estaba anunciada y así quedan a la vista del conductor o del viandante los espectáculos venideros en las próximas semanas o meses.
Hasta ahora. Esa valla es la muestra más evidente de los cuarenta días que llevamos en casa . Porque nadie ha renovado los carteles para anunciar en todo este tiempo ningún espectáculo inexistente, dada la orden de suspensión de actividades en teatros y auditorios. Y ahí siguen los mismos carteles que había hace cuarenta jornadas: Mónica Naranjo al desnudo, la gala del Carnaval de Cádiz , Ecos del Rocío en concierto. Un tal Antonio José que propone un antídoto y en ese plan. Unos ya irremediablemente pasados y otros sin porvenir claro porque en la fecha en que están anunciados, lo más probable es que no estén consentidas las aglomeraciones de público. El propio peso -¿del tiempo?- hizo que una costra de carteles desfasados se viniera abajo enseñando las vergüenzas del hormigón desconchado sobre el que regularmente se aplica el engrudo.
Cómo pasa el tiempo. Sin darnos cuenta. Marta se lo pasó pipa este martes en el que cumplimos la cuarentena con un juego que se sacó de la manga. Le propuso a su grupo de amigas recrear una foto de sus respectivas madres lo más cerca posible de la indumentaria, el gesto o hasta el fondo en el que se retrataron cuando tenían su edad de ahora o, a menos, no habían nacido todavía.
El resultado fue asombroso. Hubo quien recreó la pose, quien reprodujo el gesto, quien sacó a relucir un increíble parecido físico que hasta entonces no habíamos descubierto y quien pisó las mismas piedras que su madre con ayuda de un programa de edición de fotografía. Marta eligió vestir la misma ropa que María José . Y vaya si lo consiguió. Espectacular. El mismo vestido que en la boda de Mercedes , el mismo que en la boda de Berta y, finalmente, el mismo que en su propia boda: allí estaba mi hija vestida con el traje de novia de mi mujer recordándonos a todos el paso del tiempo, que son muchos más que estos cuarenta días que llevamos enclaustrados.
Cristina, ajena al trajín de probarse la ropa y componer la figura para la foto, me enterneció pidiéndome que le propusiera un tema sobre el que escribir para corregirle sin piedad los defectos que halle en su escritura. Consecuentemente, le concedí un par de días para que me presente el texto en torno a un tema que me vino a la mente sin ningún esfuerzo: el paso del tiempo .
Hasta entonces, vayan con niños a partir del domingo o solos, « tengan cuidado ahí fuera «.
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