Coronavirus en Sevilla
Diario de Covid-19 / día 39: «Lección del arcoíris»
Quién iba a pensar que esa tarde tristona y plomiza nos iba a obsequiar con el regalo de un arcoíris tan llamativo y tan perfecto como el que se dibujó justo antes del ocaso
El arcoíris que todos los niños de todas las casas han estado pintando con rotuladores, con acuarelas, con lápices o con témperas sobre el papel todo este tiempo de encierro en el hogar lo pintó ayer una mano prodigiosa con los colores más vivos que se puedan imaginar sobre el cielo de Sevilla unos minutos antes de las nueve de la noche.
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Fue un arcoíris espectacular , en eso coinciden todos los que lo vieron. Con esa espectacularidad que la naturaleza reserva para sorprendernos cuando nos parece que ya no puede llevar más lejos la suspensión de los sentidos. La frase ha quedado muy ampulosa. Digámoslo, mejor, de una manera más llana: el arcoíris dejó a muchos con la boca abierta .
Pero antes de eso, el atardecer con el chaparrón había deparado una maravillosa luz anaranjada, como si el turbión que Pepe había fotografiado a contraluz mirando a Poniente desde su séptima planta fuera de melocotón. Tanto, que María José exclamó a través del teléfono: «Cuánta belleza. Aquí ha tenido unos momentos espectaculares ». Marisa, que no se prodiga demasiado por las páginas de este diario aunque es de las lectoras más fieles, no pudo por menos que exclamar: « ¡A Dios pongo por testigo que saldremos de esto! Me he venido arriba pero es que quita la respiración tanta belleza».
Y luego resumió la situación: «¿Habéis visto el arco iris? Dios!!! Con qué poco soy feliz» adornado con caritas de esas amarillas -que llaman emoticonos- con las lágrimas saltadas. Silvia aportó el componente de ingenuidad que faltaba: «Ha sido espectacular. Mis niños, gritando. Gracias, Raúl. Ahora están alucinando con tu foto». Y en efecto, la foto de Raúl Doblado era para alucinar.
Y la naturaleza, o la Providencia, nos entregaba el regalo de ese arco iris como un premio por habernos portado bien en esta cuarentena. Un diploma de buen comportamiento, una medalla de siete colores por las buenas notas como aquellas que nos entregaban en el colegio como estímulo para figurar mensualmente en el cuadro de honor.
Luis, siempre comedido como buen científico, puso un pie de foto sin adjetivos, solo datos contrastables por medios evidentes: «Mira la tarde que estoy disfrutando» . Y en esa frase estaba resumido todo lo de bueno que hemos aprendido en estas cinco semanas de enclaustramiento. Primero, a levantar la cabeza y a mirar al horizonte. Segundo, a disfrutar de cuanto se nos ofrece de forma gratuita sin necesidad de pasarlo por una pantalla parpadeante que vele la realidad. Tercero, a contemplar en la refracción de las gotas de agua un gesto de unión como el que Noé intuyó cuando Yahvé señaló el arco iris como símbolo de la alianza con los hombres desde aquel momento, tal como se relata en el libro del Génesis (Gen 9, 17).
Por último, pero no lo menos importante, a compartirlo . A pensar en las personas que no habrían podido ver el arco completo y a hacerlos partícipes de la emoción que embargaba a quienes lo estaban siguiendo en vivo. Las decenas de fotos del arco de colores que llovieron sobre los grupos de mensajería instantánea hablaban de esa necesidad de compartir la simple felicidad de un momento impresionante.
Pero todavía hay algo mejor que todo eso junto. Apenas cincuenta minutos de que el iris amparara bajo su arco a toda la ciudad, el festival de aplausos de las ocho había resultado frío como el ambiente . Llovía con intensidad y los pocos que salimos a ovacionar a nuestros esforzados compatriotas en trabajos esenciales en seguida recogimos las palmas sin ningún entusiasmo y volvimos grupas. Por primera vez en todos los días de encierro, el vecino del balcón en la torre de Felipe II nos dejó sin selección musical porque el chaparrón le había impedido sacar a la terraza los bafles donde suena cada día un estilo de música diferente. Nada.
Y antes de eso, en la redacción del periódico, observando por la ventana los tonos cada vez más oscuros en el cielo y la posibilidad cierta de la tormenta que se cernía, coincidimos en que era una tarde melancólica. Gris. Abúlica. Triste .
Quién iba a pensar que esa tarde tristona y plomiza nos iba a obsequiar con el regalo de un arcoíris tan llamativo y tan perfecto como el que se dibujó justo antes del ocaso y que Bosco acertó a captar en todo su esplendor. Quién nos lo iba a decir. Quién iba a pensar que algo tan hermoso sucedería a una tarde tan plana y tan fea.
Y, sin embargo, esa es la enseñanza más bonita del precioso arcoíris sobre Sevilla. Que no podemos dejar de tener esperanza de que la lluvia escampe, el aguacero cese y se encienda la luz extraordinaria del arco iris. Que no conviene perder la esperanza por muy negro que lo hayamos visto todo durante las semanas pasadas porque llegará el día en que dejaremos atrás todo eso como un nublado que descargó y luego salió el sol para disfrute y solaz de cuantos lo hemos vivido.
Como el pequeño Gonzalo , recién nacido con cinco días de vida, que hace feliz a su madre Esperanza . Qué bonito nombre para la cualidad más irreductible que habita en nosotros mismos.
Hasta aquí este lunes de arcoíris. Por supuesto, «tengan cuidado ahí fuera» , pero también tengan cuidado de perderse los espectáculos tan gratuitos como impresionantes que nos ofrece la naturaleza.